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FERNANDO MIÑANA
Jueves, 1 de junio 2017, 20:29
La vida nos lleva de aquí para allá. Hay quien vive en la misma ciudad desde que nace hasta que muere y quien cada año cambia de lugar. Mar Sáez era de las fijas. Su sitio era Murcia. Allí nació (1983). Allí estudió Psicología. Y muy cerca de allí, en Valencia, decidió hacer también Comunicación Audiovisual. En 2007 le llegó un empleo como responsable de Cultura de la delegación en Murcia de 'La Razón' y un día le propusieron un encargo de esos que no esperas: un viaje a Mauritania. En África escribió y retrató. Y estando allí, al fin móvil, se despertó su instinto y decidió abordar su primer proyecto artístico.
La crisis se llevó por delante aquella redacción periodística y Mar Sáez decidió que el contratiempo iba a ser su oportunidad. «La fotografía era mi afición, pero decidí profesionalizarme para vivir de ello». Nunca se lo había planteado. Para ella una cámara de fotos era casi un juego, como el que practicaba de niña con la réflex de su padre, de quien heredó la pasión por la fotografía. Un máster la llevó a Madrid. O lo que es lo mismo, la arrancó de Murcia, donde estaba su familia, donde estaban sus amigos, donde estaba su pareja.
El futuro en un punto y el pasado en otro. Y entre los dos, un péndulo que cada quince días se movía 400 kilómetros para unirlos un viernes y volver a separarlos un domingo. Ese péndulo era uno de esos coches compartidos para ahorrar gastos y dejar atrás la soledad. Y yendo y viniendo, brotó una idea. «Surgió un proyecto sobre la manera de estar a caballo entre dos ciudades. Era una etapa de mi vida en la que no me sentía de ninguna parte. Ni de Madrid ni de Murcia».
Las fotos muestran a sus compañeros de viaje. Unos posan pero otros están abstraídos en sus pensamientos, en sus vidas, en sus sueños. También los lugares que uno ve por el camino mientras anda ensimismado en sus cosas. Imágenes en las que casi se oye el aire lamiendo la carrocería, las ruedas rodando sobre el asfalto. Y las paradas a estirar las piernas, a tomar un café, a echar un cigarrillo.
Mar nunca viajaba al volante. Nada más subir al coche, advertía al resto de los pasajeros de que iba a hacerles fotos. Si daban su consentimiento, no volvía a avisar. Durante dos años disparó a diestro y siniestro. Y llevó al corazón de su cámara el recuerdo de gente como ella. Viajeros que no eran de aquí ni de allá. «Como una chica de Toulouse que estaba de Erasmus en Madrid y que me contó que había pedido aquella beca para estar más cerca de su abuela, que es de un pueblo de la huerta de Murcia. Coincidimos más de una vez y siempre volvía a Madrid con un 'tupper' de paella de su tía».
En las fotos nadie habla. Muchos piensan. O duermen. O miran hacia el horizonte sin más. «La colección tiene un punto melancólico. Para mí, irme a Madrid fue ir a aprender, pero me costó porque estaba muy a gusto en Murcia y al principio cuesta. Y tiene mi punto agridulce porque crecí profesionalmente muchísimo (sus trabajos han recibido importantes reconocimientos, como dos premios LUX) pero también me sentía lejos de las personas que quería».
Padres divorciados
Y cada viaje era una historia. Un día coincidía con gente parlanchina, otro con tipos que no levantaban los ojos del teléfono móvil y otro compartía coche con chavales que volvían del SOS 4.8, el conocido festival de música de Murcia, después de haberse acostado a las tantas y que estaban muertos de sueño. «Había muchas parejas que seguían a distancia, como yo. O incluso una que se conoció en un viaje en Blablacar. Y también coincidía con muchos padres divorciados que viajaban el fin de semana a ver a sus hijos. Daban mucha pena».
El tema de conversación más recurrente era si les gustaba más vivir en Madrid o en Murcia. «Pero, en general, en los coches compartidos los temas son muy variados. Aunque también había días en los que nadie abría la boca».
De aquellos años melancólicos guarda un buen recuerdo y una forma de transportarse que la ha conquistado. «Me encanta viajar en coche compartido. A veces me llaman para ir a festivales y me pagan el billete de tren, pero yo les pido si puedo ir en coche. Me gusta más porque es una oportunidad para conocer a gente nueva y me resulta más cómodo porque es más flexible el horario y siempre te dejan más cerca de tu destino de lo que están las estaciones».
El fruto de tanto traslado es 'Dúo A', que tiene el formato de un periódico y las fotos van acompañadas de los textos del escritor murciano Miguel Ángel Hernández. «Reivindica el formato de reportaje», advierte la fotógrafa, quien también exhibe sus imágenes en una exposición titulada 'A los que viajan' que actualmente, y hasta el 2 de junio, está en la Casa de la Cultura de Castellón.
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