D. MENOR
Sábado, 8 de abril 2017, 16:45
Mirella La Magna es la memoria de Scampia. «Ella y su marido, Felice Pignataro, ya fallecido, nos inocularon los anticuerpos para reaccionar contra lo que estaba pasando». Palabra de Daniele Sanzone, vocalista del grupo A67 y guía de la peculiar ruta turística organizada por la asociación (R)esistenza Anticamorra para mostrar la otra cara de uno de los barrios con peor fama de Europa. Mirella lleva en Scampia desde el comienzo, cuando se levantaron los primeros edificios en los años sesenta y setenta. Vio cómo pasaba el tiempo sin que las autoridades se preocuparan por esta zona periférica de viviendas sociales que fue convirtiéndose en un gueto cada vez más populoso. Aquí buscaron acomodo algunos de los que perdieron sus casas en el terremoto que en 1980 sacudió las regiones de Campania y Basilicata, dejando casi 3.000 muertos y 280.000 desplazados.
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Mirella y Felice decidieron reaccionar ante la realidad que tenían a su alrededor: montaron una escuela y luego una asociación, llamada Gridas, «para intentar despertar a las personas del sueño». La mayor parte de organizaciones ciudadanas de Scampia que tratan hoy de darle la vuelta al barrio son hijas espirituales de Gridas. «Montamos un cinefórum todos los viernes, organizamos un carnaval y tratamos de concienciar y dar valentía a la gente para que se junten e intenten cambiar las cosas», cuenta Mirella, una mujer ya entrada en años pero con el entusiasmo y la sonrisa de una adolescente.
Las paredes de la sede de Gridas, ubicada en un edificio ocupado, están decoradas con murales de vivos colores como los que Felice pintaba por los muros del barrio. Mirella ofrece allí una explicación tan clara como certera del éxito de la Camorra, la mafia napolitana. «Nace por la conjunción de diversos hechos. La degradación, la falta de educación y el dinero que acumularon los camorristas tras el terremoto de 1980, pues controlaban el movimiento de tierras y se hicieron con las obras de reconstrucción. Obtuvieron así muchísimo dinero que les permitió entrar en contacto con los colombianos y mexicanos para traer droga. En los años ochenta esta zona era ideal: abandonada por las instituciones y con infinidad de chicos sin apenas educación. Resultaba fácil usarlos para otros fines». No hace falta que diga cuáles: consumidores o peones del negocio del narcotráfico.
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