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«Alex Lowe nos salvó la vida»

El cuerpo del alpinista ha aparecido en el Himalaya después de 16 años sepultado bajo el hielo. Dos montaneros españoles a los que rescató de la muerte en Alaska recuerdan aquella aventura

GUILLERMO ELEJABEITIA

Domingo, 8 de mayo 2016, 22:28

Es relativamente frecuente entre los himalayistas toparse alguna vez con un cadáver momificado. Solo en el Everest se calcula que hay más de 200 cuerpos congelados. Las duras condiciones de la montaña convierten el rescate de los muertos en una temeridad y una ley no escrita del alpinismo dice que lo mejor es que descansen en paz, en el hielo. El humor macabro de quienes saben que la muerte puede acecharles en el siguiente risco les ha bautizado con apodos como 'Botas Verdes' o 'El Saludador'. Pero todos tienen nombre y apellidos, aunque no sean tan célebres como el de Alex Lowe.

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El cuerpo del que estuvo considerado el mejor alpinista de su generación fue encontrado el pasado 29 de abril, 16 años, 6 meses y 22 días después de que una avalancha lo sepultara mientras ascendía al Shishapangma, en el interior del Tíbet, junto a David Bridges, su cámara. La noticia ha servido para rescatar la memoria de un hombre que destacó no solo por sus técnica deportiva -«muy por encima del resto», como recuerdan sus compañeros-, sino también por sacrificar sus propias gestas para asistir a quienes la montaña ponía en apuros.

Como Xavier Delgado, que seguiría enterrado bajo el hielo del Denali, en Alaska, de no ser por el coraje y la destreza de Lowe. «Le debo la vida», reconoce este barcelonés de 56 años. «Le recuerdo como un hombre físicamente superior. Yo tenía entonces 35 y el debía rondar los veintipocos». Le traiciona la apariencia atlética de Lowe, que en realidad tenía dos años más que él cuando se lo echó a la espalda, colgado de una cuerda a 6.000 metros de altitud, y le llevó hasta un lugar seguro, en uno de los rescates más espectaculares que se recuerdan.

Corría el año 1995 cuando Delgado, Albert Puig y Climent Lupón emprendieron la ascensión al pico más alto de Norteamérica, que entonces todavía se llama oficialmente McKinley: una de las más duras del planeta por el fuerte desnivel, la alta probabilidad de sufrir mal de altura y las dureza del clima ártico. Aquel 9 de junio se desató una fuerte tormenta que obligó a los escaladores a acampar sobre un espolón en una de las caras de la arista West Rib, junto a la planicie llamada Football Field y muy cerca de la cima.

Estaban atrapados. Pidieron ayuda, pero se había hecho tarde y los Rangers que custodiaban el parque les advirtieron que tendrían que aguantar hasta la mañana siguiente. Al amanecer, Puig salió de la tienda para intentar alcanzar un emplazamiento seguro, pero resbaló y cayó por un tobogán de nieve desde una altura de 1.000 metros. Sus amigos vieron horrorizados cómo se despeñaba.

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Amputaciones

No lejos de allí, Alex Lowe recibía una llamada de radio para que participara en el operativo de rescate. Una segunda expedición barcelonesa que emprendía ese día el ascenso al McKinley, formada por Josep Antoni Pujades y Francesc Sanahuja entre otros, también se movilizó para hacer de enlace por radio entre los rescatadores y los montañeros atrapados.

«Estamos jodidos. ¿Cuándo nos sacarán de aquí? Albert ha caído -empezó a hablar Climent Lupón en cuanto consiguieron establecer la conexión-. Yo estoy con los pies helados, porque la tienda está rota por el viento, pero Xavi está peor: tiene las manos y los pies afectados y no puede ni coger la radio. ¡Que vengan rápido a evacuarnos, por favor!». Durante casi dos horas hablaron «de cosas importantes, pero también de otras triviales, casi frívolas, para tratar de suavizar la espera», recuerda Pujades.

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Montañas masificadas

  • En el campamento base del Everest se pueden congregar hasta 900 peronas, algunas con comodidades propias de un hotel. Los viejos montañeros lamentan que el techo del mundo se haya convertido en una atracción tturística de élite por la que se pagan de media unos 45.000 euros.

  • Salvo para los más expertos, la ascensión no sería posible sin la ayuda de porteadores nativos, que apenas ingresan unos 5.000 euros anuales. La avalancha que hace dos años mató a 16 de ellos destapó una realidad tildada de colonialismo.

