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IRMA CUESTA
Martes, 1 de noviembre 2016, 21:50
Pablo y Cristina llevan meses dándole vueltas al tema: ¿dónde vamos a encontrar un alma caritativa que se haga cargo de los niños... nada menos que una semana? Con los dos trabajando, y los abuelos y los tíos a 150 kilómetros de distancia, no ha habido más remedio que pedir auxilio, aprovechar el fin de semana para viajar al pueblecito de Burgos de donde partieron, hace ya 15 años, y dejar allí a Pablito y Carmen al cuidado de la familia. El sábado volverán a buscarlos.
Pablo y Cristina forman parte del batallón de padres que estos días se ha levantado en armas en contra de la medida aprobada por la Consejería de Educación de Cantabria que establece nuevos periodos de descanso para sus 94.080 escolares. De poco ha servido que Ramón Ruiz, el consejero cántabro de Educación, haya contado que la medida está inspirada en la forma de hacer de algún que otro país de la Unión Europea; menos aún que se haya quedado ronco explicando que la medida busca «un desahogo para el esfuerzo emocional y físico de los alumnos, sobre todo en Infantil y Primaria, porque los niños llegan muy cansados al final del trimestre». Tampoco ha templado los ánimos saber que los escolares cántabros mantendrán el mismo número de jornadas lectivas que el resto de los españoles: 175, aunque estén repartidas de otra manera.
Nadie duda de que la intención es loable, pero en opinión de los padres encaja muy mal a este lado de los Pirineos en donde conciliar familia y trabajo siendo una asignatura pendiente. Y es que, aunque algún ayuntamiento se ha puesto las pilas y oferta programas lúdicos alternativos, la mayor parte de ellos hay que pagarlos y es un gasto con el que nadie contaba.
A los padres no solo les ha sentado mal que el Gobierno de Miguel Ángel Revilla haya tomado una decisión que descuadra sus vidas, sino que lo haya hecho a sus espaldas. Al menos eso es lo que ha defendido la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (Ceapa) y la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos (Concapa) que representa a los centros concertados. Ambos mantienen que la Consejería cerró el acuerdo contando solo con los profesores, y que ellos, además de ver cómo la intendencia doméstica saltaba por los aires de la noche a la mañana, no tienen tan claro que, académicamente hablando, el sacrificio merezca la pena.
Tampoco Lucía, madre de Javier, de ocho años, y de las gemelas Lucía y Ana que acaban de cumplir cinco. Ella es una de las muchas que ha tenido que rogar a su jefe que le diera un par de días de vacaciones fuera del calendario habitual y tirar de sus suegros el resto de los días.
Su historia es la de otros cientos de familias de Cantabria. Su marido abrió un bar cuando el taller en el que trabajaba bajó la persiana y, desde entonces, pasa casi todo el día fuera de casa. Ella lleva diez años trabajando en una residencia de ancianos así que, desde que nacieron los niños, siempre han contado con el apoyo de los abuelos. «Ellos, gracias a Dios, están muy bien y son muy dispuestos, pero no me parece justo que tengamos que pedirles más. Por otro lado, ¿qué otra cosa podemos hacer?».
Lucía tiene una amiga que también viven en Santander y estos días ha llevado a los niños a Reinosa. «En su caso la situación es aún peor, porque los niños dejan de ir durante toda la semana a las extraescolares. ¿Cómo va a ir todas las tardes a Reinosa, que está a casi 80 kilómetros, traerlos a Santander para que puedan ir a inglés, y luego volver a llevarlos? Es una locura».
La realidad es que esta nueva forma de organizar el calendario escolar es similar a la que hace tiempo acordaron los franceses. Los hijos de nuestros vecinos tienen también cuatro períodos de vacaciones, además del verano. Ellos, en cualquier caso, son los que menos días van al colegio de toda Europa Occidental (140 al año), aunque pasen allí muchas más horas (840).
En Bélgica y Suiza, cada cual con sus peculiaridades, los escolares también tienen varios días libres cada dos meses. Allí, sin embargo, los niños tienen la oportunidad de acudir a muchos más centros de ocio, una alternativa que supone un respiro para los padres.
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