Borrar
La Primitiva de este sábado entrega dos premios de 102.557,03 euros, uno de ellos en un municipio de 1.000 habitantes
Un médico ante el horror

Un médico ante el horror

Alfonso del Álamo, el hombre que gestionó las emergencias tras la matanza del 11-M, vuelca sus recuerdos en un libro. «Aquello se digirió, pero no se metabolizó»

ANTONIO PANIAGUA

Viernes, 10 de marzo 2017, 20:26

En el caos y desmoronamiento que siguieron a las explosiones del 11-M, Alfonso del Álamo mantuvo la calma. Estaba obligado porque era director general de Emergencias de Madrid. Aquel día una decena de artefactos explosivos estalló en cuatro trenes de cercanías, un atentado que segó la vida de 191 personas e hirió de gravedad a otras 250. En vísperas del 13 aniversario del magnicidio, le disgusta que se compare a los sanitarios que atendieron a las víctimas del 11-M con los héroes del 2 de mayo de la Guerra de la Independencia, como se hizo en un acto institucional. Lo que más le sigue sobrecogiendo al cabo de los años es el terrible silencio que imperaba a las ocho de la mañana en los andenes de la estación de Atocha, desprovistos del bullicio habitual. «Era una situación onírica. Conocía de sobra el escenario, pero habían desaparecido los componentes esenciales de la vida».

Alfonso del Álamo Giménez, un médico curtido en la cooperación internacional, no se arredra ante las tragedias. Fue testigo del siniestro del Aviocar en Bata (Guinea Ecuatorial) en 1987 y del tsunami del Pacífico que devastó Nicaragua en 1992. Pero la matanza de Atocha era distinta. Nadie acaba por acostumbrarse a «la muerte fuera de lugar, ajena a la naturaleza». Durante su etapa al frente de Emergencias del Ayuntamiento de Madrid, vio catástrofe tras catástrofe. Después de la masacre de 11-M tuvo que hacer frente al incendio de la Torre Windsor, los atentados de la T4 y el accidente de Spanair. Vestido con chaleco de nylon del Samur, los tres minutos que invirtió en recorrer el andén de Atocha le parecieron eternos. Ya había maletines despanzurrados, goteros, ropa revuelta, hierros torturados y una ceniza que lo cubría todo como la niebla. Los guantes se agotaron enseguida. «En realidad fueron cuatro atentados separados, del primero al último, por siete kilómetros. Eso desafiaba cualquier capacidad de respuesta».

«Un océano de dolor»

El exjefe del servicio de Emergencias ha puesto en palabras lo inefable. Lo ha hecho entregando a la imprenta un relato, '11M. El honor de servir' (La Esfera de los Libros), en el que describe «la mayor concentración de pena y pánico que se pueda concebir». La tragedia trajo consecuencias políticas por todos conocidas, a lo que se añadió el barullo mediático. El autor ha querido salvar de los escombros la narración emocionante de las 42 horas siguientes a la primera detonación, esas horas en las que los «trabajadores de emergencias, desde sanitarios a bomberos, se pusieron anteojeras y actuaron sin lamentarse. Si tenían que llorar iban al centro de control y luego continuaban su labor».

Alfonso, un sexagenario médico de familia que ha montado su empresa de consultoría, se sintió abrumado por la responsabilidad. Al fin y al cabo sólo llevaba cinco meses en el cargo. Cuando se instaló la morgue en un pabellón del parque ferial de Ifema para identificar los cadáveres, topó con un «océano de dolor». «Probablemente jamás se había visto algo parecido en la historia de España desde la Guerra Civil». Sintió una desazón honda al ver decenas de bolsas negras mortuorias ordenadas en filas y numerosos ataúdes apilados. Pasado el tiempo, cree que fue un acierto la decisión de reunir a todos los allegados de las víctimas en Ifema. «Hubo un efecto de contención, de modo que se moderaron las manifestaciones de gritos y llantos. La expresión del dolor de unos terminaba donde empezaba el dolor de los demás».

Una respuesta rápida

Los sociólogos apenas han estudiado el impacto de la tragedia en la moral de los ciudadanos. Para el médico, tal laguna es fruto de que la inminencia de las elecciones generales y el ruido mediático «secuestraron ese derecho». «Aquello se digirió, pero no se metabolizó».

Pese a algunas críticas que recibieron, los encargados de gestionar la crisis tuvieron la cordura de no despachar a las familias que pedían información con un 'vuelva usted mañana', como sí ocurrió en los atentados de Londres. Las identificaciones se realizaron con celeridad y se acordó conceder la residencia a los extranjeros indocumentados. «Un 25% de los afectados eran inmigrantes. Me percaté cuando me entrevisté con tres guineanos que tenían miedo de ponerse delante de un policía».

El concejal de Seguridad por aquel entonces, Pedro Calvo, rozó el desacato ante el juez Del Olmo cuando el magistrado a punto estuvo de cerrar Ifema y ordenar que se reanudaran al día siguiente las identificaciones. «Había que darle una respuesta rápida a la gente para que se despejara la incertidumbre, que en estos casos siempre es insoportable».

Al final del libro, Del Álamo lanza una pulla al alcalde de Madrid en 2004, Alberto Ruiz Gallardón, luego ministro de Justicia en el primer Gobierno de Rajoy. En un acto de homenaje a los muertos y al personal sanitario en el 11-M, Ruiz Gallardón expresó su contrariedad al término del reconocimiento. «Ha estado bien. Pero no ha venido La 1», en alusión a la cadena de TVE.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Un médico ante el horror