DARÍO MENOR
Lunes, 17 de abril 2017, 00:40
A Benedicto XVI probablemente le haga ilusión que su 90 cumpleaños caiga en el Domingo de Resurrección. No es más que un capricho del calendario, pero tiene su peso en una persona que ha dedicado su vida a estudiar, defender y propagar la fe en Cristo resucitado. Joseph Ratzinger pasa hoy a ser nonagenario, poco más de cuatro años después de renunciar al pontificado y convertirse en Papa emérito, una figura inédita en la Iglesia. Aunque en aquel azorado febrero de 2013 todo eran dudas (¿cómo hay que referirse a él ahora?, ¿seguirá utilizando el blanco para vestirse?, ¿cómo será la convivencia con su sucesor?), en el tiempo pasado desde entonces aquellas cuestiones fueron disipándose con la misma tranquilidad con que Benedicto XVI iba pasando sus días en el monasterio Mater Ecclesiae, ubicado dentro del Vaticano. Aunque son más que evidentes las diferencias en las formas y en el tono entre Francisco y su antecesor, en ambos pontificados subyacen las mismas preocupaciones básicas, lo que resalta las aportaciones que el tímido y apocado Ratzinger hizo a su sucesor. Constituyen parte del legado de uno de los más potentes teólogos que ha tenido la Iglesia católica en las últimas décadas.
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La contribución intelectual. Críticas al relativismo, impulso al diálogo entre fe y razón
«Una Iglesia sin teología es una congregación de ingenuos o de fanáticos. Una teología sin Iglesia no deja de ser ciencia-ficción o, en el mejor de los casos, mera colección de estadísticas histórico-literarias». Olegario González de Cardedal, probablemente el teólogo español más reputado, explicaba en dos líneas el valor de la aportación de Ratzinger como intelectual de la fe. Lo más llamativo es que el catedrático emérito de Teología Dogmática de la Universidad Pontificia de Salamanca escribía esto en 1969 en su nota preliminar al libro 'Introducción al cristianismo' de Ratzinger, que entonces era sólo un profesor universitario. Este ensayo sigue siendo hoy lectura de referencia para quien se acerca a la fe católica proveniente de otras religiones, de la indiferencia o del agnosticismo. Otra contribución sustantiva del Ratzinger teólogo es su trilogía sobre Jesús de Nazaret, completada ya como Papa y con la que trata de presentar la figura y el mensaje de Cristo. Fruto de su análisis sobre cómo vivir el catolicismo de forma concreta en este preciso momento de la historia son sus críticas al relativismo y el impulso que dio al diálogo entre fe y razón. Ratzinger secundaba así el chascarrillo que se escuchaba en Roma durante los años de su pontificado: «A Juan Pablo II la gente venía a verle. A Benedicto XVI, a escucharle».
La semilla de las reformas. Abrazar la pobreza terrenal para volver a ser creíbles
«La Iglesia debe decir adiós al poder, la riqueza y las estructuras burocráticas inútiles para vivir plenamente la fe y abrirse al mundo. Sólo cuando sea capaz de librarse de sus lazos materiales su acción misionera volverá a ser creíble». No es un mensaje de Francisco, sino de Benedicto XVI, quien en septiembre de 2011, durante su estancia en Friburgo (última etapa de su viaje a Alemania) realizó un sorprendente discurso en el que celebraba los períodos de secularización, pues lograron que la Iglesia se «desnudara» de sus fardos tangibles y políticos para abrazar «la pobreza terrenal». Aunque en su momento pasó desapercibida, aquella alocución en Friburgo mostraba las ganas de Benedicto XVI de llevar a cabo una profunda reforma de la Iglesia para conseguir que la institución volviera a sus orígenes y abrazara a los más desfavorecidos. Parecía marcar el camino que un año y medio después hollaría Francisco. Ratzinger también dejó claro en su pontificado cuáles eran los campos en los que no cabían cambios: aborto, celibato obligatorio para los curas y acceso de la mujer a la ordenación sacerdotal. Sobre estos temas también se pronunció de forma clara Juan Pablo II, por lo que es improbable que un obispo de Roma desdiga a otro.
