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Dos responsables de Ikea visitan el centro.
El templo del mueble desmontable

El templo del mueble desmontable

La multinacional sueca líder en mobiliarioabre un centro de exposiciones donde exhibe sus piezasmás emblemáticas

andrés jiménez

Viernes, 1 de julio 2016, 21:08

Ikea, la multinacional sueca que ha hecho de nuestro mundo algo desmontable, tiene tanta historia como para abrir un museo. La empresa de muebles y de todo lo que sea susceptible de decorar una casa carga a sus espaldas con más de 70 años de existencia. Su fundador, Ingvar Kamprad, uno de los hombres más ricos del planeta, ya está retirado y, convertido en todo un patriarca, le debe de sobrar tiempo para montar nuevos proyectos. A Kamprad, con noventa años recién cumplidos, se le ha ocurrido hacer de la primera tienda de Ikea abierta en 1958 en Almhut, al sur de Suecia, un museo que alberga muchos de los modelos que han hecho famosa a la compañía.

El museo consta de una exposición principal dividida en tres ejes temáticos: la transformación experimentada en Suecia desde finales del siglo XIX hasta los inicios del Estado de bienestar, la historia de la multinacional y de su fundador y anécdotas sobre la relación de los clientes con los muebles de la popular cadena.

La empresa, que ha hecho de los precios baratos y del móntelo usted mismo sus principios rectores, es todo un gigante con 385 tiendas en todo el mundo repartidas por 48 países. En el último año fiscal consiguió un beneficio neto de 3.500 millones de euros, un 5,5% más que en el ejercicio precedente, todo un imperio cuya magnitud seguramente su artífice jamás hubiera imaginado.

En la muestra ocupan un lugar destacados los muebles con los que Ikea ha erigido su supremacía, desde las estanterías Billy a sus sofás Klippan. «Tenemos muchas historias que contar», asegura la conservadora del museo, Carina Kloek-Malmsten, mientras una banda recorre las calles de Almhult en dirección al museo.

La inauguración de la exposición, que ya se pudo ver en la Feria del Mueble de Milán, quiso ser un acto sencillo y sin artificios, acorde con el temperamento de Kamprad, un hombre de gustos espartanos, según sus partidarios, y un tacaño que vivió 35 años en Suiza para evitar pagar al fisco de su país, según sus detractores. Los visitantes pueden observar algunos objetos cotidianos que crean en el consumidor la ilusión de que están hecho exclusivamente para él, cuando la realidad es que la cadena de montaje expide millones de ejemplares idénticos. En el museo están presentes también las inenarrables albóndigas de Ikea. El espectador las puede observar como si fueran una pieza de arqueología, y algo de razón tiene. Por su textura y sabor el consumidor se remonta a los gustos recios del pleistoceno.

Gracias a la muestra se puede enterar el amante de los muebles desmontables de dónde proviene el nombre de Ikea. Es un acrónimo resultante del nombre del fundador, Ingvar Kamprad; Elmtaryd, la granja de la granja, y Agunnaryd, su localidad natal.

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