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Reino Unido 'is different'

Reino Unido 'is different'

Circulan por la izquierda, miden las distancias en millas, usan extraños enchufes y jamás renunciarán a la pinta

CARLOS BENITO

Jueves, 9 de junio 2016, 22:13

Seguramente resulta injusto decir que los británicos son gente muy rara, por mucho que acompañen su té con sándwiches de pepino e incluso disfruten de la indescriptible Marmite, esa pasta pegajosa de extracto de levadura que sirve como prueba definitiva de 'inglesidad'. En realidad, todos los países poseemos singularidades disparatadas si se nos observa desde el ángulo menos favorecedor, pero sí es cierto que el Reino Unido se ha mostrado especialmente tozudo a la hora de mantener algunas de sus peculiaridades: el Canal de la Mancha -ese brazo de mar que ellos llaman Canal Inglés- ha servido como frontera eficaz frente a costumbres abrazadas por el resto de Europa, de manera que Gran Bretaña es también, en muchos sentidos, una isla cultural. Y estos días, mientras el debate sobre la ruptura con la UE aborda complejas cuestiones de economía y soberanía, muchos de los que votarán en el referéndum se quedan con un argumento mucho más básico: el Reino Unido es diferente.

Más allá de aquel titular apócrifo que decía 'Niebla en el Canal: el continente, incomunicado', en la vida cotidiana resulta fácil dar con británicos que hablan de sus vacaciones «en Europa». El Reino Unido también forma parte de Europa, claro, pero no del todo: hablamos de un lugar donde se conduce por la izquierda, las distancias se miden en millas y yardas y los enchufes son mazacotes de tres clavijas, por citar tres rasgos de la vida cotidiana que ningún forastero puede pasar por alto. Hay muchos más, desde el tallaje propio en la ropa y el calzado hasta la orientación de la escritura en el lomo de los libros, y el conjunto refuerza una sensación de marcada diferencia con el resto de Europa. Eso sí, en unos pocos puntos han cedido a la estandarización, al menos formalmente. En 1971, la libra esterlina se volvió decimal y abandonó sus fracciones clásicas: hasta entonces, se dividía en 20 chelines y en 240 peniques, y todavía hoy, mientras la moneda común se extiende por Europa, hay quienes añoran aquel «dinero de verdad». Nueve años antes, en 1962, el servicio meteorológico abandonó la escala Fahrenheit en favor de la Celsius, pero ni siquiera medio siglo ha bastado para erradicar la costumbre: algunos periódicos usan la primera para las noticias sobre altas temperaturas y la segunda cuando toca informar de heladas, porque así las cifras quedan más impresionantes.

¿Por qué los británicos se muestran tan reacios a cambiar? Unos interpretan esa actitud como legítimo orgullo por lo propio, mientras que otros prefieren hablar de cerril complejo de superioridad. La geografía y la historia son factores determinantes: «La cultura política de Gran Bretaña ha evolucionado de manera muy diferente a la de la mayoría de los países europeos. Aquí se han preservado instituciones antiguas durante muchos siglos, permitiéndoles evolucionar sin la ruptura violenta que ha tenido lugar en Francia, España o Italia. La política británica rara vez ha dado voz al extremismo: no hemos experimentado el fascismo, mientras que el comunismo siempre ha sido marginal en nuestra política. Esta estabilidad se ha reflejado en un afecto por las tradiciones, tanto las genuinamente antiguas como las reinventadas», explica a este periódico David Abulafia, profesor de la Universidad de Cambridge y uno de los fundadores del colectivo Historiadores por Gran Bretaña, que aboga por «renegociar» la relación con Europa.

La buena pinta

  • La cerveza y la sidra de barril (bebidas tradicionales en los pubs) y la leche en envases retornables son las principales excepciones a la ley de pesos y medidas para ellas se utiliza la pinta imperial, que es un octavo de galón y equivale exactamente a 568,26125 mililitros. Los pubs sirven la cerveza en vasos certificados, que tradicionalmente lucen una corona, aunque eso no elimina el debate sobre la proporción que debe ocupar la espuma.

  • La libra esterlina es la moneda oficial del Reino Unido, con la peculiaridad de que, además del Banco de Inglaterra, hay tres bancos de Escocia y cuatro de Irlanda del Norte que emiten sus propios billetes, cada uno con diseños e incluso denominaciones diferentes. El Banco Real de Escocia, por ejemplo, es el único que mantiene el billete de una libra. Los de cinco libras de la foto son la gran novedad, fabricada en plástico, que el Banco de Inglaterra lanzará en septiembre.# Las encuestas realizadas desde el año 2000 demuestran que los británicos no tienen ninguna gana de pasarse al euro el mejor resultado a favor fue un 33%.

  • Un país que mantiene su propio sistema de medidas en las señales de tráfico difícilmente se plegará a la estandarización en un entorno como el de las tallas, tan proclive a cierto grado de confusión. Como se puede comprobar en las etiquetas, el Reino Unido utiliza sus propios tallajes en la ropa y el calzado, lo que ha dado lugar a incontables disgustos a quienes encargan prendas británicas. Un zapato de mujer del número 36 puede ser un 3, un 3,5 o un 4 en el Reino Unido, mientras que una bota masculina del 43 rondará el 9,5.

