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1931. Auguste Piccard y Paul Kipfer llegaron a la estratosfera (15.780 m.) en su globo de hidrógeno con cabina hermética. :: r. c.

El gen de los pioneros

Para los Piccard, batir récords es una tradición familiar. Tres generaciones forman la saga de aventureros

INÉS GALLASTEGUI

Domingo, 19 de febrero 2017, 21:38

La palabra 'imposible' no significa lo mismo para todo el mundo. Hay hombres con el alma envenenada por el deseo de aventura. Su curiosidad no conoce fronteras; donde hay un límite, ven una invitación irresistible para hacerlo añicos. Así son los Piccard, tres generaciones de científicos y exploradores suizos que han hecho de batir récords inalcanzables una suerte de tradición familiar. En 1931 Auguste Piccard fue el primer ser humano en alcanzar la estratosfera, a casi 16 kilómetros de altitud, y ver con sus propios ojos la curvatura de la Tierra. En 1960 su hijo Jacques bajó a la Fosa de las Marianas, el punto más hondo del planeta, a 11.000 metros de profundidad en el océano Pacífico. El Piccard actual, Bertrand, destrozó marcas en 1999 al dar la vuelta al mundo en globo sin escalas en 20 días. Un par de años después ya tenía un nuevo reto: diseñar un avión solar. El pasado 26 de julio este moderno Phileas Fogg completó con su ingenio la circunvala ción del planeta: 504 días, 17 etapas, 35.000 kilómetros y ni una gota de combustible.

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¿Existe el gen de la curiosidad? «Siempre me animaron a hacer preguntas y a no dar nada por supuesto. Crecí entre científicos, exploradores, astronautas...», explica a este periódico Bertrand. De niño asistió en Cabo Cañaveral, Florida, al lanzamiento de cinco cohetes 'Apolo', invitado por su diseñador, Wernher von Braun, amigo de la familia. También el número 11, el que llevó a Neil Armstrong y Buzz Aldrin de paseo por la Luna. «Pensaba: esa es la clase de vida que quiero llevar», recuerda.

Con caracteres y perfiles profesionales muy diversos -un físico, un economista y un psiquiatra-, los Piccard tienen en común una perseverancia a prueba de bombas: todos naufragaron o se estrellaron alguna vez y sus hazañas son el resultado de muchos años de ensayos y errores. «Lo peor es no intentarlo», afirma Bertrand.

Su abuelo, Auguste Piccard (Basilea, 1884), fue un personaje muy popular de la época. Profesor de Física primero en Zurich y después en Bruselas, era un científico e inventor genial, pero nunca se conformó con teorizar entre las cuatro paredes de un laboratorio: siempre quiso construir y probar por sí mismo sus creaciones. Diseñó una cabina hermética para soportar la falta de oxígeno y las bajas temperaturas con el fin de estudiar los rayos cósmicos. Su primer vuelo estratosférico, que despegó de Augsburgo (Alemania), era el número 13 de su aeronave. En su intento de sabotear la hazaña de sus vecinos, las autoridades germanas se sacaron de la manga una norma de última hora: los tripulantes tenían que llevar casco. La señora Piccard improvisó un par con cojines y cestas. Muchas cosas fallaron en el ascenso -pasaron de temperaturas bajo cero de noche a 40 grados frente a un sol sin nubes-, bebieron el agua condensada en las paredes y el descenso fue tan accidentado que la prensa publicó que habían muerto. Aterrizaron tarde y en un glaciar, pero vivos. Habían abierto la puerta a la aviación moderna.

Auguste aún tuvo tiempo de descubrir el uranio 235, probar la Teoría de la Relatividad de su amigo Albert Einstein y desarrollar el sismógrafo más preciso de su tiempo. Diseñó el primer batiscafo, en el que acompañó hasta los 3.150 metros a su hijo antes de que este batiera su propio récord de inmersión.

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El hombre profundo

Jacques (Bruselas, 1922), economista de formación, no pudo sustraerse a la pasión de su padre por explorar nuevas fronteras. Aquellos dos ciudadanos de un país sin costa perfeccionaron su revolucionario submarino con una tecnología simplemente genial. Por un lado, una adaptación de la cabina presurizada del globo estratosférico y, por otro, el principio de Arquímedes: el sumergible 'Trieste' incorporaba tanques de 14.000 litros que lo sumergían al llenarse de agua y lo devolvían a la superficie al vaciarse. Se convirtió en 'el hombre más profundo' al alcanzar el abismo Challenger en la Fosa de las Marianas, junto a la isla de Guam.

El Piccard oceanógrafo heredó de su padre -y después legó a su hijo- un fuerte compromiso en la defensa de la naturaleza: su inmersión, en la que recogió miles de muestras físicas, químicas y biológicas, no solo demostró que había vida donde nadie esperaba encontrarla, sino que fue una de las primeras llamadas de atención sobre el problema de la contaminación de los océanos y el agotamiento de los recursos marinos.

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Aparte de diseñar sumergibles que no pudo llevar a término por falta de fondos, este sucesor del Capitán Nemo construyó cuatro mesoscafos, destinados a navegar a media profundidad: con el 'Ben Franklin' realizó una expedición de 3.000 kilómetros a lo largo de un mes para estudiar la corriente del Golfo. También fletó el primer submarino para turistas, con el que guió a 30.000 pasajeros por el fondo del Lago Lemán -que baña la ciudad de Ginebra- para mostrarles los estragos de la polución.

De sus tres hijos, solo el mayor parece haber heredado la sed de conquistar nuevos horizontes. Pero toda. Bertrand (Lausana, 1958) se pasó la primera juventud volando en ala delta, parapente y ultraligeros. Estudió Psiquiatría, se especializó en hipnosis y en los años noventa se embarcó en un reto digno del fin de siglo en el que otros habían fracasado: la vuelta al mundo en globo sin escalas, motor ni timón. Lo logró, junto al piloto inglés Brian Jones, el 21 de marzo de 1999, al aterrizar en el desierto egipcio después de 19 días, 21 horas y 47 minutos de vuelo. Su viaje batió siete récords del mundo.

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El año pasado volvió a dar la vuelta a la Tierra, pero en esta ocasión no le movió solo el afán de superar un reto: «El avión solar es una aventura técnica y política». Con 72 metros de envergadura, una 'piel' de 17.000 células solares y solo 2.300 kilos de peso, este 'pájaro' que vuela sin combustible obliga al mundo a reflexionar sobre el futuro. «Soy optimista acerca de las tecnologías verdes, porque funcionan, pero no tanto con los políticos», admite. Su nuevo reto es la Alianza Mundial por las Energías Limpias.

¿Seguirá transmitiéndose el gen de la dinastía Piccard? «A mis tres hijas les digo que los exploradores de hoy no tienen que conquistar continentes, porque eso ya está hecho -reflexiona Bertrand-. Pero aún hay mucho que hacer: luchar contra la pobreza, apoyar los derechos humanos, investigar en medicina, promover el desarrollo sostenible... Espero que ellas trabajen en cualquiera de esos campos con el espíritu de los pioneros, dejando atrás sus creencias para mirar el mundo con la mente abierta».

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La peculiar imagen de Auguste Piccard, de coronilla calva y gafas redondas, inspiró a su amigo Hergé el científico despistado en 'Las aventuras de Tintin'. Piccard, que era más alto que el profesor Tornasol (1,96 m.), nunca se enteró.

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