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El Papa emérito apenas se deja ver tras su retiro. :: afp

La renuncia al pontificado de Benedicto XVI, el mejor regalo para los próximos Papas

PPLL

Lunes, 17 de abril 2017, 00:40

Seguiré cerca de todos con la oración, aunque para el mundo, estaré escondido». El 14 de febrero de 2013, tres días después de sacudir a la Iglesia con el anuncio de su renuncia al pontificado, Benedicto XVI confesaba sus planes de futuro a un grupo de sacerdotes de la diócesis de Roma a los que recibió en el Aula Pablo VI del Vaticano. Dio entonces una última muestra de su agilidad mental: improvisó un brillante discurso de 45 minutos seguidos en los que sólo se detuvo un instante para beber un sorbo de agua. Al acabar aquel mes de febrero haría efectiva esa voluntad por esconderse al recluirse en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, del que sólo saldría para entrar a vivir en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, que hubo que reformar para que acogiera al Papa emérito.

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Desde entonces, a Benedicto XVI se le ha visto poco: un puñado de ceremonias significativas (como la canonización de Juan Pablo II y de Juan XXIII por parte de Francisco, la que se conoció como la 'misa de los cuatro Papas'), y para de contar. Quienes lo visitan dicen que está bien, aunque con la vista y la movilidad cada vez más limitadas. «Yo tengo algunas ocasiones de ver al Papa emérito y hablar con él», explica el que fue durante diez años portavoz vaticano, el jesuita Federico Lombardi. «Me siento en un sillón al lado del suyo y hablamos con toda normalidad -apunta-. El diálogo es muy natural y agradable, porque su mente y su memoria están lucidísimas, ni siquiera le falta un fino sentido del humor y su atención hacia el interlocutor me impresiona».

Benedicto XVI y Francisco se han visto en varias ocasiones. Para el Papa, contar con su antecesor a pocos metros es un recurso. «He dicho tantas veces que me gusta mucho que viva aquí, en el Vaticano, porque es como tener en casa al abuelo sabio», comentó en la Fiesta de los Abuelos, celebrada en 2014. Bergoglio y los próximos Papas le tienen que estar muy agradecidos por haber tenido el coraje de abrir la puerta a la renuncia.

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