

Secciones
Servicios
Destacamos
ANTONIO PANIAGUA
Viernes, 27 de enero 2017, 19:57
Para imaginarse cómo fue la guerra en las alturas es necesario visitar el Museo del Aire de Cuatro Vientos (Madrid). Allí se congregan verdaderas obras de arte de la ingeniería aeronáutica. En el lugar es imposible no imbuirse de la audacia de los hombres que conquistaron los cielos, de aquellos epígonos de los hermanos Wright que con sus aeroplanos artesanales se suspendían en el aire y pagaban con la vida su desafío de vencer la ley de la gravedad. En este centro se puede recorrer la historia del siglo XX, desde aquellos aeroplanos vetustos que volaban unos 40 metros, hasta los modernos cazas, capaces de las más sorprendentes acrobacias.
En los hangares se alojan desde el aeroplano más antiguo que se conserva en España hasta el autogiro de Juan de la Cierva, pasando por el bombardero alemán Heinkel -empleado por la Legión Cóndor- o el soviético Polikarpov I-16, auténtica joya de la Aviación Republicana. Aparte del centenar largo de aviones, en el museo se conservan uniformes, condecoraciones, motores, maquetas y otros objetos que rezuman historia.
Los responsables del museo quieren que el centro sea algo más que un gigantesco aparcamiento de aeronaves históricas. En la nueva etapa que se avecina, el museo pasará a convertirse en una suerte de parque temático sobre la historia de la aviación española. «Se trata de que cada pieza aparezca inscrita en su contexto», asegura el teniente Enrique J. Caballero, jefe de sección de Exposiciones Permanentes y Temporales de la entidad.
Una de las primeras apuestas consiste en recuperar el Boeing 707 que, además de haber sido usado por el Rey y todos los presidentes del Gobierno desde Felipe González, fue uno de los aparatos pioneros en la guerra electrónica. Traerlo hasta el aeródromo de Cuatro Vientos será una tarea titánica, pues es preciso desmontar todo el avión y darle un emplazamiento idóneo. Una de las ideas que se manejan, en fase de estudio, es levantar un edificio cuyo techo sirva apara acoger la aeronave, a imagen y semejanza del museo alemán de Speyer. Los rectores de la entidad quieren que la donación del Boeing tenga continuidad, de modo que el centro pueda acoger otras muestras de la aviación civil.
El Museo de la Aeronáutica y la Astronáutica, verdadero nombre de la entidad, «es único en el mundo», en palabras del teniente Caballero. «Debe de ser el quinto o sexto mejor centro museístico del planeta. Tiene una de las mejores colecciones de motores de explosión y, por su número de piezas y variedad de aviones, conforma un patrimonio envidiable».
Chaqueta de cuero Quien se plante en el antiguo aeródromo puede contemplar objetos curiosos, desde la hélice que segó la vida del capitán Celestino Bayo, el primer aviador que murió en un accidente aéreo, en 1912, hasta la chaqueta de cuero del capitán Rafael Castellví, cuyo aparato quedó hecho trizas en un accidente en el mismo año. Él no corrió mejor suerte y se destrozó el cráneo en la caída. También se puede conocer el devenir del Emilio Herrera, científico y piloto de la II República. El militar es el creador de una escafandra que luego la NASA adaptó para equipar a sus hombres en la expedición a la Luna. A lo largo y ancho de sus 67.000 metros cuadrados, desfilan ante los ojos del visitante gigantescos monumentos de la aviación. El visitante se solazará observando el colosal Stratotanker, un avión cisterna que obligó a los pilotos españoles a afinar su destreza. Los prototipos vendidos a España por Estados Unidos eran más lentos que los cazas a los que abastecía de combustible. De ahí que tuviera que volar ligeramente en picado para igualar la velocidad del caza si quería trasvasarle el suministro a sus motores.
El museo adolece de una carencia que martiriza a sus directores: les falta el 'Plus Ultra', un aparato que guarda como oro en paño Argentina. En su lugar se muestra una lograda réplica del original, que en 1926 logró la hazaña de recorrer los 10.270 kilómetros que separan Palos de la Frontera de Buenos Aires. El periplo se hizo en siete etapas, con Ramón Franco, hermano del dictador, al frente.
Si el 'Plus Ultra' despierta la codicia de los españoles, el mismo sentimiento sufren los alemanes cuando ven el Heinkel 111 que atesora el centro. España posee el único prototipo que se conserva del tipo E-1, para desesperación de los germanos, que prácticamente han ofrecido a España un cheque en blanco a cambio del avión. El canciller Helmut Kohl desplegó en balde todo su poder de convicción ante un atónito Felipe González para que la aeronave retornara a Alemania. Y eso que el aparato es de infausto recuerdo para los españoles. Los Heinkel participaron en 1937 en el bombardeo que destruyó Gernika.
Aeródromo de Cassamary La proeza del 'Plus Ultra' no es un acontecimiento aislado. Los capitanes Ignacio Jiménez y Francisco Iglesias cruzaron el Atlántico sur en 1929 a bordo del 'Jesús del Gran Poder'. Sin equipo de radio, del que prescindieron para aliviar el peso de la nave, volaron con la única ayuda de la brújula y el sextante. Pese a la parquedad de medios y después de una travesía de 43 horas y 6.550 kilómetros, aterrizaron con éxito en el aeródromo brasileño de Cassamary. El avión era un monomotor biplaza de cabinas descubiertas, estructura de duraluminio y revestimiento de tela. Es una de las piezas que más interés suscita.
El museo es pródigo en ejemplares del autogiro, el precedente del helicóptero moderno, de Juan de la Cierva. El inventor español estaba obsesionado con dotar de mayor seguridad a la aviación. Había visto con demasiada frecuencia cómo los aparatos se estrellaban en los momentos previos al aterrizaje, cuando reducían su velocidad. Por eso alumbró las palas giratorias, que seguían en movimiento aunque la velocidad disminuyese.
No se puede hablar de la Guerra Civil sin mencionar el 'Dragon Rapide', el avión fletado por el banquero Juan March para trasladar a Franco desde Canarias a Tetuán (Marruecos) en julio de 1936. Para no despertar las sospechas de las autoridades de la Republica los promotores del viaje clandestino simularon que se trataba de una expedición de caza de un grupo de adinerados ingleses a África. El avión despegó del Reino Unido el 11 de julio y llegó a Casablanca al día siguiente, después de algunas escalas en Portugal, Francia y Marruecos. Al piloto británico le habían dicho que tenía que trasladar a un dirigente del Rif. Pero quien apareció fue un hombre pequeño vestido con traje oscuro y sombrero: Francisco Franco.
El Museo del Aire prepara un plan ambicioso para incorporar a sus fondos el Boeing 707 que emplearon el Rey Juan Carlos y Don Felipe cuando era príncipe, así como los últimos cuatro presidentes del Gobierno para sus desplazamientos. Los responsables del centro quieren construir un «edificio emblemático y singular», en cuya techumbre se instale la aeronave. El proyecto prevé dotar a la planta baja con una superficie de 700 metros cuadrados y dos atalayas de observación. La entidad quiere incorporar a sus fondos aparatos procedentes de la aviación civil, un propósito que se vislumbra complicado por los problemas del traslado ya que, en ocasiones, hay que desmontarlos.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.