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ANTONIO CORBILLÓN
Miércoles, 9 de marzo 2016, 21:21
Jeremiah Heaton, un empresario minero y agrícola de Virginia (EE UU) era incapaz de negarle nada a su hijita, Emily. «¿Qué quieres de regalo de cumpleaños?», le preguntó cuando la cría iba a cumplir 7 años. «Quiero ser una princesa». Heaton se lo tomó al pie de la letra y buscó en internet una 'tierra de nadie' para coronar a su niña. Solo hay dos: la Antártida y Bir Tawil, un pequeño trapecio hecho a tiralíneas entre las fronteras de Sudán y Egipto del tamaño de Gipuzkoa (2.000 kilómetros cuadrados).
Ubicado en el desierto nubio, lo normal es que los estados vecinos guerreen por estirar las fronteras. Menos en Bir Tawil, un subproducto de las maquinaciones coloniales británicas. Esta franja se encuentra al lado del Triángulo de Hala'ib, un territorio cerca del Mar Rojo lleno de petróleo por el que sí pelean sudaneses y egipcios. Un tratado británico de 1902 estableció que el país que reclamara alguno de estos lugares tendría que renunciar al otro. Así que, desde hace un siglo, solo las tribus nómadas de los ababda y los bisharin acampan en este secarral en el que ya no quedan ni palmeras, asfixiadas por las nubes de arena que llegan desde la península arábiga.
Jeremiah se aventuró hasta allí en 2014. Convenció a las autoridades egipcias de que le dejaran viajar, arriesgó el pellejo enrolado en caravanas y, a 10.000 kilómetros de su casa virginiana en Abingdon, avistó tierra conquistable. Lo hizo coincidir con el 16 de junio, día del cumpleaños de Emily. Heaton plantó su bandera (ideada por su mujer y sus tres hijos) sobre un promontorio y se autoproclamó rey de un territorio que decidió llamar Sudán del Norte. Emily ya tenía título y principado a heredar. «Como padre, uno nunca sabe qué caminos va a tener que recorrer por sus hijos», dijo Jeremiah cuando volvió a casa.
Reino digital
En realidad, lo sabía perfectamente. Bir Tawil no interesa sobre el terreno pero ya era una conquista codiciada por los 'emperadores del teclado' y Google Maps. Hay registrado un Reino de Bir Tawil, un Emirato, un Gran Ducado, una República Árabe Unida y hasta un Emirato Reino Lunar de Bir Tawil (sin duda el más acertado con el nombre). Este último ofrece hasta formularios web para solicitar la ciudadanía.
A Heaton le ha salido incluso un competidor en el empresario ruso Dmitri Zhijarev que asegura haber clavado su bandera antes que el americano. «Yo preferiría que usted no continuara con sus acciones para conquistar este territorio», le amenazó Dmitri en una carta oficial de rey a rey. Como compensación, le prometió que mantendría el título de princesa de Emily. Jeremiah decidió ignorarle y seguir con su hoja de ruta. En 2015 abrió sus primeras embajadas oficiales en Washington y Dinamarca. En la web del Reino de Sudán del Norte, que se anuncia como «la Nación del Amor y el Progreso», asegura que ha establecido «misiones diplomáticas» en varios países europeos (entre ellos España) y que quiere «invertir dos millones de dólares en los próximos 5-7 años».
«Si usted fuera rey por un día ¿qué haría de manera diferente?», se preguntó a sí mismo el nuevo monarca ante el escritor y periodista británico Jack Shenker, que le visitó para escribir su historia. «Soy una persona, no un país, no tengo otros recursos distintos al sol y la arena. Tengo las intenciones más nobles de hacer de este planeta un mundo mejor».
Para lograrlo, el reino (que aún no ha reconocido nadie) de Sudán del Norte se ofrece a cualquier inversor que busque un lugar sin impuestos ni regulaciones para sus negocios. Heaton les atrae con su Proyecto Libertad Digital, «más allá del alcance de la censura o impedimentos al libre comercio». En su reinado, Jeremiah (40 años) imagina un vergel ecológico en el desierto más ralo del Noreste de África, donde cree poder reproducir las plantaciones de su Virginia natal. «Si podemos dominar la producción de alimentos en el corazón del desierto, con muy poca agua, permitirá a los seres humanos prepararse mejor para el aumento de la temperatura global y un planeta más seco», engatusa en su web oficial a los posibles inversores de su revelación terrestre.
Por si acaso, ya ha vendido los derechos cinematográficos de su historia a la Disney. Seguro que en la 'factoría de los sueños' americana está el origen de todo: el deseo de ser princesa de una niña.
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