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FRANCISCO APAOLAZa
Martes, 22 de septiembre 2015, 21:06
Fernando Caldas fue el último en presumir. En 2004 hacía recados para los Charlines, uno de los clanes legendarios del narcotráfico gallego. Usaba un deportivo con tapicería blanca y DVD y compraba las balanzas de precisión de diez en diez después de cada éxito de la banda en la que trabajaba. Jorge Durán Piñero, el entonces líder charlín y marido de la sobrina del patriarca, le dio un toque para que dejara de fardar. Un día de julio de aquel año no volvió a casa de sus padres. A las horas, le dejó de sonar el teléfono. La investigación sostenía que Durán Piñero se había cansado de tantas indiscreciones después de cada alijo. Nunca se supo la verdad, pero en la zona, todos saben que Caldas está muerto y se cree que descansa bajo el pilar de un puente de la A-19 a su paso por Santiago de Compostela. Ahora, el mundo del narco gallego es una habitación oscura en la que nadie presume y en la que los traficantes son sombras esquivas de lo que fueron. No es como antes, cuando bailaban en una orgía de dinero, mariscadas y ostentación. "Eso se ha acabado". Lo cuenta el reportero Nacho Carretero (A Coruña, 1981), que ha trazado un relato delicioso en lo periodístico y terrible en lo humano sobre el pasado y el presente del contrabando en Galicia. Fariña, harina en gallego, (Libros del KO), es la respuesta a una gran pregunta o tal vez una explicación a su yo de gallego. Con nueve años, en casa de sus abuelos, Lucrecio y Chicha, gritaban "¡Ya era hora!" frente a la televisión que daba la noticia de la Operación Nécora. Era junio de 1990. Aquello fue el comienzo del fin de la impunidad del narcotráfico en Galicia. "No entendí nada. Después, con 20 años, en algunos bares de Malasaña en Madrid me escuchaba la gente hablar y me pedían cocaína por el acento. Entonces me di cuenta de la onda expansiva de todo esto, del estigma que produce y quise explicarlo".
Ese mundo que ha retratado está hoy en crisis, pero puede salir de ella en cualquier momento. "Se están reorganizando y hay gente que ya advierte de que se están empezando a ver los brotes verdes". Se calcula que el 80% de los grandes alijos de cocaína y hachís han sido interceptados por las fuerzas de seguridad del Estado, pero "esto es una estimación puesto que no se sabe lo que pasa". Los Pasteleros, Os Roma, los Charlines y Os burros se intentan recuperar de los golpes policiales y económicos (la droga ha bajado de precio). Sienten en el cuello el aliento del Servicio de Vigilancia Aduanera, de dos unidades enteras de la Policía Nacional (Udyco y Greco) y de la Armada Española. Hace unos años, se organizaban las descargas en mariscadas multitudinarias; ahora "dan cuarenta vueltas por el monte y se reúnen dos debajo de un árbol", cuenta un agente en el relato de Carretero. Los miembros de los clanes rodean cuatro veces cada rotonda. Siempre. Aunque no piensen que les siga nadie. Están paranoicos.
Las tetas de los 100 'kilos'
Ya no pueden ni ver pornografía tranquilos. Manuel Ramírez Cameselle llamó en 2013 una veintena de veces a una vidente para saber si la operación saldría bien y en todas las ocasiones le dijo que sí. Se equivocaba. Ramírez Cameselle era un segundón en una descarga de Ramiro Vázquez Roma, un traficante de la última generación, un tipo con astillero que se metió al negocio y que, según la policía, controlaba desde la cárcel la entrada en Galicia de 3.400 kilos de coca del traficante venezolano José Gregorio. El 26 de mayo de 2013, el pesquero senegalés Rippide tenía que encontrarse con el velero Pisapo y descargar la cocaína, pero se le torció el rumbo. La Armada encontró un barco trazando círculos en altamar, sospecharon y lo asaltaron. La versión oficial dice que tuvieron una avería en el radar, pero todos saben que un marinero que estaba usando una web pornográfica, descargó un archivo troyano que desmanteló el blindaje informático del barco y reveló su posición a las fuerzas de seguridad, que mordieron a su presa. Al suceso le llaman Las tetas de los 100 millones de euros. Se quedaban con un 30% de la droga, que revendían a los colombianos.
Hoy en día, los capos son extremadamente prudentes y la ostentación queda de puertas para adentro. "Aunque todavía puedes ver a señoras que sirven bocadillos de calamares con un Porsche Cayenne en la puerta y a gente que ara el campo, pero que vive en una mansión", describe gráficamente Carretero.
La cima de la ostentación la coronaron Sito Miñanco y Laureano Oubiña. Sito -José Manuel Pérez Burgallo- era una copia gallega de los grandes capos latinoamericano, un Pablo Escobar a la española. Relojes de oro, Chévrolet deportivos, mujeres de bandera... Hasta físicamente tenía un aire al colombiano. Nacho Carretero lo recuerda saludando en la grada del estadio del Cambados, un club del que fue presidente, a mediados de los noventa. "Lo cogió en quinta regional y casi sube a Segunda División. Los jugadores cobraban más que los del Celta o el Deportivo. Tenía un yate y cuando había partido en Cambados, traía a los futbolistas en su barco hasta el campo. Eran personajes queridos que patrocinaban iniciativas, que daban dinero a su ciudad y que ayudaban a los suyos. Cuando uno caía o iba a la cárcel, ellos se ocupaban de su familia". Los ascensos se celebraban en su chalé con la prensa deportiva y el tridente festivo de la época: marisco, champán y putas. A Sito lo agarraron en Madrid. La policía tiró abajo la puerta de un chalé en Pozuelo de Alarcón y allí estaba, controlando una descarga ayudado de cartas náuticas y un satélite. "Ahora sí que me han cogido", se dijo, y le espetó a un agente conocido: "De esta te hacen comisario". "Ya soy comisario", le respondió éste.
El Falcon Crest de Oubiña
El chalé casi de leyenda del narco gallego era el Pazo Baion, un palacio con viñas de Albariño en Villanova de Arosa y una torre medieval en la que tenía su despacho Oubiña. A aquello se le conocía como Falcon Crest: vidrieras imposibles, una estatua gigante de mármol del capo y su mujer, y un laberinto de pasadizos. Esa mansión fue símbolo de la aceptación del narcotráfico, pero también de su repulsa. El 13 de diciembre de 1994, las madres de la droga, de la fundación Érguete (Levántate), a las que apodaban las locas, aporrearon la puerta y tomaron la propiedad (entonces de los condes de Albarei) como una conquista.
"Antes se miraba a otro lado por el contrabando de la droga y ahora se mira hacia otro lado por el dinero de la droga", advierte Carretero, que explica que hay muchos negocios con origen en las mafias que funcionan con normalidad. "Sigue existiendo cierta tolerancia", opina el periodista.
El futuro de la maldición blanca es bastante oscuro, pero no definitivo. "Hay tanta droga en Latinoamérica y tantos clientes en Europa que siempre necesitarán meterla. Podrán diversificar la entrada, pero en todas las quinielas estará Galicia. Siempre habrá alguien que la meta. El narcotráfico ni se ha terminado ni se terminará nunca".
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