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Ibai podrá ser artista

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Rafael Matesanz es el nefrólogo que ha convertido España en un ejemplo para el mundo

ANTONIO CORBILLÓN

Domingo, 5 de junio 2016, 20:32

Fue un lunes de locos. El pasado 14 de diciembre, mientras los políticos apuraban la última semana de la inútil campaña electoral del 20-D, 38 enfermos recibían la vida que otras 15 personas acababan de perder. Más de 600 profesionales, 27 hospitales, 12 aeropuertos, 4 compañías aéreas, policías, el 112, transportistas y la coordinación entre once comunidades autónomas completaron la mayor donación colectiva de órganos de la historia en un solo día.

Todo el personal implicado en los trasplantes se integra desde hace casi tres décadas en la mejor orquesta médica que tenemos en España. Y la batuta de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) la ha llevado hasta ahora un solo director: Rafael Matesanz (Madrid, 1949). Este nefrólogo, que ha sobrevivido a 13 ministros de Sanidad, habla de «patriotismo de la salud» cuando se refiere a a los 100.000 trasplantes que se han efectuado bajo su gestión: «Porque aquí no hay hechos diferenciales regionales, solo órganos compatibles bajo rigurosos criterios profesionales». A sus 67 años, anuncia que se va. Una de las primeras labores del próximo ministro será buscarle sustituto. «Al paso que vamos, a lo mejor me toca el Gordo de Navidad sentado en este despacho», bromea.

Matesanz, siempre vestido con esos trajes tan sobrios, continúa en el mismo Pabellón 3 del Instituto Carlos III de Madrid en el que empezó en 1989, con Felipe González como presidente. Hasta entonces, los trasplantes eran una cirugía exquisita que practicaban unos pocos valientes. «Él llegó para poner fin a los reinos de taifas existentes entre los diferentes servicios de nefrología», resume el presidente de la Asociación de Lucha contra las Enfermedades del Riñón, Jesús Molinuevo. En aquellos años, el trasplante de riñón era el trasplante, a secas. Casi no se hacía otra cosa. Tal es así, que la ONT empezó a ilustrarse con las quejas de tantos enfermos y familias sometidos a la esclavitud de las máquinas de diálisis.

Así las recuerda el barcelonés Liberto Radúa. A sus 81 años es el trasplantado de riñón más longevo de España, aunque no fue el primero. El pasado noviembre se cumplieron 50 años de aquella operación pionera, de la que se benefició una mujer de 35 ya fallecida. A él le llegó el turno tres años después. Recuerda que entonces «no había ni diálisis. Era todo muy doloroso». Cuando su insuficiencia renal se agudizó, «ya me había hecho a la idea de morir». Un día, el médico le confundió en un pasillo con su hermano gemelo, Progreso, que había ido a visitarle. «¿Qué hace usted en el pasillo? ¡Métase en la cama!», le ordenó despistado. Aclarada la confusión, el doctor les expuso la única salida que quedaba: el trasplante. Progreso demostró su temple. «No se lo pensó. Tenía miedo, igual que yo, pero ¡estábamos tan unidos! Hubiera hecho lo mismo por él», se emociona Liberto. La cosa funcionó tan bien que el préstamo va camino de cumplir 48 años. Ha superado incluso a su dueño original, fallecido hace años.

En este casi medio siglo no ha tomado ni una pastilla. «Mi receta siguen siendo los cafés, buena comida, mi carajillo... y el baile». Rodeado de sus tres hijas -dos de ellas nacidas después- y seis nietos, su optimismo apenas decae estos días en que convalece de dos roturas de huesos: fue atropellado por un coche, lo que le ha obligado a suspender sus vacaciones en Canarias. Expresidente de los donantes de riñón, todavía sigue visitando a los enfermos que esperan. «Me llaman para que les hable porque doy esperanza a la gente».

Un despacho sin teléfono

Contrasta con la experiencia de Anabel Rodríguez, que después de dos rechazos recibió en 2008 un trasplante en vivo de su hermano mayor. Se lo hicieron por laparoscopia, lo que permite cirugías menos invasivas. «Mi hermano estuvo dos días en el hospital y dos semanas después se fue de vacaciones. Doy fe de lo bien que funciona todo y la suerte de nacer aquí», destaca esta catalana de 32 años.

Liberto y Anabel son el pasado y un presente que tiene en el carácter público de la ONT su seña de identidad. «Lo privado atenta contra nuestro ADN. Sería el fin y lo haría todo incontrolable. Si se desregula sería una selva -insiste, vehemente, Matesanz-. Aquí no hay tráfico ni turismo de órganos».

