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El turco de 33 años Sultan Kösen, que alcanza los 251 centímetros de estatura, es el hombre más alto del mundo.
Ya no somos  Alfredo Landa

Ya no somos Alfredo Landa

Los españoles hemos crecido trece centímetros en el último siglo. Aunqu para estirón, el de las coreanas del sur: nos han alcanzado

INÉS GALLASTEGUI

Martes, 2 de agosto 2016, 21:08

Es la investigacián más amplia jamás realizada sobre la talla de la población mundial: «En general, las personas más altas han tenido mejor educación y gastan más dinero». En Uganda o Níger los hijos miden menos que sus padres

Cuanto más ricos, más altos. Es verdad que Bill Gates, Warren Buffett y Amancio Ortega, los tres hombres más acaudalados del mundo, son tipos normalitos. En cambio, una 'torre' de más de dos metros como el jugador de la NBA Lebron James procede de una familia pobre que lo tuvo crudo para criar a este gigante. Pero eso no hace menos cierta la frase 'a más bienestar, mayor talla'. Hay que aclarar que se trata de una verdad estadística. Según un estudio auspiciado por la Organización Mundial de la Salud y publicado ayer en la revista científica digital 'eLIFE', los españoles hemos crecido una media de 13 centímetros -14 los hombres, 12 las mujeres- en el último siglo, gracias a las mejoras en la alimentación, la higiene y la sanidad: los varones de 18 años han pasado de ser unos retacos de 1,62 en 1914 a alcanzar una media de 1,74 en 2014, mientras las féminas de la misma edad, que apenas levantaban metro y medio del suelo al inicio de la Primera Guerra Mundial, ya van por 1,63. Y el estirón es reciente, de los años sesenta en adelante. «Éramos Alfredo Landa y ya no lo somos -ejemplifica el pediatra Carlos Ruiz Cosano-. Gracias a la mejora en las condiciones de vida, los niños se acercan cada vez más a su estatura diana, a la que están genéticamente predestinados».

La investigación, la más amplia jamás realizada sobre la altura de la población, con datos de 18 millones de personas, ha sido liderada por el Imperial College de Londres y la Universidad de Harvard, pero en ella han participado 800 científicos de todo el mundo, entre ellos una veintena de españoles. Los registros han ganado en fiabilidad con el tiempo: hasta hace unas décadas, muchas anotaciones procedían de la talla de los quintos en la 'mili' o de encuestas en las que se preguntaba a la gente por su altura, sin medirla.

Los holandeses, con sus 182,5 centímetros de media, son los hombres más talludos del mundo, y los de Timor Oriental, con 159,8, los más chaparros; mientras que las letonas (169,8) son las más espigadas y las guatemaltecas (149,8), las más menudas. En 1914, los norteamericanos ocupaban el tercer puesto entre los varones y el cuarto entre las mujeres: una centuria después, han caído a los lugares 37 y 42, mientras que el 'top ten' lo ocupan países europeos, lo que habla -y muy bien- del nivel de evolución social alcanzado en el viejo continente.

«La talla es un indicador muy importante del desarrollo de los individuos y de las naciones, porque refleja bien las condiciones de vida desde la infancia», explica Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los investigadores que han aportado datos al estudio global. «En general, las personas más altas han tenido mejor educación, ganan más dinero y disfrutan de un nivel socioeconómico mayor, y todo eso se suele traducir en beneficios para la salud y más esperanza de vida». Por ejemplo, tienen menos riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares -la primera causa de muerte-, aunque más posibilidades de padecer algunos tipos de cáncer, como el de próstata. «Pero estos inconvenientes no contrarrestan las ventajas», matiza el profesor.

No se trata de que a los individuos altos les vaya mejor que a los demás -aunque es posible que también-, sino de que su talla es el resultado de unas condiciones de vida que garantizan la cantidad y calidad de los nutrientes disponibles, las condiciones higiénico-sanitarias de los alimentos, el control de las infecciones y el acceso a los servicios sanitarios, los fármacos y los programas de vacunación. También influyen el trabajo remunerado y la educación, no solo escolar, sino también lo que el catedrático llama «alfabetización en salud», es decir, la capacidad para acceder a la información sobre vida saludable y tomar decisiones en base a ella.

¿Y la crisis en España?

Quizá por eso todo el mundo quiere ser alto. «El estereotipo dice que si eres alto vas a tener más éxito social y por eso los padres se agobian mucho», indica el profesor de Pediatría de la Universidad de Granada Carlos Ruiz Cosano. El factor más importante a la hora de predecir la talla que un niño tendrá en la edad adulta es la talla de sus padres: los progenitores bajos tendrán hijos bajos, aunque posiblemente no tanto como ellos. Sin embargo, en nuestro entorno hay distintos problemas con los que un niño puede tropezar y que le impedirán alcanzar su estatura diana: crecimiento intrauterino retardado, bajo peso al nacer, malformaciones -como la acondroplasia o enanismo-, enfermedades crónicas, una celiaquía mal tratada o repetidas infecciones.

El estudio de la OMS muestra que la diferencia de tamaño entre ambos sexos se mantiene inalterable a lo largo del tiempo (unos 11 centímetros de media), como resultado de las dos formas anatómicas (macho y hembra) de muchas especies animales, que también se da en los humanos.

Preocupa, sin embargo, la brecha entre ricos y pobres, que desde 1914 no solo no ha disminuido, sino que ha crecido ligeramente. En países africanos como Sierra Leona, Uganda, Níger y Ruanda, los jóvenes miden 5 centímetros menos que sus padres. «Es triste porque significa que, aunque las condiciones de vida han mejorado, en algunos lugares no lo han hecho lo suficiente», lamenta Rodríguez Artalejo.

¿Y la crisis en España, supondrá un 'mordisco' en la talla de los niños que se han llevado la peor parte? «Honestamente, no lo creo -dice el experto en Salud Pública-. La crisis ha durado poco y, aunque hay mucha gente que lo ha pasado mal, no ha afectado en lo fundamental a la nutrición, la cobertura sanitaria y la educación».

Otras conclusiones resultan sorprendentes. Por ejemplo, las surcoreanas son las que más han estirado en estos cien años, nada menos que 20 centímetros, de 142,2 a 162,3. Mientras, sus vecinas del norte -que comparten ADN pero sufren desde hace décadas los rigores de la dictadura socialista- han crecido menos de 10. Y lo mismo con los varones: los meridionales les sacan 3 centímetros a los súbditos de Kim Yong-un, pese a partir con desventaja.

Este caso demuestra que poblaciones de razas consideradas tradicionalmente pequeñas, como las asiáticas, recortan distancias con occidente gracias a las mejoras socioeconómicas. La tendencia tiene sus límites, advierte Ruiz: «La capacidad de crecimiento depende de la genética. Los pigmeos no crecerán mucho más, aunque cambien los factores ambientales».

«Si todas las razas tienen el mismo potencial de crecimiento, es algo que está por ver», concluye el catedrático de la UAM. En todo caso, coincide con el pediatra, la especie humana tiene un techo. ¿Y en concreto los españoles? Los expertos creen que los europeos del norte, que disfrutan de un buen nivel de vida desde hace décadas, se irán estancando, pero nosotros seguiremos estirando unos años más, hasta igualarnos a nuestros vecinos más próximos, los franceses: casi 1,65 ellas y 1,80 ellos. Lejos del 1,67 de Alfredo Landa.

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