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GUILLERMO ELEJABEITIA
Viernes, 11 de noviembre 2016, 20:29
El resultado de la votación de este fin de semana en el comité federal del PSOE estaba cantado. Frente al debate previsible que se desarrollaba en Ferraz, la controversia se dirimía en Twitter, que hizo un seguimiento exhaustivo de la jornada bajo la etiqueta #PSOEdecide. Sin ni siquiera hacer acto de presencia, Pedro Sánchez abrió telediarios con un mensaje de 140 caracteres: «Pronto llegará el momento en que la militancia recupere y reconstruya su PSOE. Un PSOE autónomo, alejado del PP, donde la base decida. Fuerza». Es el signo de los tiempos. Mientras pierde fuerza como escaparate social frente a Snapchat o Instagram, Twitter se confirma como el principal foro de debate. Eso ha cambiado la forma de hacer política. Y de contarla.
Junto a los discursos pronunciados en la tribuna del Congreso y lo que se comenta en las tertulias televisivas, importa cada vez más lo que unos y otros dicen en la red social del pajarito. La discusión sobre los gestos en el seno de Podemos, la decisión del Constitucional de tumbar la prohibición de los toros en Cataluña o las protestas contra González y Cebrián en la Universidad Autónoma son sólo algunos de los ejemplos más recientes de discusiones alimentadas a golpe de tuit. Un pío pío que deja muchos titulares, pero también un debate «más superficial que de fondo».
Ocho de cada diez electores consideran Twitter una plataforma que genera debate y favorece la participación. Es cierto que el estudio lo ha encargado la propia red, pero no deja de ser ilustrativo de una realidad que hace tan solo un par de años era bien distinta. El punto de inflexión podría situarse en las elecciones europeas de 2014. La irrupción de Podemos, la formación que más hábilmente maneja la política 2.0, hizo reflexionar al resto. Hasta entonces tener un perfil en las redes era para la mayoría de líderes un gesto de modernidad, pero poco más. Desde entonces la aplicación se ha revelado como «un poderoso instrumento para trasladar mensajes directamente a los electores y crear agenda», explica el politólogo Javier del Rey.
el congreso tuitero
Twitter ayuda a situar el debate, pero tampoco conviene ver en la red un fiel reflejo del mapa político real. En la red no están todos los electores, sino un sector mayoritariamente joven, urbanita y con estudios superiores. Eso distorsiona la radiografía política del país que puede ofrecer. Según un estudio elaborado por la web T-cracia en base al número de seguidores en la red, Podemos hubiera obtenido en las elecciones del 20 de diciembre un total de 97 escaños. Casi el doble que el PP, con 50. Los socialistas se hubieran quedado en 40, Izquierda Unida, en 38 y Ciudadanos, en 30.
Los partidos se aseguran que el mensaje llega a su destinatario tal y cómo lo han diseñado, sin intermediarios, en píldoras de 140 caracteres. También elimina de un plumazo las preguntas incómodas, los matices, las interpretaciones... «No tiene nada que ver con lo que se puede captar en un corrillo en los pasillos del Congreso», apunta Nuria Vega, periodista de política. «Ofrece inmediatez, concisión e impone un ritmo más rápido», concluye. Pero también hace al político más vulnerable a la metedura de pata.
En 2011 -el Pleistoceno de la política tuitera- Mariano Rajoy respondió así a un chaval que le preguntaba por su programa político: «15 años? Que le parece si esperamos un poquito para debatir sobre política? Gracias». Contestar a otros usuarios cuando lanzan una pregunta es importante -«mejora la imagen e influye en la intención directa de voto», dicen los expertos-, pero así no. Se le echaron encima. El que era un adolescente en la red era el entonces candidato a la presidencia.
Desde entonces Rajoy, o su equipo de 'comunity managers', se ha permitido pocos deslices. Su Twitter es un ejercicio de comunicación institucional de libro. «Hace un uso distante, en la línea de cierta incapacidad expresiva que acompaña al personaje», apunta Del Rey. Solo en momentos puntuales se permite pinceladas personales, que firma con las iniciales MR. Casi siempre contenidos blancos, visitas de campaña, efemérides, felicitaciones deportivas. Nada comprometedor. Tiene casi 1,3 millones de seguidores.