El retorno de los 'lefebvrianos'. Pasos para readmitir a este movimiento ultraconservador
Se espera que en los próximos meses el Vaticano haga un anuncio destinado a ocupar titulares: la readmisión a la comunión con Roma de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), el movimiento ultraconservador del arzobispo cismático francés Marcel Lefebvre, fundado en 1970 en oposición a algunas decisiones del Concilio Vaticano II. Aunque será Francisco el Papa con el que crucen el Tíber los 'lefebvrianos', como se conoce a este grupo que cuenta con unos 613 sacerdotes y 200 seminaristas para atender a unos 500.000 fieles en 72 países, fue Benedicto XVI el que puso las primeras y más importantes piedras del puente de su regreso hacia Roma. Y quien trazó la hoja de ruta para llevarles a la plena reconciliación con el Vaticano. Su primer gesto concreto tuvo lugar a principios de 2009, cuando levantó la excomunión a los cuatro obispos de la FSSPX. Aquella decisión le granjeó una de las grandes polémicas del pontificado, pues entre los prelados perdonados estaba Richard Williamson, negacionista de la existencia de cámaras de gas nazis y quien reducía el número de judíos muertos en el Holocausto a 300.000. Cuando se supo que Williamson mantenía estas posturas, el propio Ratzinger reconoció que el Vaticano tenía que haberse informado mejor y le pidió que se retractara de su posición. Dos años después del llamado 'caso Williamson', el Papa alemán siguió dando pasos adelante en el acercamiento a los 'lefebvrianos' al entregarles un documento, llamado 'Preámbulo doctrinal', en el que detallaba los principios y criterios de interpretación de la doctrina católica que pide la Santa Sede para admitirlos. También les brindó la fórmula para que encajaran con Roma manteniendo su propia identidad: la creación de una prelatura personal.
La crítica al capitalismo voraz. La caridad, refuerzo de la doctrina social de la Iglesia
La crisis económica desatada a partir de 2008 con la inesperada bancarrota del gigante financiero estadounidense Lehman Brothers pilló a Benedicto XVI con el pie cambiado. El Papa llevaba entonces más de un año preparando una encíclica social, cuya publicación se esperaba en 2007 para que coincidiera con el 40 aniversario de 'Populorum progressio', la gran encíclica social de Pablo VI y un hito en el magisterio contemporáneo de los Papas. A Ratzinger, como a tantos otros observadores, la debacle le obligó a revisar los planes y actualizar su discurso. El Pontífice alemán llamó en su auxilio al entonces presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR, la banca vaticana), Ettore Gotti Tedeschi, quien le asesoró en la redacción de 'Caritas in veritate'. La encíclica vio finalmente la luz en julio de 2009 ofreciendo una reflexión para volver a pensar el modelo económico occidental. «La crisis nos obliga a volver a proyectar nuestro camino, a darnos nuevas reglas, a centrarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas», indicaba Benedicto XVI en 'Caritas in veritate', que renovaba el impulso de la caridad en la doctrina social de la Iglesia y subrayaba que el desarrollo necesita la verdad de Jesucristo para producirse. También introducía el texto el concepto de «ecología humana». Francisco profundizaría luego en estas tesis en su encíclica 'Laudato si'.
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Tolerancia cero frente a la pederastia. Obligación de responder ante la Justicia y penitencia
Desde 2001, Joseph Ratzinger empezó a encadenar semanalmente un «viernes de penitencia» tras otro. Así los llamaba el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe después de que Juan Pablo II diera el primer paso para intentar acabar con la pederastia en el clero al confiarle al antiguo Santo Oficio el trato de los abusos sexuales a menores por parte de clérigos. A partir de entonces, el cardenal Ratzinger dedicaba los viernes a revisar los casos que le iban llegando desde las distintas diócesis. Irlanda, Estados Unidos, Australia, Bélgica, Alemania... Eran cada vez más los países de donde provenían denuncias de pederastia. Ratzinger empezó a poner orden tras décadas en que la Iglesia negaba las acusaciones y se limitaba a cambiar de parroquia a los curas abusadores. Desde el solio pontificio, al que llegó en 2005, Benedicto XVI continuó con la limpia, pero su línea de 'tolerancia cero' se encontró con no pocas resistencias por parte de la jerarquía eclesiástica y la aparición constante de nuevos casos de abusos. Paradigmática de la actitud de Ratzinger es su carta a los católicos irlandeses en marzo de 2010, un auténtico 'annus horribilis' para el Papa por este problema. En aquel texto critica duramente a los obispos de aquel país, les acusa de cometer graves errores de juicio y de falta de liderazgo. Y a los abusadores les exige penitencia y responder «frente a Dios y los tribunales», ya que están obligados a «someterse a las exigencias de la Justicia». Fueron aquellos pasos significativos en el camino que luego ha continuado Francisco.
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