MIKEL AYESTARAN
Martes, 13 de diciembre 2016, 20:35
Firaz detiene el Humvee de color negro en mitad de la calle Hermano Muyahidín Abu Ayub de Bartella, tal y como reza el cartel negro con letras en blanco dejado por el grupo yihadista Estado Islámico (EI). Esta población situada 20 kilómetros al este de Mosul, ocupada los últimos dos años por los yihadistas, marca la frontera entre la zona kurda y la iraquí, el punto a partir del cual los peshmergas de la Región Autónoma Kurda (KRG) no avanzan y ceden el liderazgo total de los combates a las fuerzas de Irak, que ya pelean en seis distritos de la capital iraquí del califato. Pantalón negro, camiseta táctica de manga corta, visera negra, zapatillas de montaña y cadena con la imagen del imán Husein al cuello, Firaz forma parte de la Golden Division (División Dorada), el cuerpo antiterrorista del Ejército de Irak encargado de liderar la lucha contra el EI. Tiene 24 años, es de Bagdad y lleva desde los 17 en la vida militar, primero como miliciano del Ejército del Mahdi (milicia chií del clérigo Muqtada Al Sadr) y ahora como soldado de élite. Nos pide que le sigamos porque nos quiere mostrar una de las iglesias de esta localidad mixta, con fuerte presencia cristiana, que antes de la llegada de los yihadistas tenía 30.000 habitantes.
Publicidad
En poco más de un año, los 10.000 hombres que componen la Golden Division han pasado de ser investigados por crímenes de guerra a liderar la batalla contra el EI. Sus blindados y los uniformes negros y pasamontañas con dibujos de calaveras identifican a simple vista al Primer Comando Batallón, que pertenece a la Primera Brigada de Operaciones Especiales de las Fuerzas Armadas de Irak, el nombre oficial de la punta de lanza de Bagdad frente al califato. Ahora en televisión y radio se escuchan canciones de alabanza a este cuerpo liderado por el general kurdo Fadhil Jalil al-Barwari y entrenado por EE UU, que lo creó a semejanza de sus fuerzas especiales tras la disolución del antiguo Ejército de Sadam Husein en 2003. Hasta hace no mucho, sin embargo, se les conocía como la «brigada sucia» o el «escuadrón de la muerte» por sus continuos excesos de poder, de marcado sesgo sectario. Pese a los esfuerzos por configurar una unidad multiétnica y multiconfesional, la mayoría chií del país también se traslada a esta selecta división militar, a la que se consideraba un brazo armado al servicio directo y exclusivo de Nuri Al Maliki, dirigente chií que fue durante siete años primer ministro del país. Las voces críticas llamaban a la División Dorada «la milicia privada» de Maliki, ya que su partido político, Dawa, carecía de grupo paramilitar.
Tras la retirada ordenada por el presidente Barack Obama en 2011, los soldados estadounidenses que permanecieron en Irak siguieron trabajando en la preparación de la unidad antiterrorista. Desde los primeros combates en la refinería de Baiji hasta las liberaciones de Ramadi, Hit o Faluya, ellos han sido los responsables de hacer frente a los seguidores del califa, con un coste de cientos de bajas desde el verano de 2014. «Durante varios años se le veía como una fuerza en manos del Gobierno, que la usó para aplicar el artículo 4 de la Ley Antiterrorista -establece la pena de muerte para los que perpetran un atentado, pero también para quienes lo incitan, planifican o financian, lo que los suníes ven como un arma de las autoridades chiíes para hacerles a todos culpables de las acciones de los grupos radicales-, y claro que sucedieron cosas malas, pero hubo también mucha propaganda con fines políticos», apunta Steven Nabil, activista de los derechos humanos iraquí que defiende la necesidad de mantener unido el país.
El punto de inflexión que modificó la percepción sobre la Golden Division se produjo en 2014, «cuando la gente ve el avance del Daesh (acrónimo en árabe del EI) y se da cuenta del enorme sacrificio de estos militares. Es como cuando un hombre lleva a su hijo cabezota a su puesto de trabajo, este ve la dureza de las condiciones que sufre el padre para poder mantenerle y entonces cambia», opina Nabil.
Temor a la guerra sectaria
El templo que nos muestra Firaz está destrozado y hay pintadas en cada puerta para prevenir el acceso debido a la existencia de minas. «Esto no es por culpa de los combates, fueron los hombres del Daesh quienes saquearon y minaron las iglesias», explica el militar, convencido de que «esto es una guerra hasta la muerte; vamos a liberar pronto Mosul, pero algo harán de nuevo los suníes, como antes hicieron Al Qaeda y luego el EI. Por eso nuestra vida es una vida de lucha hasta el final», explica este joven, al que ya han herido tres veces en combate y que define al enemigo como «más peligroso que el de una guerra convencional, porque no sabes por dónde te va a salir».
Publicidad
Muchos de sus compañeros han pasado por academias de Estados Unidos y acreditan un buen nivel de inglés, pero otros como él no han tenido tiempo, ya que las urgencias desatadas tras el establecimiento del califato obligaron a reclutar efectivos a toda prisa. Hay que superar duras pruebas y, debido a la situación extrema que vive el país, «tras una formación básica de dos meses ya se envía a los jóvenes a combatir», aunque la preparación es continua y hay entrenamientos especiales que pueden durar más tiempo, según la oficina principal de la división en Bagdad. El sueldo mensual de un soldado alcanza los 2,5 millones de dinares (unos 2.000 euros), pero los oficiales no bajan de los 2.400 euros.
El primer ministro Haider Al Abadi insiste desde el 17 de octubre, fecha del inicio de la ofensiva para liberar Mosul, en que solo las fuerzas regulares iraquíes entrarán en las calles de una ciudad que desde 2003 es un bastión de grupos insurgentes y donde la población local, mayoritariamente suní, dio la espalda a las autoridades de Bagdad tras la llegada del califato. Los oficiales de la Golden Division tienen prohibido pertenecer a un partido político o a una milicia, un compromiso que firman antes de poder ejercer el mando y en el que las autoridades confían para ganarse la confianza de los vecinos de Mosul. En las localidades liberadas hasta el momento, sin embargo, los símbolos religiosos chiíes conviven con las banderas nacionales.
Publicidad
Tras abandonar la iglesia seguimos al Humvee de Firaz, que no luce la bandera de Irak, sino la del imán Husein. Se detiene junto a una fila de blindados del mismo color negro, aparcados frente a una pared en la que se puede leer una pintada que reza «el Estado de Husein viene a quedarse para siempre». El martirio de Husein hace más de 1.300 años en Karbala -toda su familia murió junto a él, menos las mujeres y los niños, y fue decapitado- agrandó el cisma en el mundo musulmán abierto tras la muerte de Mahoma y supuso la separación definitiva entre chiíes, seguidores de la familia del Profeta, y suníes, que optaron por los califas. Un cisma que ha llegado a nuestros días y que la mayoría chií, que forma la columna vertebral de las fuerzas armadas, incluida la Golden Division, abandera en esta operación militar. Un cisma reabierto en el país tras la invasión de EE UU y que convierte la toma de Mosul en un examen definitivo para la unidad de Irak del siglo XXI.
Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.