  • No son los únicos el 35% de la población mundial conduce por la izquierda, pero la mayor parte lo hace por influencia británica. Es el caso de excolonias como Australia, Nueva Zelanda, la India, Pakistán o el sureste africano. También en Japón se circula por la izquierda, aunque no formó parte del Imperio Británico

  • Todas las señales de tráfico deben utilizar las medidas imperiales (millas y yardas para las distancias, millas por hora para la velocidad, pies y pulgadas para los límites de tamaño), con la excepción de las restricciones de peso, para las que se usa el sistema métrico. Aunque el combustible se vende por litros, para el consumo se suelen manejar las millas por galón.

La continuidad es la clave. Por ejemplo, hubo un tiempo en el que circular por la izquierda era lo habitual en todo el mundo conocido, a lomos de alguna cabalgadura. Para blandir la espada contra un atacante usando la mano derecha, lo más efectivo es colocarse en el lado izquierdo de la calzada. En el siglo XVIII, con el fin de ordenar el tráfico en el congestionado Puente de Londres, el alcalde de la capital británica convirtió esa costumbre en obligación, una norma que se acabaría extendiendo a todo el país en 1835. Y así se ha quedado, tanto en el Reino Unido como en buena parte de sus colonias (Australia y la India, por ejemplo). En los años 60 del siglo pasado, el Gobierno planteó la posibilidad de acomodarse al resto de Europa, pero concluyó que los riesgos y el coste excedían con mucho los beneficios. En España, es obligatorio conducir por la derecha desde 1928: antes, en desinhibido caos, los coches circulaban por la izquierda en Madrid y por la derecha en Barcelona.

La derecha en el volante

Los británicos sostienen que su ordenación del tráfico presenta una evidente ventaja: la palanca de cambios se maneja con la izquierda, de manera que la mayoría diestra de la población no tiene que levantar la mano buena del volante. También sus enchufes, argumentan, están a años luz de los continentales en materia de seguridad: tienen fusibles e interruptores incorporados y están diseñados de modo que la toma de tierra lleva una clavija más larga, que desbloquea los otros agujeros.

La pelea más encarnizada tiene que ver con los pesos y medidas. Oficialmente está adoptado el sistema métrico, pero existen unas cuantas excepciones significativas: las distancias en las carreteras siguen expresándose en millas (los límites de velocidad, en millas por hora) y la cerveza de barril se debe servir en pintas, igual que la leche vendida en envases retornables. En los demás usos, existe gran tolerancia con el sistema imperial, que sigue arrasand en algunos campos: según una encuesta realizada hace tres años, el 79% de los británicos prefiere expresar su peso corporal en libras y 'stones' (una 'stone' son catorce libras, es decir, 6,35 kilos).

El enfrentamiento entre tradicionalistas y renovadores llega a extremos que bordean lo grotesco. Hay un grupo llamado Resistencia Activa a la Metrificación, que se dedica a corregir los «carteles ilegales» que indican las distancias en metros y kilómetros: ya han «arreglado» tres mil. También existen los Mártires Métricos, un grupo de comerciantes acusados de utilizar básculas que empleaban solo unidades imperiales. Y está, en fin, el restaurante polaco de Doncaster amenazado de multa por servir su cerveza Zywiec en vasos de 33 centilitros y de medio litro, violando así la excepción normativa sobre las pintas. Según indica la BBC, la confusión se extiende hasta los rincones más recónditos de la economía: «El cannabis se suele vender en onzas, mientras que para la cocaína se usan los gramos», apunta la cadena pública. «El Gobierno ha hecho muy poco para aclarar qué beneficios tendría usar el sistema métrico. Si a la gente le pides que cambie los hábitos de toda la vida sin más explicación, es lógico que se muestre reacia. Es un fallo de liderazgo», se queja Robin Paice, presidente de la asociación que presiona sufridamente por la convergencia métrica con el resto de Europa.

El propio David Cameron, europeísta convencido, ha animado a los votantes a quedarse con lo mejor de «ambos mundos», como si el Canal fuera una frontera cósmica. Y, cuando un político ruso se refirió a Gran Bretaña como «una islita», se lanzó a una defensa encendida que no reforzaba precisamente la actitud de mirar al resto de Europa de tú a tú. «Cuando el mundo quería derechos, ¿quién escribió la Magna Carta? Cuando querían representación, ¿quién levantó el primer Parlamento? Cuando deseaban compasión, ¿quién lideró la abolición de la esclavitud? Cuando buscaban igualdad, ¿quién dio el voto a las mujeres? Cuando su libertad estaba en peligro, ¿quién ofreció sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas? Y, hoy, ¿de quién es la música que bailan? ¿De quién son las universidades a las que acuden en masa? ¿De quién es la liga de fútbol que ven?». Seguro que, al leer ese último punto, muchos españoles han dado un respingo y han pensado que David Cameron se pasó unas cuantas yardas.

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