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El perejil de todos los líos

El perejil de todos los líos

En sus locales ha comido todo el Madrid oficial. Arturo Fernández alimenta ahora los 'menús judiciales' que indigestan al PP de la comunidad

ANTONIO CORBILLÓN

Sábado, 20 de mayo 2017, 21:23

A nadie ha extrañado que quien era responsable de llenar las mesas de toda la clase pública de Madrid figure como uno de los platos principales en todos los 'menús' judiciales que se investigan hoy en la capital. Y que corresponden a sus tres últimas presidencias, todas del PP: Esperanza Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes. Arturo Fernández (Madrid, 1945) llegó a gestionar 180 restaurantes. No hay cargo público de la Comunidad de Madrid y de casi todas las españolas, sea del partido que sea, al que no haya servido alguno de sus 700 cocineros y 3.800 empleados. Se estrenó con la concesión de la cafetería del Congreso de los Diputados en 1996. Detrás llegaron el Senado, la Asamblea de Madrid, La Moncloa, el recinto ferial IFEMA, RTVE, la sede de UGT, hospitales, colegios...

Ahora nadie quiere valorar su trayectoria. Pero no es de extrañar que un veterano político madrileño, bajo secreto de anonimato, le calificara en su día como «el perejil de todas las 'salsas' de Madrid». Su último 'guiso' puede costarle la carrera política a la actual presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, de la que la Guardia Civil trata de determinar si influyeron en su decisión de concederle el catering de la Asamblea de Madrid las donaciones de 160.000 euros que Fernández entregó a la fundación Fundescam (vinculada al PP) a través de sus propias organizaciones benéficas.

Rey del catering

  • Arturo Fernández acumuló la presidencia de la Cámara de Comercio, la Confederación de Empresarios y la vicepresidencia de la CEOE. Eso le permitió convertirse en el rey del catering, con más de 60 empresas centradas sobre todo en dar servicio a docenas de edificios oficiales y centros públicos. Llegó a facturar más de 100 millones de euros y dar trabajo a 3.800 personas.

  • Vida familiar. Casado con Elena Rute Macías, hermana de la cuñada de Gerardo Díaz Ferrán, expresidente de la CEOE. No tienen hijos.

En realidad, el perfil del hombre que más poder atesoró en el empresariado madrileño se acerca más al tópico de negocios de vodevil que Luis G. Berlanga retrató en 'La escopeta nacional'. El emporio del apellido Fernández nació hace casi 100 años cuando su abuelo observó los 'fogonazos' de relaciones, poder y dinero que se movían entre disparo y disparo en los campos de tiro británicos. Su foto, armado con un fusil de época, preside el Campo de Tiro Campoblanco, ubicado en las cercanías de Alcobendas. Lo fundó en 1920 y fue pionero en España. Hoy continúa siendo el 'sancta santorum' en el que Arturo Fernández se refugia para disfrutar de sus logros. Al igual que por sus restaurantes, por aquel espacio han desfilado desde su buen amigo el Rey emérito, Juan Carlos I, a gran parte de los poderosos madrileños. Allí reúne más de 100 coches de lujo, desde limusinas californianas a pequeños Austin mini. Y en un búnker subterráneo hay más de 2.000 armas de fuego de coleccionista. Su joya de la corona es un fusil con su nombre que él valora en más de 100.000 euros.

A prueba de bombas

Su padre fue también una autoridad en el mundo armero. De hecho, el logo del corazón de su madeja de empresas (su nombre aún figura en más de 60), Arturo Grupo Campoblanco, tiene la imagen de un cazador con su arma lista para actuar. Con solo 17 años, Arturo heredó la firma creada por su abuelo en 1898. Antes había compartido aulas en el Instituto Británico con una niña llamada Esperanza Aguirre. Sus destinos se han encontrado infinidad de veces. También en 2008, cuando ambos sobrevivieron a las bombas y ráfagas de metralleta de un atentado islamista en su hotel de Bombay en una expedición comercial.

Su dedicación al negocio hizo que necesitara 12 años para sacar la licenciatura de Económicas en la Complutense. Pero su ascensión empresarial ha tenido más que ver con su don de gentes, su fama de campechano y cercano y un ideario político inexistente. «No soy de ningún partido, pero me he llevado siempre bien con todo el mundo». Bajo esa definición supo moverse en todos los escenarios. Atlético declarado pero sin hacerle ascos al palco de su gran rival en el estadio Bernabéu.

Así logró meter la 'cuchara' en toda contrata pública. Empezó en el Congreso de los Diputados hace 20 años pero la perdió en 2009 cuando la repetida queja por los pagos de horas extra en negro de sus empleados amargó el 'cafelito' a sus señorías. Se apuntaba a todo, incluso aunque perdiera dinero como en el ahora sospechoso catering de la Asamblea de Madrid. «En aquellos tiempos se podían aceptar esas pérdidas y se quedaba bien con el 'establishment'».

Detalles nimios para lo que vino detrás. En 2015, su maraña de sociedades debía 20 millones a la Seguridad Social. La cuesta abajo se la señaló su concuñado Gerardo Díaz Ferrán, al que sustituyó como presidente de los empresarios, y que sigue en la cárcel por delitos económicos. En todas partes eran «los cuñadísimos». Hasta el 'pequeño Nicolás', un trepa de libro, ha tramado negocios con él.

Fernández ya fue condenado a seis meses de cárcel por el uso de las 'tarjetas black' de Caja Madrid que gastaba en sus locales porque «son más baratos y son míos», le soltó al juez. Espera juicio por la salida a Bolsa de Bankia y por los cursos de formación. Siempre cordial, solo se enfadó cuando Podemos incluyó su rostro en su 'Tramabús'. «Antes era casta, ahora no soy casta, soy trama», ironizó.

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