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PASCUAL PEREA
Miércoles, 5 de octubre 2016, 21:35
Si a usted le preguntan dónde está Australia, probablemente señale sin titubear esa isla grandota pintada de amarillo situada ahí abajo y a la derecha en el atlas. Aquí está, dirá. Pues no, no está ahí. Al menos, no exactamente. Los científicos han descubierto que los mapas de Australia están equivocados, y antes de final de año van a corregirlos. ¿Y dónde debería situarse Australia entonces en el mapa? Pues todo depende de la antigüedad del que tenga en casa, pero con respecto a los más recientes, los datos indican que habrá que mover el continente como metro y medio hacia arriba. ¿Poca cosa? Según se mire.
Cuando los amotinados del 'Bounty' buscaron un lugar en el mundo donde esconderse de la justicia inglesa empeñada en llevarles al cadalso, encontraron una remota isla en los mares del sur que resultaba ideal para sus propósitos porque los mapas de la época la situaban a cientos de millas de distancia de su localización real. Ese error en las cartas náuticas permitió a los proscritos dedicarse a matarse tranquilamente unos a otros sin interferencias externas durante décadas.
Los errores de bulto en los mapas eran algo común en aquellos días azarosos. No es extraño si se tiene en cuenta que se calculaban las coordenadas con sextantes imprecisos manejados sólo cuando salía el sol y el estado de la mar lo permitía, utilizando relojes de arena aún más inexactos que había que voltear cada hora y estimando la velocidad del barco a base de lanzar astillas por la borda y contar los segundos que pasaban hasta rebasarlas. Los errores se acumulaban, así que lo realmente extraordinario era encontrar tierra justo donde se suponía que iba a aparecer. La frecuencia con que eso sucedía dice mucho en favor de la pericia de aquellos marinos.
Metro arriba, metro abajo
Hoy en día, los sistemas de geolocalización por satélite han obrado el milagro de que cualquiera con un móvil y cobertura pueda conocer su ubicación en el mundo con un error de apenas un par de metros. Salvo si vives en Australia. Entonces las cosas no están tan claras.
La Tierra no es ese lugar sólido e inmutable que algunos quieren ver. Los continentes se asientan sobre placas tectónicas que flotan sobre la astenosfera, chocando y empujándose entre ellas cual carneros, y concentrando en sus bordes la actividad sísmica. Hay quince grandes placas tectónicas en la Tierra, y la australiana es una de las que más se mueven. Presionada por la placa del Pacífico, al Este, y por la placa Antártica, al Sur, cada año se desplaza lenta, pero inexorablemente, unos siete centímetros hacia el norte, al tiempo que gira imperceptiblemente una fracción de grado en el sentido de las agujas del reloj. No parece gran cosa, pero este movimiento no ha pasado desapercibido para el Sistema de Posicionamiento Global (GPS), una red de satélites que miden el tiempo que tardan en llegar las señales que reciben desde la Tierra, a través de relojes atómicos de una precisión asombrosa, y las ubican en el mapa por triangulación.
«¿Dónde entregó mi pizza?»
En una conocida tira cómica de Quino, la rebelde Mafalda colocaba al revés el mapa del mundo en la pared de su cuarto para que el Norte rico dejara de estar arriba y el Sur empobrecido abajo. Los científicos no pretenden, como ella, poner patas arriba el mapamundi. De hecho, los cambios que proponen no serían visibles en ningún mapa. En el último medio siglo, las autoridades australianas ha tenido que corregir en cuatro ocasiones la posición del continente en el planeta para hacer más preciso el cálculo de cualquier ubicación sobre los mapas terrestres. ¿Y en qué afectará una desviación acumulada de apenas un par de metros en una década? Lo cierto es que es más que eso, ya que una ínfima torsión puede traducirse en muchos metros de error a miles de kilómetros del punto sobre el que pivota el continente. En el último reajuste, realizado en 1994, algunos lugares fueron reposicionados a una distancia de doscientos metros de la original. No parece un gran inconveniente, pero puede llegar a serlo. Cuando un piloto de avioneta tiene que buscar un pozo de agua en la inmensidad de un rancho de Australia Occidental más grande que el Estado de Israel, la fiabilidad de su GPS es vital. Lo mismo opinan los propietarios de la compañía minera Rio Tinto, que utiliza en sus prospecciones de la despoblada región de Pilbara camiones guiados por control remoto desde su centro logístico en Perth, a mil quinientos kilómetros de distancia.
En los próximos años, cuando la nueva generación de GPS reduzca el margen de error a apenas centímetros, el problema se agravará si no se pone remedio. Ahora que el mundo se prepara para la revolución que supondrá el despliegue de una flota de drones de reparto guiados por satélite -Amazon ya ha anunciado su propósito de utilizarlos a gran escala en su servicio de paquetería-, resulta inconveniente que tu compra sea enviada a la puerta del vecino. «Puedes acabar preguntándote a dónde ha ido a parar tu pizza», plantea Dan Jaksa, de Geoscience Australia, la agencia gubernamental encargada de realizar las correcciones en las coordenadas del país.
A finales de este año se producirá un nuevo ajuste, de metro y medio sobre la posición estimada anterior. No es mucho, pero sí lo suficiente para evitar que te salgas de la carretera si viajas en un coche sin piloto, por ejemplo.
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