El que más espectadores acumula (1,88 millones) es Pablo Iglesias. Reúne las condiciones que cabe esperar de un buen tuitero: entra en conversación con otros usuarios, apunta detalles personales, intercala información de interés con mensajes 'de marca' y su redacción consigue despertar reacciones. «Es un animal cibernético, que ya dominaba el medio antes de llegar a la primera línea de fuego y con capacidad para introducir novedades en el discurso. Ahora mismo está en un proceso de búsqueda de su nueva imagen y eso se nota en su cuenta», explica Del Rey.
Pedro Sánchez fue el primero en unirse a la red, en 2009, y su perfil ha evolucionado mucho desde entonces. Sus inicios fueron sonrojantes. La recuperación irónica de sus tuits antiguos -«Día raro con pocas ganas de tuitear», «Ser felices» o «Vaya paliza me están dando»- resultó un filón el día en que se fraguó su defenestración. Como secretario general dio un perfil más institucional, aunque sin renunciar al debate. Desde su salida ha optado por cierto letargo, solo roto para lanzar dardos a sus correligionarios críticos. El 18 de octubre no asistió a la reunión de la gestora, pero publicó en Twitter una imagen de Pablo Iglesias -el fundador del PSOE- con el mensaje: «Nació un día como hoy hace 166 años, pero nuestra obligación como socialistas es la de tenerle muy presente todos los días». Muchos vieron en ello un recado a quienes forzaron su dimisión. Fue noticia.
La tibieza no se retuitea. Albert Rivera usa su cuenta para opinar de temas candentes o lanzar propuestas, «pero sobre todo para promocionar iniciativas de su partido; parece estar en campaña permanente», apunta la periodista Paula de las Heras. «Hace un uso más instrumental que personal», y eso genera distancia. Con todo, le siguen 693.000 personas.
Gana el humor
El sentido del humor es un arma infalible para ganar adeptos. Lo saben en el equipo de 'community managers' de Izquierda Unida, apodado #lacueva, que ha conseguido tener mucha más presencia en Twitter que en el Congreso gracias a su capacidad para reaccionar de manera rápida y divertida. Su cobertura del debate entre Rajoy y Sánchez, plagada de 'memes' y comentarios mordaces, fue impecable. Su líder, Alberto Garzón, se ha desinflado un poco tras la confluencia con Podemos, pero acumula unos nada desdeñables 677.000 seguidores.
A veces la clave para trasladar un mensaje político está en hacerlo desde el plano personal. Contar anécdotas. El pasado jueves Iñigo Errejón se quedó atrapado en un ascensor del Congreso con tres diputados del PP. «Tratando de convencerles de la reforma de la ley electoral», bromeó al colgar la imagen en Twitter. 2.500 internautas la retuitearon, muchos más de los que se hacen eco de sus comentarios políticos.
Lo que parece claro es que hoy la arena política está en la red y muchas veces es allí donde se generan las polémicas que acaban acaparando titulares. El penúltimo ejemplo es el toma y daca entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón a cuenta de los gestos. El primero es partidario del puño en alto, el segundo, de la uve de victoria. «Todos los símbolos tienen memoria. (...) Solo los mediocres piensan que la historia nació con ellos», lanzó Iglesias en Twitter como pie a una imagen de Churchill haciendo el signo de la victoria y a otra de Angela Davis -icono de los Panteras Negras- con el puño levantado.
Revelaba las disensiones en el seno de la formación morada, pero lo hacía de una forma superficial. «Ese es el problema de Twitter, que en lugar de enriquecer el debate, ha banalizado la comunicación política», opina Del Rey. El mensaje escoció a los errejonistas y corrieron ríos de tinta. El propio Iglesias dio por cerrada la discusión «con humor» colgando una foto de un joven Felipe González combinando los dos gestos. Por cierto, el expresidente está teniendo un inusitado protagonismo en la red en las últimas semanas. Y eso que ni siquiera tiene cuenta en Twitter.
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