  • Más de 200 cadáveres de montañeros se acumulan en las laderas del Everest. Sobre todo en la llamada zona de la muerte, a partir de los 8.000 metros de altitud, donde un rescate resulta casi imposible. Algunos son usados por los alpinistas como punto de referencia, como El Saludador, al inicio de la ascensión; Peter Boardman, que desde 1982 vigila sentado la ruta sur; o el famoso Botas Verdes. En 2011 un grupo de sherpas realizó una expedición para limpiar la zona y retirar algunos cuerpos.

Mientras charlaban, un helicóptero de dos hélices ya había partido para dejar en el altiplano a cuatro expertos en salvamento encabezados por Lowe. Lograron llegar hasta donde se encontraba Alberto Puig, pero solo para comprobar que no se podía hacer nada por su vida. Cuando alcanzaron la tienda y fijaron la cuerda, Climent consiguió llegar al 'Football Field' por sus propios medios. Lowe se quedó con Xavier Delgado. «Yo no podía con mi alma, iba muy lento». Entonces el norteamericano decidió cargarse a la espalda los 65 kilos del montañero catalán y continuar la marcha por la ladera a 6.000 metros de altitud, para sorpresa de los que aguardaban en el llano. «Noté una potencia humana brutal, era un hombre físicamente superior», recuerda Delgado. Detrás de ellos, otro miembro del equipo, Mark Twight, sostenía la cuerda para evitar que perdieran el equilibrio y aprovechó para captar una imagen que entonces dio la vuelta al mundo.

Delgado sufrió amputaciones en un pie y una mano y no pudo volver a escalar. Cuando se recuperaba de la operación en el hospital de Anchorage, todavía en Alaska, recibió la visita de su ángel de la guarda. «Apenas nos entendíamos, pero recuerdo su sonrisa y su simpatía». Poco después, Lowe recibió una carta de agradecimiento que su viuda reproduce en sus memorias: «Ya no tendrás que elegir una montaña o una ruta para escalar, estás en todas ellas. Nuestro encuentro fue breve, pero serás siempre una luz en mi futuro y en mi vida. Mi gratitud es eterna».

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Salvar vidas era su destino. Lo que es un deber moral para cualquier escalador, para Lowe era casi una adicción. Esa misma semana, él y su amigo Conrad Anker se alistaron en otro equipo de rescate para socorrer a un grupo de nueve empresarios taiwaneses que se habían empeñado en iniciar el ascenso a pesar del mal tiempo. Uno de ellos murió, pero el resto se salvó gracias a su intervención.

Anker se casó con su viuda

Después de toda una vida arrebatándole presas, la muerte encontró a Alex Lowe el 5 de octubre de 1999, cuando trataba de ser el primero en descender esquiando desde la cima del Shisha Pangma, la llamada 'Morada de los dioses'. Le acompañaban Anker y el cámara David Bridges. Solo Anker sobrevivió. Un par de costillas rotas y un hombro dislocado fueron sus únicas heridas. El destino le permitió seguir adelante para convertirse en el principal apoyo de Jenni, la viuda de Lowe, y de sus tres hijos, de 10, 6 y 3 años. En 2001 se casaron y desde entonces viven en Montana. Hace una semana recibieron una llamada de Nepal: «Acabamos de encontrar dos cuerpos, están bastante juntos. Llevan mochilas North Face azul y roja y botas amarillas marca Koflach. Toda la equipación es de aquella época», explicaban al otro lado del teléfono los también escaladores Ueli Steck y David Goettler. «Casi seguro que son ellos».

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«Sabía que este día llegaría, pero nunca pensé que fuera tan pronto. Creí que no viviría para verlo», reconoce Jenni al hablar del hallazgo. Pero una primavera especialmente cálida, como las dos anteriores, ha permitido que su marido emerja de las nieves. Su viejo amigo Anker se alegraba estos días de que hayan sido «unos escaladores, no un pastor de yaks o unos senderistas», quienes hayan encontradolos cuerpos: «David Goettleb y Ueli Steck están cortados por el mismo patrón que Alex y yo». El suizo Steck es hoy en el circuito del alpinismo casi tan famoso como lo era Lowe en los noventa y también él ha destacado por su valor en el rescate. En 2008 asistió al navarro Iñigo Ochoa de Oiza, que agonizaba en la cara sur del Annapurna. No pudo salvar su vida, pero se quedó junto a él en sus últimas horas. Por deseo de su familia, el cuerpo de Iñigo no fue recuperado y es uno más de los numerosos montañeros que descansan para siempre en el Himalaya, la tumba más bella del mundo.

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