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ICÍAR OCHOA DE OLANO
Miércoles, 20 de enero 2016, 20:49
«Hasta aquí hemos llegado». Eso es más o menos lo que Enrique de Dinamarca soltó, eso sí, en danés, durante las pasadas Navidades en palacio. Y no ha habido marcha atrás. Harto de ser un vulgar «florero» en la corte danesa -así se autocalificó en una ocasión para una revista-, el deslenguado marido de la reina Margarita ha pedido la boleta para jubilarse de sus tareas reales y vivir la vida como un rey, que es lo que siempre ha querido ser. El despechado consorte ha debutado de turista en Nápoles, en donde se ha dejado fotografiar estos días junto a algunos artesanos, a los que ha visitado en sus estudios y comprado algunas obras.
Todo apunta a que ya no hay quien pare al díscolo príncipe -un 'notas', excéntrico e irrespetuoso para otros-, que ha dado por perdida su batalla contra la discriminación que a su juicio supone que una mujer se case con un monarca y adquiera automáticamente ese mismo estatus y, sin embargo, al revés no ocurra lo mismo. «¿Por qué debo estar bajo mi esposa? ¿Por qué no puedo ser Su Majestad también?», se ha quejado amargamente en público, en varias ocasiones, sin ningún éxito.
Agraviado, humillado y degradado, el segundón en la Zarzuela de Copenhague ha tomado las de villadiego con la bendición a regañadientes de la reina, incapaz ya de retenerle junto al trono. Ella misma fue quien, la pasada Nochevieja, cuando se dirigía a sus súbditos a través de los televisores para pronunciar el tradicional mensaje de año nuevo, les informó de que el príncipe, a sus 81 años, dejaba de servir a la patria para dedicarse a disfrutar de sus aficiones. Entre otras, cazar y hacer vino con las uvas de los viñedos que heredó de su familia y que rodean el castillo de Caix, al sur de Francia, su guarida cada vez que protagoniza una pataleta al sentirse eclipsado por la corona regia de su esposa.
La última y más sonada ocurrió hace apenas nueve meses, cuando un presunto y monumental gripazo le impidió acompañarla en los fastos organizados con motivo de su 75 cumpleaños, a los que acudieron miembros de toda la realeza europea. Esos días, varios testigos y varias cámaras le inmortalizaban con las canas al viento, surcando los canales de Venecia en compañía de un grupo de amigotes.
un hombre perruno
Consumado cazador, el príncipe Henrik se declara defensor de la naturaleza. Señala como uno de sus platos favoritos la carne de perro, que aprendió a saborear en Vietnam, donde se crió. A la vez, es el presidente honorario del Club Danés de Teckel y tiene un poemario dedicado a su perra salchicha Evita. Cuando ha hecho pucheros por su condición de mero príncipe consorte en lugar de rey, ha llegado a decir que se siente «peor tratado que los teckels de la reina, que viajan en primera». Guau.
No era el primer plantón que daba a las Casas Reales. Hace una década, se ausentaba de la boda de Guillermo y Máxima, entonces príncipes herederos de Holanda, y obligaba a la reina Margarita a acudir sola y con cara de póker. Entretanto, los daneses desayunaban con una exclusiva a un diario de su país en el que afirmaba sentirse «inútil y relegado». Su esposa tuvo que viajar a su refugio francés, agarrarlo de las orejas y llevarlo de vuelta a palacio. Para entonces ya tenía forjada buena parte de su fama como «el príncipe llorón». Así le han bautizado algunos rotativos daneses.
«Amor a primera vista»
Enrique de Laborde de Monpezat, natural de Gironda, en Francia, conoció a su esposa en Londres, cuando ejercía de secretario de la embajada del país galo en la capital británica. «Fue amor a primera vista», ha contado la soberana. El diplomático y la heredera al trono danés se casaron el 10 de junio de 1967. Al principio todo parecía ir sobre ruedas, en buena medida, por su gran pasión compartida: el arte y la literatura. Tanto es así que el príncipe publicó en 2000 'Cantabile', una recopilación de sus poemas de amor, a las que la monarca acompañó con sus propias ilustraciones. Además, ambos tradujeron al danés 'Todos los hombres son mortales', de Simone de Beauvoir.
Hijo de unos padres viajeros -él era periodista y agricultor-, se instalaron con su joven familia en China y Vietnam, donde creció Henrik y donde debió aprender a apreciar la carne de perro. De hecho, más de una vez ha proclamado a los cuatro vientos su debilidad por ese «plato. Es delicioso. Se parece a la carne de conejo y la de ternera, solo que más seca», ha matizado. De regreso de la Indochina francesa, se licenció en Derecho y en Ciencias Políticas en la Sorbona. También toca el piano y habla cinco idiomas, incluido el mandarín y el vietnamita.
Empachado de las intrigas palaciegas o nublado por una soberbia patológica -lo que parece más probable-, el padre de Federico y Joaquín de Dinamarca ha saltado del florero. Quiere lucir en solitario, zafarse de la alargada sombra de su esposa y ser, de una vez por todas, el rey de su casa.
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