
íñigo gurruchaga
Lunes, 8 de agosto 2016, 21:15
Más de cincuenta libros y un torrente incesante de películas son la prueba de la popularidad de los gemelos Kray. Hay itinerarios para turistas que cada semana recorren el este de Londres comenzando en el pub en el que Ron cometió su más famoso asesinato, pasando por la casa donde nacieron, el bloque de pisos en el que vivieron o la funeraria que organizó sus exequias.
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Amigos en Hollywood. Nacidos en octubre de 1933, los hermanos Kray han sido presentados como un producto típico del East End de Londres, donde se concentraba la actividad portuaria. Difundían sus donaciones para cultivar una imagen de Robin Hood. Actrices como Judy Garland o Doris Day los trataron. A su juicio asistió Charlton Heston.
Eran tan estúpidos que, si estuviesen vivos, les encantaría comprobar que han logrado lo que más querían, ser alguien, ser famosos. Pero tuvieron unas vidas de asco y amargaron las de otra mucha gente. No será fácil encontrar en la historia del crimen a dos gánsteres a los que les gustase tanto vestir como un gánster y ejecutar su negocio públicamente. La mitad de su vida la pasaron en la cárcel.
Nacieron en Hoxton, pero la familia se trasladó a Wallance Road, en Bethnal Green, cuando eran niños. En el abigarrado este de Londres, la ley no tenía buena reputación. El padre era un inútil, alcohólico y cobarde, que se escabulló de ser alistado para cualquier servicio público en la Segunda Guerra Mundial. La madre, Violet, era la inevitable referencia. La describen siempre como una señora, una madre típica del East End, que ofrecía una taza de té a los matones que acompañaban a sus hijos.
Violet estaba muy orgullosa de sus retoños. El mayor, Charlie, que había nacido seis años antes de los gemelos, era el gentleman, el que no acuchillaba a nadie. Pasó sus últimos años de vida en la cárcel por traficar con drogas. Y antes había acompañado a sus hermanos a presidio, después de que Reg asesinara a Jack McVitie en una fiesta ante múltiples testigos.
La influencia de los abuelos llevó al boxeo a Ronnie y Reggie. Destacaron porque tenían una capacidad incontrolable para la violencia. A una edad temprana se hicieron con su primer negocio, un salón de billar. Hasta entonces se habían dedicado a secuestrar camiones, a vender su mercancía, a la extorsión. Se presentaban en un pub, montaban una pelea y pedían su comisión para que no hubiese más peleas.
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Así entraron en el negocio de los clubes nocturnos. Era el Londres de los años sesenta, de la píldora anticonceptiva que permitía más libertad sexual. El fotógrafo del swinging London, David Bailey, les fotografió y los hizo famosos. Peinados con esmero, trajes azul marino, corbata. Los chicos del East End expandieron su negocio hacia el oeste, hacia los barrios ricos. Chicas igualmente lúgubres los adoraban.
La fama era su tarjeta de visita. Su imaginación delictiva no daba para mucho. Lo más sofisticado que se cuenta en la literatura aberrante que ha dado sus vidas es la creación de empresas ficticias, que tras una semana de frenéticos pedidos desaparecía de la faz de la tierra, o el fraude con los seguros. Todo al alcance de cualquiera dispuesto a despreciar la confianza de los demás.
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Esquizofrenia paranoide
El resto eran robos y comisiones por extorsión. Sus cómplices hacían saber que trabajaban para los Kray y las víctimas pagaban. Sus rivales, los Richardson, del sur de Londres, torturaban bestialmente a sus enemigos. Los gemelos ganaron su reputación por marcar rostros con un atizador de brasas, por disparos en brazos o piernas, por utilizar cuchillos o sables. Su riesgo y su violencia eran una locura.
Ronnie había sido internado en un hospital psiquiátrico cuando era joven, le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Era impredecible. Y era bisexual, aunque su preferencia eran los chicos jóvenes. Reggie era más templado y también bisexual. Cuando tenía 26 años, se enamoró de una chica de 16, la hermana de su chófer. Frances Shea acabó suicidándose a los 24, tras un matrimonio horrible.
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El final de su imperio fue patético. Ron Kray entró un día en el pub The Blind Beggar, donde estaba un matón de los Richardson que le había llamado «maricón». Le disparó en la cabeza sin mediar palabra. Reg acuchilló salvajemente a McVitie en aquella fiesta tras encasquillarse su pistola. Scotland Yard llevaba meses intentando romper el muro de silencio que habían construido en torno a ellos los famosos Kray.
En el juicio fueron traicionados por cómplices y condenados a cadena perpetua, con un mínimo de treinta años. Los Kray no quisieron salvar a los inocentes que les acompañaban en el banquillo. Ron murió de un ataque al corazón en reclusión psiquiátrica. A Reg le dejaron salir unos días antes de morir. Enviaban a los periódicos desde la cárcel noticias de sus aventuras. Y los cines aún se llenan para ver nuevas formas de contar la historia de estos dos cretinos.
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