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Imágenes de la hambruna de los 90.
Tiempo de mascar raíces

Tiempo de mascar raíces

El régimen norcoreano avisa de que viene otra hambruna. La de los 90, bautizada como 'Ardua Marcha', mató a un millón de personas

C. B.

Jueves, 14 de abril 2016, 21:12

Los norcoreanos están acostumbrados al hambre. Hay algunas excepciones, y basta contemplar la estampa de Kim Jong-un para constatarlo, pero las condiciones de vida de la población en general llevan muchas décadas oscilando entre la escasez y la miseria absoluta. Ahora mismo, se encuentran en otro ciclo descendente: el 'Rodong Sinmun', periódico estatal, ha avisado a la ciudadanía de que debe estar preparada para «masticar de nuevo raíces de plantas», ya que probablemente se aproxima una hambruna. Por supuesto, el texto no utiliza esa expresión, prohibida de manera expresa por el régimen: en la realidad paralela del lenguaje totalitario, la falta de alimentos es la 'Ardua Marcha', el eufemismo de tono heroico que se generalizó a mediados de los 90, cuando la desnutrición mató a cientos de miles de norcoreanos.

En aquella ocasión, fue también el 'Rodong Sinmun' el que fijó los términos, al aplicar al desabastecimiento un concepto procedente de la mitología militar del país. Originalmente, la 'Ardua Marcha' designaba el combate legendario del líder supremo Kim Il-sung, al frente de un puñado de guerrilleros, contra el enemigo japonés: «A veinte grados bajo cero, resistiendo la fuerte nevada y la inanición, con la bandera roja ondeando al frente». Así se esperaba también que sobrellevase su destino la población, más allá del aguante de sus cuerpos, y de una manera muy similar se les ha planteado ahora el porvenir inmediato: «Aunque tengamos que entregar nuestras vidas, debemos seguir mostrando lealtad a nuestro líder, Kim Jong-un», apunta el editorial del diario.

Las hambrunas golpean de manera periódica el país asiático, sometido a un imposible equilibrio alimentario. La obsesión autárquica del régimen se lleva muy mal con las características de su territorio, donde la superficie cultivable es muy escasa: tradicionalmente, antes de la separación de las dos Coreas, el norte de la península era la zona industrial y el fértil sur, la agrícola. Esta circunstancia conduce a la paradoja de que la autosuficiencia, obsesivo orgullo del gobierno, es una pura ficción: sin ayuda exterior, la comida simplemente no alcanza para todos. El colapso de la Unión Soviética, que suministraba buena parte de ese soporte necesario, convirtió los años 90 en un infierno para los norcoreanos. O para casi todos, porque Kim Jong-il, que sucedió a su padre Kim Il-sung en 1994, seguía contando con lujos como su chef particular de sushi.

El régimen preparó el terreno con su campaña 'Solo dos comidas al día', pero la austeridad no bastó para superar el efecto de las inundaciones devastadoras de 1995, que arruinaron las cosechas y las reservas de grano. La inmensa mayoría de la población norcoreana obtiene su alimento a través del Sistema Público de Distribución, la ración de cereales que reparte el Estado, que fue quedándose en nada: los 700 gramos por persona de 1987 habían descendido diez años después a solo 128. La población, desesperada, se veía apresada por las mil restricciones impuestas por un régimen hipercontrolador: al principio, ni siquiera podían moverse libremente para buscar bellotas, bayas o setas con las que completar su dieta.

La norcoreana Mina Yoon, que entonces era una niña y años después escapó al Sur, ha relatado en NK News aquella pesadilla cotidiana de críos que morían o perdían la vista, de padres siempre ausentes en busca de comida, de madres que hacían milagros con hierbas, con hojas y con las desagradables raíces del arroz. «Los días que comíamos pastel de corteza de pino eran como Navidad», recuerda. «Los norcoreanos -puntualiza- no tenemos ningún estándar sobre desnutrición, porque es una condición generalizada». Los cálculos sobre la cantidad de personas que murieron de hambre entre 1995 y 1998 difieren, desde las 250.000 de algunas estimaciones hasta los tres millones y medio de otras, pero la cifra más razonable ronda el millón. La ayuda alimentaria a Corea del Norte se elevó por encima de los doscientos y trescientos millones de dólares anuales.

Su propia incompetencia

Aquel periodo dramático terminó, pero el problema estructural continúa sin resolverse: el país, aislado y cerril en su hostilidad hacia el resto del mundo, es incapaz de alimentar a sus ciudadanos. «Un niño de cada tres y una madre de cada cuatro son desnutridos crónicos», alertaba hace cinco años el Programa Mundial de Alimentos. La tremenda sequía del año pasado, que los medios oficiales describieron como la peor en un siglo, ha vuelto a colocar al país al borde del abismo. Según un informe publicado hace meses por la FAO, en Corea del Norte hay 10,5 millones de personas desnutridas, frente a los 4,8 millones de principios de los 90, en un avance hacia el desastre que solo superan Irak y Afganistán.

Pero, en un país tan lleno de dobleces, conviene ponerlo todo en cuestión. «Es improbable que haya otra hambruna, y ciertamente nada en la escala de los 90 -responde a este periódico Marcus Noland, director de estudios del Instituto Peterson de Economía Internacional y uno de los mayores expertos mundiales en el opaco país asiático-. La economía norcoreana es mucho más abierta y flexible que entonces y la gente no confiará ciegamente en que provea el Estado. Además, el mundo exterior tiene mucha más información y la ayuda humanitaria llegará antes. Hablar sobre otra 'Ardua Marcha' es una táctica de amedrentamiento: la economía norcoreana se está ralentizando y el régimen quiere preparar a la gente para tiempos más duros. En lugar de admitir su propia incompetencia y sus cálculos erróneos, prefiere culpar a las hostiles fuerzas extranjeras».

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