FRANCISCO APAOLAZA
Jueves, 15 de septiembre 2016, 19:50
A alguien le pareció el plan perfecto para una tarde de verano: «Hoy tomaremos ácido y montaremos un mueble de Ikea». Lo dijo a la cámara Nicole, una estadounidense que se tragó un papel empapado en LSD y después se puso a montar una cómoda de la firma sueca. Todo el que se ha enfrentado a este reto ha tenido la inquietante sensación de que hay menos piezas de las que se necesitan para la faraónica obra. Nicole preguntó si habían perdido algún tornillo y Giancarlo, su pareja, le advirtió riendo de que todavía no. La bolsa de los tornillos estaba aún cerrada. EL LSD provoca, entre otros síntomas, alucinaciones con los ojos abiertos y cerrados y una percepción distorsionada del tiempo. Con estos mimbres, atornillar cajones es una maniobra apasionante. Se les ocurrió a Hunter Fine y Alex Taylor, dos publicistas norteamericanos que hace un año se hicieron una pregunta absurda: «¿Te imaginas montar un mueble de Ikea drogado?», y decidieron ponerla en práctica. Quisieron grabar a las personas enfrentándose a ese reto y colgarlo en internet en piezas de tres o cuatro minutos. El proyecto se llama Hikea (Mezcla de 'High', colocado, e Ikea) y tiene un éxito notable de visitas en Youtube. Van dos capítulos y es de lo más loco que se puede ver en la red.
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«Añadimos un grado de dificultad a este desafío familiar», dicen los organizadores. Cuando se lo propusieron, decidieron darles ácido a los candidatos y ponerlos a seguir un libro de instrucciones que solo tiene dibujos. Para conseguir los voluntarios, colgaron un anuncio en una web. Buscaban gente para un proyecto en el que tenían que tomar droga. Sin más pistas. A decenas de personas les pareció una oferta estupenda y cuentan que se presentaron allí toda suerte de drogadictos y colgados de diferente clase. Al final eligieron a los que «no iban a enloquecer». Esto, en un principio, claro.
La dietilamida provoca confusión. Nicole se comenzó a reír en el salón de su casa y se arrancó en pequeños pasos de baile, como impulsos. Cuando se les pasó el ataque de risa, ella y su pareja se pusieron manos a la obra: «¡Desempaquetar!». Ella miraba cada pieza como si fuera una aparición. Después preguntó si habían perdido tornillos sin abrir la bolsa. Por fin arrancaron. Nicole se sorprendía mirándose el pelo del flequillo como si se lo viera por primera vez. Giancarlo tomó la iniciativa y emprendió la tarea, pero al rato se distrajo atraído por la ventana de su casa. Se levantó, miró hacia la calle, fijó los ojos en un punto indeterminado del espacio y dijo: «Se trata de la neutralidad de los sentimientos. Está ahí mismo». Cuando se dieron por vencidos, habían pasado tres horas y cincuenta y tres minutos y el mueble tenía un solo cajón. «Es una cómoda gigante», dijo ella, como si acabara de construir una de las tres pirámides de Giza.
Escritorio con setas
El segundo de los candidatos se llama Keith y lo eligieron porque de todos, les pareció la persona más capacitada para la lisérgica misión. Comió ocho trozos de setas alucinógenas que sacó de una bolsita de plástico. «Están deliciosas», comentó. Después se puso de pie, gimió, hizo el gesto de agarrar algo en el aire... Al sentarse, hizo una declaración. Dijo: «Soy capaz de comunicar de manera efectiva con mi boca». Lo de montar muebles le resultó más difícil. «La clave es la organización», declaró, y se puso manos a la obra. Primero separó las piezas en montoncitos y tomó en su mano un destornillador pequeño. Pero como tantos otros humanos, Keith también se enfadó con las instrucciones: «Este libro está lleno de mentiras», gritó, lanzó el cuadernillo, se levantó y se fue.
Media hora después, se volvió a sentar y retomó la misión. «Todo lo que tienes que hacer es mantener el control», se dijo. A las cinco horas y treinta y siete minutos, juzgó que había concluido el escritorio marrón y sencillo. «Está terminado». Entonces, preguntó que por qué se llamaba Ikea, puso sobre la mesa una jirafita de madera y cedió a un ataque de risa terrible. Habían pasado 337 minutos y por el suelo de la habitación había dejado un reguero de tablones. Se había saltado doce pasos.
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Algunas voces se han levantado contra el proyecto por la manera trivial con la que trata el consumo de drogas y muestra una cara más o menos divertida de un comportamiento que muchos médicos consideran peligroso. No hay en los vídeos una moraleja, pero la lección está clara: si quieres ser eficiente, no tomes drogas.
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