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Ferdinand Porsche muestra a la plana mayor del nacionalsocialismo alemán un prototipo del 'escarabajo'.

La sangre azul de Volkswagen

Los nietos de Ferdinand Porsche, el creador del ‘escarabajo’, son los Kennedy de la todopoderosa industria de la automoción alemana

BORJA OLAIZOLA

Martes, 29 de septiembre 2015, 21:27

Los Porsche vienen a ser a la todopoderosa industria del motor alemana lo que los Kennedy a la política estadounidense. Los descendientes del ingeniero austriaco Ferdinand Porsche, diseñador del legendario Volkswagen escarabajo y fundador de la marca de coches deportivos que lleva su apellido, se han convertido en una de las dinastías más ricas de Alemania gracias a su participación en el accionariado de ambas empresas. Los Porsche son sin duda también los más perjudicados por el huracán que azota a Volkswagen desde que se supo que había trucado la informática de sus motores diésel para falsear los resultados en las pruebas de contaminación. Primeros accionistas del coloso, los observadores coinciden en que el sustituto del recién dimitido Martin Winterkorn deberá contar con su aquiescencia antes de ocupar sillón de mando de la compañía.

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Nadie a estas alturas pone en duda que Ferdinand Porsche (Stuttgart, 1875-1951) fue un visionario del mundo del motor. Ni los más críticos con su papel como ingeniero de cabecera del régimen nazi cuestionan su valía profesional. Sus diseños se adelantaron a su tiempo y le valieron el reconocimiento unánime de los fabricantes y las autoridades de la época. Cuando en 1938, con 63 años, recibió el encargo personal de Hitler de diseñar el que habría de ser el coche del pueblo de Alemania (volk es pueblo y wagen significa coche), era ya la figura más prominente de la industria de la automoción europea. Empeñado en emular el éxito de Henry Ford fabricando coches en serie, el dictador nazi construyó una monumental factoría dotada de su propia ciudad -Wolfsburgo- para hacer realidad su sueño.

El 'pelotazo' del Golf

La II Guerra Mundial trastocó los planes y Wolfsburgo pasó a ser primero una fábrica de munición y luego una cadena de montaje de piezas para los aviones de la Lutwaffe. Con el final de la contienda se rescataron los planos del Volkswagen Tipo 1 diseñado por Porsche y la factoría recuperó el propósito para el que había sido concebida. La empresa se convirtió en una de las piezas maestras del llamado milagro alemán, el despegue que devolvió al país a la cabeza de las grandes economías europeas. Asequible y robusto, el utilitario diseñado por Porsche, bautizado por The New York Times como escarabajo, motorizó a las nuevas generaciones de alemanes y pronto empezó a colonizar las carreteras de otros países. Al éxito del escarabajo, del que se vendieron 21 millones de unidades, le siguió el pelotazo del Golf, que revolucionó el mercado automovilístico y reforzó los pilares de la empresa. Transformado ya en un gigante, Volkswagen adquirió marcas como Audi, Seat y Skoda, al tiempo que consolidó su presencia en otros continentes con la implantación de nuevas factorías.

El grupo, que tiene hoy 118 fábricas repartidas por todo el mundo y casi 600.000 empleados, mantiene una cerrada pugna con la japonesa Toyota por el título de primer fabricante de coches del mundo. A pesar de sus colosales dimensiones, el corazón de Volkswagen sigue estando en Wolfsburgo. La activa y próspera ciudad, que suma 120.000 habitantes, depende casi por completo de la empresa. La interrelación llega al punto de que el equipo local de fútbol (el Wolfsburgo, que juega en la Bundesliga y al que el día del escándalo le metieron cinco goles en 9 minutos, todos del polaco Lewandowski) es propiedad de Volkswagen, que también tiene el 8,3% del Bayern de Guardiola. En contrapartida, el estado federal de Baja Sajonia, en el que está integrado Wolfsburgo, posee el 20% de las acciones de la multinacional.

Pero ni los políticos de la administración federal ni los representantes de los inversores cataríes, que han escalado posiciones hasta hacerse con el 17% del accionariado, tienen el peso que ostentan los herederos del diseñador del escarabajo, que son la primera familia accionista. Aunque integrada en el grupo Volkswagen, la empresa Porsche tiene el 50,7% de su accionariado y nada se mueve sin que los descendientes del ingeniero den su consentimiento. Pero en la familia, como no podía ser menos, abundan las desavenencias. El impulsivo Ferdinand Piëch, que fue el máximo dirigente del consorcio y que abandonó en abril el cargo por diferencias con el dimitido Winterkorn, no se puede ni ver con su primo Wolfgang Porsche, que es quien representa a la familia en el seno de Volkswagen. Ambos son nietos del patriarca. En el culebrón no faltan los líos de faldas. Ferdinand conoció en Roma a la mujer de su primo Gerard, hermano de Wolfgang. "Me gustó tanto como la moto que conducía", diría después. Abandonó a su mujer Corina y a sus cinco hijos para tener otros dos con ella. Y años más tarde se casó con su niñera, Úrsula, 20 años más joven, y hoy la mujer más poderosa del mundo del motor.

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