En su origen nadie le auguraba el éxito. «Un despacho sin teléfono y dos secretarias. Esas fueron todas mis dotaciones», rememora Matesanz. Y mientras repasa una labor a la que, casi dando ejemplo, ha donado un buen trozo de su vida, dibuja una imperceptible sonrisa de castellano viejo. Sabe que se va con los deberes hechos.

El 1 de junio fue el Día del Trasplante. Mañana será el Día Mundial del Trasplantado. Una vez más, desde el resto del mundo dirigirán la vista hacia ese Pabellón 3 para buscar referencias. Desde que levantó su telón en septiembre de 1989, la ONT ha superado los cien mil trasplantes: cada dos horas, en virtud de las trece intervenciones que se efectúan al día, una vida recibe una nueva oportunidad gracias a otra que termina. La clave está en las UVI, esos escenarios donde todo es crítico y pende del hilo de gente muy curtida. «Controlamos muy bien esos servicios de urgencia y hemos aleccionado a más de 6.000 internistas», explica Matesanz.

España llegará en breve a superar las 5.000 operaciones anuales. La precisión del sistema ha logrado mantener a raya la lista de espera. Como si todo su engranaje fuera una factoría de la salud: «La oferta genera demanda; si tuviéramos el doble de donantes trasplantaríamos todos los órganos». Pero en estas casi tres décadas, la población ha aumentado en unos 10 millones de habitantes en España. Por eso las cifras siguen casi invariables: siempre hay unos 5.500 españoles aguardando un órgano (el 80%, un riñón). No será fácil reducirla, a pesar de los 225 hospitales que cumplen los protocolos de extracción o trasplante.

Y, sin embargo, la revolución aquí es constante. La leyenda urbana del joven motorista accidentado y los equipos médicos con sus neveras (las mismas que llevamos a la playa con hielos) dándose prisa para aprovechar sus vísceras está a punto de desaparecer. Los accidentes, siempre a la baja, apenas aportan ya el 4% de las donaciones. Más de la mitad de esos órganos proceden de cuerpos que superan los 60 años. Incluso un 10% pasa de los 80. El listón de los 2.000 donantes anuales está cada vez más cerca. Pero llegará de las nuevas formas de donación. Como las cruzadas (entre parejas) y las cadenas de donantes. O los buenos samaritanos, a los que Matesanz llama la «quintaesencia de la generosidad», personas vivas que ceden un riñón a un desconocido. Todo ayuda para que las cifras dupliquen la media europea. Además, las negativas de los familiares de los difuntos apenas llegan hoy al 15%, gracias a la formación de los equipos sanitarios de las UVI: «En ese momento tan duro, cuando la muerte es una derrota y lo que nos apetece es dar el pésame a la familia, abordamos la petición».

Rafael Matesanz ha convertido la confidencialidad en una obligación, más allá incluso de lo que marca la ley. Pero no duda al resonder cuando se le pregunta por algún caso que le dejara especial huella. «Ibai... el niño vasco».

En diciembre de 2010, la imagen de Ibai Uriarte y su pequeño cuerpecillo de 4 años encadenado a una maraña de tubos que le mantenían con vida enterneció al país entero. Durante una intervención en el hospital de Cruces para quitarle un tumor en el abdomen, que resultó ser un embrión gemelo que se había enquistado, se produjo un «accidente quirúrgico»: era necesario un trasplante multiorgánico de hígado, estómago, duodeno, intestino delgado y páncreas. Su padre, Javier Uriarte, recuerda aquel agónico viaje desde Bilbao a Madrid. «Éramos urgencia cero, lo que significa que se acababa el plazo». Lo rememora mientras vigila a Ibai, un terremoto camino de los 10 años que trastea con su hermano Markel (14 años) en su casa de Zaratamo. El donante infantil compatible, el «milagro», como lo califica Matesanz, llegó de Portugal.

Ibai aún se acuerda de Manuel López Santamaría, el médico del hospital de La Paz de Madrid que le operó. En su última visita le llevó una hoja de su cuaderno escolar. «Es muy majo y le puse gracias por salvarme la vida», suelta el crío. Ahora lleva una vida casi normal. Le cargan las pilas unos batidos de 1.800 calorías por la mañana y la inevitable medicación inmunodepresora que toman los trasplantados de por vida para evitar rechazos.

