IRMA CUESTA
Viernes, 10 de marzo 2017, 20:23
'Satao 2' tenía 50 años y un aspecto tan imponente que se había convertido en una de las grandes atracciones del Área de Conservación de Tsavo, hasta que el pasado lunes unos guardas lo encontraron tendido en el suelo agonizando. Una flecha envenenada acababa de herirle de muerte privando al planeta de uno de los pocos ejemplares de 'tuskers' -esos colosos de cuatro patas con los mayores colmillos de su especie- que aún lo pueblan. La noticia corrió como la pólvora: «'Satao 2' ha muerto. Ha caído presa de los cazadores furtivos en un golpe devastador; un acto imperdonable contra la conservación de unos animales únicos», anunciaron los responsables del blog Africa Geografic horas después de que unos desalmados le quitaran la vida para hacerse con un botín de marfil que, ironías del destino, no tuvieron tiempo de llevarse.
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Los colmillos de 'Satao' pesaban 51 y 50,5 kilogramos. Teniendo en cuenta que en el mercado negro pueden pagarse alrededor de mil euros por kilo, los cazadores podrían haber colocado su tesoro por unos 100.000 euros en solo unas horas, demostrando que el contrabando de marfil, a pesar de las prohibiciones, está más vivo que nunca.
De que la situación es complicada da idea el hecho de que el ataque a 'Satao' haya ocurrido dos días después de que un oficial del Servicio de Vida Salvaje de Kenia (KWS) fuera asesinado por otro furtivo; una prueba más de que África sufre una escalada de violencia en la guerra abierta contra el tráfico de animales salvajes que lleva décadas regando de sangre una tierra mágica.
Estado de 'shock'
En el Área de Conservación de Tsavo, situado entre Nairobi y Mombasa, siguen en estado de 'shock'. Los responsables del parque asisten impotentes al descenso, año tras año, del número de animales de la reserva. De forma imparable. Según África Geografic, en esta zona de Kenia quedan solo seis ejemplares 'tuskers'; en todo el continente podría haber entre 25 y 30, y se estima que otros 15 más jóvenes podrían llegar a convertirse en colosos si alguien no decide interrumpir su desarrollo pegándoles un tiro. Todo apunta a que 'Satao 2' fue abatido con un dardo impregnado de veneno, pero podrían haber causado su muerte de otras muchas maneras. Los expertos aseguran que los furtivos alternan las flechas con las trampas de cianuro -las dejan cerca de los lugares a los que van a beber- y, cuando tienen un arma a mano, directamente a balazos.
Reconocen también que es complicado acabar con estas matanzas cuando no es mucho el personal que los gobiernos pueden destinar a la protección de sus animales, muchísimo el dinero en juego, pocos los escrúpulos y muy fácil para los cazadores encontrar en los propios parques la ayuda que necesitan para cometer sus fechorías a cambio de unas monedas.
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Las cifras hablan por sí solas: la caza furtiva es la causa de la desaparición del 80% de la población del elefante de selva de África central; solo en 2013 se abatieron 20.000 ejemplares, y eso que ya se habían puesto en marcha medidas proteccionistas, porque hasta entonces eran muchos más los que caían. En Tsavo, entre 1970 y 1990, 6.000 parientes de 'Satao 2' pasaron a mejor vida. Un balance demoledor.
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