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Puente de Jambes sobre el Mosa y Ciudadela al fondo en Namur, la capital de Valonia. :: jean-Pol Grandmont
Valonia clava su pica en Canadá

Valonia clava su pica en Canadá

Es más pequeña que Cáceres pero bloquea el futuro comercial de Europa. Los valones se apuntan a lo verde y a la antiglobalización. «La culpa es de la pobreza y de la incomprensión con Flandes»

ANTONIO CORBILLÓN

Viernes, 11 de noviembre 2016, 20:29

Si en esta pasada noche no han dado su brazo a torcer (y el 'no es no' de Valonia ya se ha escuchado cinco veces en la mesa de negociación), la región más sureña y pobre de Bélgica habrá puesto una buena pica en Flandes. A las 12 de la noche se agotaba el plazo para desbloquear el acuerdo de libre comercio con Canadá. Pero el 'pinchazo' no solo le dolerá a su incomprendido socio del norte del país. La puya también le escocerá a toda la Unión Europea. Y a Canadá, que ha abandonado el escenario como los romanos hicieron con la aldea de Astérix.

¿Qué ha llevado a una región más pequeña que Cáceres y con la población de Madrid a bloquear los planes comerciales para 500 millones de consumidores? «El empobrecimiento», resume en dos palabras Steven Adolf, veterano corresponsal belga en España del diario 'De Standaard' y de la VRT (Radiotelevisión belga). «Primero perdieron toda su industria pesada. Ahora temen que su apuesta por la agricultura local, el último recurso que les queda, se vea ahogado por la tiranía de las multinacionales». Adolf cree, como muchos belgas, que el suyo es «un país artificial». Un permanente equilibrio inestable de dos comunidades, flamencos holandeses en el norte y valones francófonos en el sur, que se dan la espalda y esperan que su capital, Bruselas, en medio de tanta incomprensión, siga financiando las paces.

Y llueve sobre mojado en las húmedas tierras de Valonia, la región con mayor concentración de castillos del mundo. Pero almenas y torreones, igual que su minería y sus altos hornos, que hace dos siglos la convirtieron en la segunda región más rica del mundo tras Inglaterra, todo es pasado, ruinas y pesimismo. Tras la Segunda Guerra Mundial, el péndulo político llevó la riqueza hacia la zona marítima flamenca de Amberes y sus aliados de Gante y Brujas.

Las almenas modernas eran los altos hornos de la periferia de Charleroi, hoy fantasmales ejemplos de arqueología industrial. Las minas de hulla y carbón de la cuenca del río Mosa llegaron a competir con las no muy lejanas del Ruhr alemán. En los últimos diez años, más de 9.000 obreros han sufrido el cierre de la última industria pesada. El cierre de Siderurgia Carsid junto a Charleroi (su mayor ciudad con 200.000 habitantes) recuerda a cuando los vascos echaron la persiana a los Altos Hornos de Vizcaya.

En este 'banco' de pesimismo ha 'pescado' como nadie el ministro presidente de Valonia, Paul Magnette. Antes de ser la cabeza rebelde de su Gobierno federal ya fue un líder antiglobalización, cuyo ideario resumió en su manual de resistencia 'La izquierda no ha muerto'. En Twitter se hizo fuerte frente a las amenazas que le siguen lloviendo desde todos los frentes: «Es una pena que las presiones de la UE sobre aquellos que bloquean la lucha contra el fraude fiscal no sean tan intensas».

Ni mirarse a la cara

Entre las dos comunidades se dan la espalda y parece que solo se saludan si lo hacen en inglés. Es muy difícil encontrar un valón que chapurree holandés, mientras los flamencos usan como segunda lengua la de la reina madre... de Inglaterra. Discuten por la elección del zoológico de acogida a unos osos panda chinos (aquí ganaron a su rival, Amberes). O tienen al país 541 días sin gobierno. Y sin que se note mucho de puertas hacia fuera. Para hacer más difícil todo, solo se han puesto de acuerdo en crear una maraña ingobernable de siete parlamentos y seis gobiernos, con poderes de veto como los que hoy exhibe Valonia.

«Son dos mundos. No se hablan entre ellos. Ni en la tele hay bilingüismo», resume la comunicadora Sara Sánchez, hoy técnico en comercio internacional y que ha vivido en las tres comunidades del país. Contó sus experiencias en su blog 'De pendoneo por Bélgica'. Recuerda el año que compartió casa con una familia valona. «Gente muy hospitalaria, muy mentalizados para defender lo suyo: sus hortalizas bio, sus fresas, peras y manzanas, las redes de consumo comunitario y sus incomparables cervezas de las que presumen de ser los creadores». En la región están algunos de los mejores monasterios trapenses que las empezaron a elaborar hace diez siglos.

El turismo de Valonia también aspira a que Charleroi sea algo más que el aeropuerto 'low cost' para llegar a Bruselas. El año pasado 75.000 españoles hicieron turismo por las carreteras que alumbraron a Eddy Mercx, el mejor ciclista de la historia. «Pero la cifra de españoles que nos visitan duplica esa cifra», asegura la asistente de la Oficina de Turismo de Valonia en España, Laura Suco.

El orgullo valón se ha inflado tras el triunfo de estos 'liliputienses' de la economía frente al 'Gulliver' del otro lado del Atlántico. Steven Adolf no ve comparaciones posibles con el secesionismo catalán pero sí cree que «ya hay miedo a la separación entre flamencos y valones».

Y ya hay partidos como Rassemblement (Reagrupación Wallonie France), que lidera el economista Laurent Brogniet, que corteja a su vecino francés del sur. «¿Latinos y germanos juntos? La mayonesa belga no ha ligado y ahora es vinagre», bromea.

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