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Vista de Prípiat, con la central al fondo.
Viaje a la ciudad muerta

Viaje a la ciudad muerta

El desastre de Chernóbil, que vació Prípiat de sus casi 50.000 habitantes ha cumplido 30 años. «El silencio allí es atronador», describe un turista español que ha visitado la zona de exclusión

CARLOS BENITO

Martes, 3 de mayo 2016, 21:28

La ciudad de Prípiat nunca contó con muchas papeletas para atraer al turismo internacional. Fundada en 1970 para albergar a los trabajadores de la cercana central nuclear, tenía el discutible encanto de la estética soviética en su vertiente más ambiciosa: el gigantismo con varios carriles de la Avenida Lenin, las líneas austeras de los bloques de apartamentos y la aparatosidad de unos cuantos monumentos alegóricos, cuyo efecto se completaba con una provisión inagotable de carteles y murales de propaganda. En cambio, los residentes estaban encantados, porque Prípiat, una comunidad pujante repleta de jóvenes y niños, era lo más parecido a un paraíso burgués que se podía concebir dentro del rigor socialista: se habían construido viviendas más espaciosas de lo habitual y, además, disponía de lujos como garajes, parterres de rosas, una discoteca o una playa fluvial. Establecerse allí equivalía a subir automáticamente de estatus.

Los muertos

  • MÁS DATOS

  • Los expertos de Naciones Unidas cifraron las muertes provocadas directamente por el siniestro en 49, pero se estima que habrá un total de 4.000 fallecimientos prematuros causados por la radiación, la mayoría por el incremento en la incidencia del cáncer.

  • A los seis meses de la tragedia, las autoridades soviéticas anunciaron la construcción de una nueva ciudad, Slavútich, a 45 kilómetros de Prípiat y 50 de la central. «Si Prípiat representa destrucción, derrota, una ciudad perdida, una ciudad muerta, Slavútich es la resurrección», dijo su primer alcalde. Allí viven 25.000 ciudadanos muchos son evacuados de Prípiat y personas que trabajan en la construcción del nuevo contenedor de la central, unida a la ciudad por una línea de tren.

Hoy, en Prípiat hay turistas y no residentes. Se han cumplido treinta años de la catástrofe de Chernóbil: el 26 de abril de 1986, a la una y veintitrés minutos de la madrugada, el reactor número cuatro de la central reventó y exhaló su aliento radiactivo sobre toda Europa. Sus efectos llegaron hasta el extremo noroccidental de Irlanda, pero la peor parte, inevitablemente, correspondió a la ciudad más próxima y a los humildes pueblecitos que salpicaban la comarca. Treinta y seis horas después del desastre, se inició la evacuación de Prípiat: los casi 50.000 habitantes tardaron solo cuatro horas en abandonar sus casas, a bordo de una flota de 1.200 autobuses. Tal como les ordenaron, solo se llevaron lo necesario para tres días, convencidos de que no tardarían en regresar a sus hogares, pero en realidad se habían marchado para siempre. Prípiat se convirtió en una ciudad muerta, un paisaje postapocalíptico en el que la vida parecía haberse interrumpido de repente. Y, en una gigantesca paradoja, su potencial turístico se disparó.

La ciudad, que actualmente forma parte de Ucrania, está dentro de la zona de exclusión, la circunferencia de 30 kilómetros de radio que abarca las tierras más contaminadas. En el interior de ese perímetro solo residen un par de centenares de personas, los 'samosely', ancianos que han decidido saltarse la prohibición y volver a sus aldeas. Allí dentro también se trabaja, y a buen ritmo: unas tres mil personas están construyendo el nuevo contenedor para el reactor, una portentosa pieza de ingeniería que relevará al 'sarcófago' levantado por los soviéticos. Pero, más allá de eso, la única actividad económica en esta zona vedada es el turismo.

¿Qué buscan los turistas en el escenario de aquel drama terrible? «Cosas muy variadas. Para unos, lo importante es la exploración urbana de recintos abandonados, mientras que a otros les interesa más la naturaleza dentro de la zona, o simplemente la posibilidad de visualizar de manera vívida los últimos momentos de los habitantes de Prípiat antes de irse. Los rastreadores de misterios conviven con los fotógrafos que persiguen la imagen perfecta», explica a este periódico Yuri Kovalchyk, portavoz de la firma Ukrainianweb.com, que funciona desde 1999. Las visitas a la zona de exclusión, que han de pasar por los puestos de control, están sujetas a una normativa estricta: solo se admite a mayores de 18 años, que deben llevar cubiertos los brazos y las piernas.

«Yo pude entrar en una vivienda y me llamó mucho la atención toparme con un piano. Mucha gente fue a robar, pero se ve que las cosas tan grandes no pudieron llevárselas. Los paisajes son desoladores, pero lo que más me impresionó fue el silencio», evoca Unai Guevara, un soldador vizcaíno que visitó la zona de exclusión hace dos años.

«Yo tenía unos 10 años cuando ocurrió el accidente y me acuerdo del mapa con la nube que cubría Europa», evoca Mariano Rico, de Alicante, apasionado de la fotografía y de la exploración urbana. Cuando cerró Canal 9, donde trabajaba de técnico de telecomunicaciones, se vio con tiempo y dinero para viajar a Chernóbil. «El silencio en Prípiat es atronador, exagerado -describe-. También es increíble cómo reclama la naturaleza su territorio».

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