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irma cuesta
Sábado, 19 de septiembre 2015, 18:36
En un país en el que 19 millones de individuos han reconocido no poder vivir sin el móvil, aún hay sitios donde hacerlo funcionar resulta complicado. Hace ya diez años que Silvia dejó la peluquería, hizo las maletas y volvió a Soto de Sajambre (León), el pueblo en el que crecieron sus padres, para montar una posada rural. Acaba de atender a una pareja de montañeros que va a pasar unos días en su casa. Mientras lo hace, ve a unos niños que llevan casi una semana hospedados allí jugando en los columpios que este verano ella y su marido han instalado en el jardín. La bienvenida, irremediablemente, va acompañada del siguiente anuncio: "En El encanto de Valleval -que así se llama su casa- hay teléfono fijo y wifi, como en el resto de las fantásticas posadas del pueblo; ahora bien, salvo que sean ustedes de Vodafone, si quieren utilizar sus dispositivos deberán cumplir con una suerte de liturgia".
Silvia está acostumbrada a que la miren entre divertidos y extrañados cada vez que explica a sus clientes que si desean hacer funcionar sus teléfonos móviles, deberán dirigirse a una piedra; esa que desde ya unos cuantos años indica a a los visitantes de Soto de Sajambre, en las estribaciones de los Picos de Europa, que o uno se coloca allí y sigue a pies juntillas las indicaciones que pueden leerse en un cartel, o no hablará con nadie.
Lo primero que debe hacer el forastero -los lugareños saben de sobra cómo actuar en estos casos- es situarse encima de la piedra con cuidado, dejar pasar unos segundos y marcar. "Es muy importante no moverse en el transcurso de la llamada, puesto que ello puede conllevar la pérdida de la conexión", añade el letrero.
Semejante trajín para conseguir hablar por teléfono no habría asombrado a nadie hace un par de décadas, hoy nos vuelve locos. Y es que en España, el país de la Unión Europa con mayor número de smartphones según el informe La sociedad de la información en España 2014 de Telefónica, hay nada menos que 50 millones de móviles. En esta tierra, cerca de 19 millones de individuos han reconocido no poder vivir sin estar conectados y consultar el teléfono una media de 150 veces al día.
Gracias a ese informe, sabemos que el 87% de la población española lo tiene a mano las 24 horas del día y que lo primero que hacen al despertar ochenta de cada cien es echar un vistazo a su teléfono inteligente.
Dicho esto, es fácil imaginar el desasosiego que puede llegar a provocar esa suerte de desconexión total a la que estaríamos abocados si decidiéramos pasar unas horas en Soto de Sajambre. Porque, y lo avala otro concienzudo estudio sobre el auge de las nuevas tecnologías y la modificación de conductas que eso supone, el 35% de los españoles se comunica con su entorno mediante mensajes de teléfono; otro 33,5% lo hace hablando por teléfono y solo el 24% , si lo dejan elegir, optaría por el cara a cara. Quizá sea para ellos la oferta de algunos avezados hosteleros que ya han comenzado a vender sus habitaciones con el reclamo de que allí no hay ningún resquicio de civilización 2.0.
Dependiendo del día
Hasta hace poco tampoco lo había en Aguas Cándidas, un municipio situado 60 kilómetros al noreste de Burgos con una población de menos cien habitantes y una señal de móvil prácticamente nula. Un lugar, como Soto de Sajambre, en el que los vecinos marcaron sobre la carretera los puntos exactos en los que, dependiendo del día, podían establecer la conexión.
Eso que a algunos puede llegar a provocarles un ataque de pánico, a otros, como a Cristina Fernández, les da igual. Con 50 años y dos hijos adolescentes, sigue resistiéndose a comprarse un móvil. "Trabajo en una tienda, lo que quiere decir que todas las horas laborales estoy localizada. En casa también hay teléfono, de manera que allí ocurre lo mismo. Si estoy con mi marido o mis hijos, ellos siempre tienen a mano un móvil. Para hacer una ruta en bicicleta, caminar por el monte o darme un baño en la playa, que es lo que suelo hacer en mi tiempo libre, no lo necesito. No soportaría que me estropearan el paseo".
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