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JULIA FERNÁNDEZ
Miércoles, 23 de septiembre 2015, 18:56
El camino que enfila desde Astorga a Castrillo de los Polvazares es una carretera estrecha con arces en el lado derecho. Están allí para dar sombra a una senda paralela de grija y tierra. A primera hora de la mañana aquello es casi como una procesión. Enormes mochilas con piernas andan a paso ligero. A veces se cuelan ciclistas con sus robustas bicicletas de montaña. Zigzaguean con habilidad y las fuerzas intactas. Entre esa romería de paseantes destaca el cortavientos impermeable de Melissa. La jornada anterior llovió con ganas y hoy va preparada para el diluvio universal, con pantalones de agua y todo. Sin embargo, el tiempo de septiembre es caprichoso y su pelo liso y negrísimo brilla bajo el sol que espanta las nubes. Camina al compás de sus bastones técnicos. Algunos la adelantan. "Buen camino", desean. Y ella lo agradece con una amplia sonrisa que hace desaparecer sus ojos ya de por sí rasgados. Es de Malasia.
Viajó a Saint-Jean-Pied-de-Port para empezar el Camino Francés hasta Santiago de Compostela. Pasó por Pamplona y llegó a Sahagún en tren. Allí, se calzó las botas de monte y empezó a andar. Sola. Como Denise Pikka Thiem, la estadounidense de origen asiático que desapareció el 5 de abril y cuyo cadáver fue encontrado hace una semana en una zona de arbolado cercana a Santa Catalina de Somoza, a menos de 10 kilómetros de Astorga, donde hizo noche en el albergue San Javier. En la capital maragata, el hallazgo ha sido "un golpe duro", señala Juan Carlos Pérez, presidente de la Asociación de Amigos del Camino de Astorga, muy implicada en su búsqueda durante estos cinco meses. El viernes celebraron una misa para despedirse de ella. "A la familia le hemos mandado un mensaje de pésame".
"Estos días la gente se ha interesado mucho por mí. Me sacaban parecidos con ella, me confundían y me pedían que tuviese cuidado", confiesa Melissa a menos de un kilómetro de donde se perdió la pista de la infortunada Denise. Junto a ella camina Lorraine, que no tenía ni idea de la tragedia. "Nos hemos conocido hace quince minutos", explica esta vivaracha canadiense que llega por tercera vez al Camino, en esta ocasión para cubrir el último tercio. Saca una guía de la mochila y la muestra: "Nos hemos desviado de la ruta para conocer Castrillo de los Polvazares porque dice que es muy bonito". Buscan la iglesia y se pierden las tradicionales casas arrieras, con grandes puertas para el paso de los carros y reconfortantes patios interiores. A esas horas están cerradas a cal y canto.
Denise también se salió de la ruta. "Ese fue el problema", tercia un matrimonio de lugareños. "Se metió por una pista que es monte" y se topó con Miguel Ángel Muñoz, de 39 años, y su casa, un desangelado módulo de madera prefabricado, rodeado de varios cobertizos y una valla hecha con hierros oxidados, malla metálica y alambre de espino. Dicen que se guio hasta allí siguiendo unas flechas amarillas falsas que no está probado que pintara su agresor. "Nosotras seguimos solo las indicaciones oficiales", precisa la mexicana Luz. Está de vacaciones en España junto a cuatro amigas, Ceci, Mari Carmen y las hermanas Pilar y Rocío. El camino es una fiesta para ellas, se las oye antes de que aparezcan. Están felices: celebran la llegada a los 50 de Pilar y el 52 cumpleaños de Rocío. "Jálame de las orejas", bromea.
Oier para a la entrada de Castrillo para quitarse ropa. Viaja con su bici y su colega Xabier desde San Sebastián. El día anterior pillaron una buena mojadura. Del fatal destino de Denise y la detención de su presunto asesino se han enterado "vía wasap". "¿Fue cerca de aquí?", preguntan mientras comprimen y guardan manguitos y chubasqueros. En realidad no tienen mucha curiosidad.
- ¿Y miedo?
- Si te quedas en casa por miedo, no saldrías nunca.
Casi nadie de la zona quiere hablar de Miguel Ángel, un personaje hosco, sombrío. "Era un hombre muy raro, te lo encontrabas buscando en la basura muchas veces". También merodeando a los caminantes, a los que se supone que engañaba y robaba dinero. "No era de aquí", insisten en Castrillo. Su casa, que la policía ha puesto patas arriba esta semana, está alejado del casco urbano, a medio camino de Santa Catalina de Somoza. Arribó a León hace "cuatro o cinco años" procedente de Madrid, donde vive su familia, para instalarse en la tierra natal de su madre, aunque sin ganas de integrarse. "Casi nunca saludaba al pasar. Solo le he oído carraspear", murmuran los vecinos. Algunos dejaron hace tiempo de pasear por la pista donde plantó su vivienda "por miedo".
Su medio de transporte era una bicicleta con una caja detrás para llevar cosas. Con ella recorría un par de veces la carretera hasta San Justo, a las afueras de Astorga. No tenía trabajo, se mantenía con los 400 euros que cobraba como parado de larga duración, aunque durante la reconstrucción de las últimas horas de Denise, los agentes encontraron en su casa 30.000, al parecer, procedentes del reparto de una herencia. Desde que llegó, empezaron a faltar cosas: azadas, martillos, herramientas... También se volatilizaron "tomates, pimientos, manzanas..." de las huertas. Aunque nadie le ha visto llevarse algo.
El silencio de la noche
El caso de Denise ha levantado cierto debate sobre la seguridad de los peregrinos. "Nosotras hemos acordado una norma: no perdernos de vista", comentan las amigas mexicanas. Más allá de eso, no dejan que el asunto les amargue: "¡Esto es padre!", exclama Pilar a unos metros del maldito paseo por el que se desvió la estadounidense. Los peregrinos siguen confiando en el espíritu solidario y naif que empapa el Camino. "¿Qué te van a robar?", cuestiona Xabier mirando sus alforjas. Allí guarda ropa limpia y sucia a partes iguales. Se monta rápido en la mountain bike, no puede parar si quiere llegar a Santiago a tiempo de tomar "un albariño" antes de coger el tren.
A lo largo del tramo que une Astorga y Santa Catalina de Somoza es habitual encontrar guantes, pañuelos y calcetines extraviados, colocados en zonas visibles a la espera de que vuelva su dueño. "Esto es muy tranquilo. Las puertas de las casas están abiertas, los coches tienen las llaves puestas y los críos juegan sin problema en la calle", relata Pedro, el dueño de Casa Coscolo, en Castrillo. Vive desde hace 17 años a unos dos kilómetros, en Murias de Rechivaldo, el primer pueblo que se encuentran los caminantes nada más salir de Astorga. Da buena comida y cobijo a los turistas: "Algunos se asustan del silencio de la noche", se sonríe.
Olivier Martínez, un saboyano de ascendencia española de 62 años, repone fuerzas en el albergue El Caminante de Santa Catalina con una cuadrilla a la que no conocía hace dos semanas. Uno de sus nuevos colegas, Laurent, interrumpe su comida para ir a por unos calcetines para un chico del que no sabe ni el nombre. Frente a él, la británica Fifi, de 69 años, conversa feliz con Willy, un belga de lustrosa cabellera blanca que ha hecho 2.000 kilómetros en 66 jornadas. Olivier los mira con cariño: "Se conocen desde hace unos días. Ella estaba perdida y él la ayudó. Desde entonces van juntos. Esto es el Camino".
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