BORJA OLAIZOLA
Domingo, 1 de noviembre 2015, 22:04
El mundo del vino le debe mucho a los Rothschild, esa familia de origen judío que alumbró una dinastía de banqueros y empresarios que tuvo durante muchas décadas el mundo en sus manos. Hasta su desembarco en Burdeos, los bodegueros eran gente que gozaba de escaso prestigio entre sus convecinos por su inclinación a la picaresca y sus maneras de tahúres: bautizaban generosamente sus caldos con cualquier líquido que tuviesen a mano y mezclaban sin rubor cosechas y variedades de procedencias ignotas sin más propósito que lograr brebajes contundentes.
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Los Rothschild compraron primero el Château Mouton (1853) y luego el Château Lafite (1868), dos de los grandes pagos del Médoc, la comarca bordelesa donde se cultivan los mejores viñedos del mundo. En sus fincas introdujeron criterios de profesionalidad que fueron rápidamente imitados por sus competidores. Fue Philippe de Rothschild, que en 1922 se hizo cargo de Mouton, el primero que se dio cuenta de que la única forma de garantizar la calidad de los vinos era embotellarlos en su propia bodega. Hasta entonces lo común era vender la producción en barricas, lo que dejaba abiertas las puertas a la manipulación entre intermediarios sin muchos escrúpulos.
Si visionario fue el barón Philippe de Rothschild con el embotellado, no lo fue menos cuando decidió adornar las etiquetas de sus vinos con algo más que el sello y el nombre de su bodega. Recién acabada la II Guerra Mundial, cuando la cosecha de 1945 estuvo lista para ser embotellada, encargó a un pintor amigo que le hiciese un dibujo con la V de la victoria para festejar la efeméride. Rothschild añadió el diseño a la etiqueta y abrió la puerta a la fusión de dos universos que hasta entonces habían vivido en galaxias muy alejadas: el vino y el arte.
La iniciativa tuvo muy buena acogida, ayudada sin duda por lo excepcional de aquella cosecha, que ha quedado para la historia como una de las mejores de Burdeos: una botella magnum -1,5 litros- de Mouton Rothschild de 1945 fue vendida por 22.000 euros hace nueve años en subasta. El barón, muy bien relacionado con los círculos artísticos, recurrió a sus amistades para que diseñasen las etiquetas de las siguientes añadas: Jean Cocteau, Leonor Fini o Georges Arnulf accedieron a colaborar de buena gana a cambio de unas cuentas cajas de vino.
Diez cajas de recompensa
La originalidad de la idea proporcionó al proyecto una extraordinaria publicidad y muchas firmas consagradas se sintieron atraídas por la iniciativa: Miró, Chagall, Braque, Picasso, Warhol, Moore, Delvaux, Bacon, Balthus, Tàpies... Por muy cotizadas que estuviesen sus obras, la remuneración era siempre la misma: cinco cajas del vino de la cosecha que iban a adornar sus realizaciones y otras cinco de una añada más madura. Puede que a primera vista parezca una recompensa modesta, pero conviene no minusvalorar la cotización de un premier cru, categoría bajo la que se agrupan los cinco mejores caldos del mundo: la botella de Mouton Rothschild de 1986, por ejemplo, cuesta 3.314 euros, mientras que la de 2012, la última en salir a la venta, vale 655. El autor del dibujo que acompaña la etiqueta de esa añada, por cierto, es Miquel Barceló, que se inclinó por representar a dos carneros en combate (este animal es el emblema de la bodega).
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Para la cosecha de 2013 los herederos del barón, que falleció en 1988, han escogido al escultor, pintor y filósofo coreano Lee Ufan. El artista, que ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en Japón, ha pintado una mancha púrpura sobre un fondo claro. Puede que la elección de un creador de origen oriental no sea del todo casual, ya que ha sido precisamente el mercado asiático el que ha disparado la demanda de los grandes vinos de Burdeos. Para las clases pudientes de países como China, poner en la mesa de un restaurante un premier cru bordelés es lo más parecido a exhibir un cartel con un texto que dice soy un triunfador escrito en mayúsculas. Eso explica las numerosas adquisiciones de bodegas francesas protagonizadas por inversores chinos en los últimos tiempos.
La asociación entre arte y vino que ideó el barón de Rothschild ha tenido muchos imitadores, pero ninguna otra bodega ha conseguido aproximarse en cantidad y calidad a los artistas que ha reclutado desde 1945. Hay incluso algún guiño con figuras como el príncipe Carlos de Inglaterra, que proporcionó una de sus acuarelas para la cosecha de 2004. Fue en agradecimiento a un gesto que tuvo el barón, que dedicó la etiqueta de 1977 a conmemorar la visita que la reina madre Isabel hizo al Medoc ese mismo año. Al fin y al cabo, la rama de los Rothschild que se hizo en 1853 con el Château Mouton tenía sus raíces en la Gran Bretaña.
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