Eso y la mascarilla que lleva en clase para evitar contagios. «Si coge algo, le cuesta más recuperar. Es a lo que estamos más atentos, pero pensamos en positivo y no nos angustiamos», insiste su padre. No les da tiempo si quieren seguir la estela de Ibai, dispuesto a comerse el mundo. «De mayor quiero ser actor, cantante y músico, como mi hermano». Markel hace sus pinitos aporreando la batería. De momento, su icono es Neymar, cuyo corte de pelo luce en su cabecita. Con la camiseta del Barça, hasta se parece a él.

«Damos la esperanza»

Buen estudiante de 3º de Primaria, al que «le ponen un diez en portarse bien» -presume su padre-, estos días anda nervioso porque está a punto de irse de campamento con sus colegas. Chavales como Alain y Aimar, «mis mejores amigos», con los que espera pasárselo en grande. «Sobre todo quiero bailar, porque sé que me voy a emocionar». En el domicilio familiar todo gira a su alrededor. El pasado 1 de mayo se llenó de regalos por su primera comunión. «Mira qué tele tenemos (señala al gran plasma), también me regalaron la Play 4 y una bici». Ahora pelea con su hermano por el manillar para dar vueltas en su barriada de Santa Bárbara.

Javier y su mujer, Susana, aún recuerdan emocionados cuando, después de salir de la UCI, lo más duro parecía quedar atrás. «La gente nos decía que, si nuestro hijo había salido adelante, es que había esperanza para todo el mundo». Por eso se implicaron en la asociación que ayuda a los menores que han sufrido lo mismo que Ibai: se llama Nupa.

Desde que el doctor Barnard hiciera el primer trasplante (1967), el corazón se convirtió en la estrella. Pero la mejora en los hábitos de vida y la mayor longevidad han reducido estas intervenciones en los últimos veinte años. Aun así, el riojano Juan Vicente del Álamo es uno de los dos hombres de este mundo que han cambiado tres veces de músculo cardíaco. «El cielo no necesita órganos. He visto a muchos compañeros que se han ido por no haber donante», insiste. Apenas superado su tercer «y esperemos que definitivo» intento en 2012, volvió a triunfar en los torneos de tenis y pádel para trasplantados. Para Juan Vicente, «el deporte, sin pasarse de rosca, es una terapia muy buena para no darle vueltas a la cabeza». Aunque sus tres nietos le desgastan tanto o más. También la escritura. Narró su experiencia en el libro As de corazones, que le costó «muchas lágrimas».

Los avances sin límites son ahora más visibles. Al joven paraguayo Fernando Isaac Gómez, un tumor en las meninges le acabó desfigurando el rostro. «Ya no quería salir a la calle, el bulto me tapaba los ojos», cuenta. Después de seis meses de estudio, el cirujano maxilofacial Jorge García, del Universitario de Salamanca, le aplicó una técnica pionera: trasplante de parte del esqueleto de un donante.

El doctor García recuerda aquella noche de domingo que le llamaron para sacar de un cadáver todo lo necesario. «La bomba fue que la frente, la base del cráneo, la nariz... todo era del donante. Fue una salvajada, pero no creo que volvamos a hacerlo». Casi dos años después, puede presumir de que la intervención fue un éxito. «La clave fue que mantuvimos la piel de Fernando, con lo que hemos evitado el rechazo».

«No tomo nada, solo algún paracetamol cuando me duele algo», confirma el paciente, que ha encontrado trabajo de transportista en Madrid y ha tenido un hijo. «Ya no me dan miedo los espejos. Ahora ya puedo volver a Paraguay por Navidad porque llevo seis años sin ver a mi familia».

De los 40 trasplantes de cara que se han hecho en el mundo, media docena llevan la firma de manos españolas. Pedro Cavadas, colaborador también de la ONT, justificó el jueves su sobrenombre de doctor milagro al presentar a una mujer marroquí a la que reconstruyó el rostro por completo.

La ciencia parece no tener puertas. Con la mente más fuera que dentro, Rafael Matesanz responde a los retos del futuro:

- Se ha hecho el primer trasplante de pene.

- Hay dos tipos de intervención. La que satisface una necesidad y la que no. Y esa me parece dudosa.

- Se anuncia el primero completo de cabeza para 2017.

- Una estupidez monstruosa. Hay que quemar etapas. Además, tengo dudas de que todo lo que se pueda hacer técnicamente se deba hacer.

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