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Lagos, verdes y castilllos... seducen al corredor. LP
HISTORIAS CON ZAPATILLAS XVI

La impactante y única media maratón de los castillos

Potsdam organiza los 21,1 kilómetros más majestuosos (y quizá hermosos) que pueda ofrecerte una carrera, que además es irrepetible si la haces junto a tu gran amigo

Jesús Trelis

Potsdam

Miércoles, 18 de junio 2025

No corro por competir. Ni siquiera conmigo mismo. Aunque a veces me reto. Muchas. No corro tampoco -al menos sólo- para sentirme bien, más fuerte y equilibrado emocionalmente. No lo hago (sólo) por eso. Corro sencillamente, y de forma muy prioritaria, para sentirme vivo. Y esas ansias por vivir, se han ido colmando en los lugares más diversos e insólitos. Y de las formas más variopintas. Y se han consolidado, sumando carreras junto personas que has ido encontrando por la travesía. Como es mi amigo -y ya hermano de puro sentimiento (así lo siento)- al que ya debes conocer a estas alturas de estas 'Historias con zapatillas': sir Jens Rosendahl. El compañero perfecto para vivir el running y el colega ideal con el que compartir confidencias, tiempo a distancia y ocio de tanto en tanto. Quizá porque, aunque parezca mentira, tenemos un algo de gemelos que nos mantiene conectados pese a los kilómetros que separan la ciudad donde él vive en Alemanía y mi Valencia.

Momentos del entrenamiento el sábado para activarse cara a la carrera. Seis kilómetros alrededor del lago Havel.
Imagen principal - Momentos del entrenamiento el sábado para activarse cara a la carrera. Seis kilómetros alrededor del lago Havel.
Imagen secundaria 1 - Momentos del entrenamiento el sábado para activarse cara a la carrera. Seis kilómetros alrededor del lago Havel.
Imagen secundaria 2 - Momentos del entrenamiento el sábado para activarse cara a la carrera. Seis kilómetros alrededor del lago Havel.

Nuestra última aventura juntos ocurrió en un lugar sencillamente impresionante y que hace, de la media maraton que organiza, algo único. Extraordinariamente hermoso. La media maratón de los castillos de Potsdam. Donde agua, palacios galmurosos, bosques y parques insultantemente hermosos, te acompañan durante el recorrido. Tanto es así que el principal inconveniente para hacer un gran tiempo es que, a la fuerza, dejas de concentrarte en la carrera para observar cada rincón, detalle, paisaje… que se presenta ante ti durante las zancadas. Y te seduce. Y atrapa. Y conecta contigo. Y te emociona. Tanto que, en mi caso, recorde a Kapuscinski diciendo aquello de: «la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro: tiene el corazón quemado». El mío vibraba. Todo era especial. El qué, el cómo y el con quién. Incluso el por qué. Correr para vivir.

El día de antes

El día previo a la carrera, en compañía de mi compañero del alma, acariciamos Potsdam a pinceladas. Un increíble paseo en una embarcación turístcia me acercó a la ciudad que me iba a seducir y que luego iba a recorrer, en parte, en un agradable y emocionante paseo. Allí, como enormes cajas de sorpresa -cada una con su personalidad y estridencia- estaban: el palacio de Sanssouci (que significa sin preocupaciones y que fue la residencia de verano de Federico el Grande); el nuevo Palacio ( residencia para invitados reales y más tarde del Kaiser Guillermo II: el palacio de Cecilienhof (famoso por que acogió la Conferencia de Potsdam al final de la Segunda Guerra Mundial), el palacio de Charlottenhof, el Babelsberg, el de la Orangerie... O el maravilloso Pabellón Chino (Chinesisches Teehaus), entre otros.

Detalles de algunos de los castillos y palacios de Potsdam.
Imagen principal - Detalles de algunos de los castillos y palacios de Potsdam.
Imagen secundaria 1 - Detalles de algunos de los castillos y palacios de Potsdam.
Imagen secundaria 2 - Detalles de algunos de los castillos y palacios de Potsdam.

Del tusnami de impactos visuales, dejo tres estampas emocionantes para mí: descubrir el Sanssouci, el hermoso salón de té chino y los alrededores del Beldevere. De verde intenso, custodiado por dos hileras de aguerridos árboles, inmensos como gigantes, y con el templete al fondo. Tres estampas y un instante mágico. Descansando sobre el verde, reflexionando de lo hermoso del momento y rumiando la carrera, nos tomamos una inolvidable ratler Astra. Probablemente la mejor cerveza que me pueda tomar (cerveza con limón, claro… porque ando evitando el alcohol).

Sanssouci, el pabellon chino y el Beldevere.
Imagen principal - Sanssouci, el pabellon chino y el Beldevere.
Imagen secundaria 1 - Sanssouci, el pabellon chino y el Beldevere.
Imagen secundaria 2 - Sanssouci, el pabellon chino y el Beldevere.

Antes de eso, habíamos comenzado el día con uno de nuestros rituales: el entrenamiento previo que nosotros llamamos Bimbo Train (en honor al que se suele celebrar en Valencia con motivo del maratón). Fue emotivo en lo personal y espectacular por el lugar. Un paraíso en el que los verdes y las flores hacen del paisaje algo extremadamente bucólico. Cisnes, urracas y cigüeñas; ranas cantando al amanecer; caballos y vacas reposando felices por el césped. Valles de amapolas. Agua entre canales y el lago Havel. Corrimos tranquilos nuestros cinco o seis kilómetros. Y culminamos -fue la súper sorpresa- con un baño en las frías (o no tanto) aguas del lago. Y todo fue inolvidable.

«Todo era especial. El qué, el cómo y el con quién. Incluso el por qué. Correr para vivir»

Y atardeció, acabamos el sábado, siguiendo con otros de los rituales: con nuestra cena de pasta. (Para hacer una buena carga de hidratos). Un instante para hablar de nosotros y nuestras vidas, siempre en busca del lado bueno de la historia. Una conversación que duró hasta que la noche nos tumbó. Si, matamos el día desgranando nuestras vidas, tan diferentes pero vividas con un sentimiento gemelo. Nuestras vidas, fraguadas en la pasión por el running y en la verdadera amistad. Sin más historia que el compartir. Y el sonreír.

La carrera

El día de la media maraton amaneció, como sospechábamos, caluroso. Demasiado para un lugar como Potsdam. De hecho, íbamos a superar ese día los 30 grados. Tanto es así que acabamos como rojos gambas (a la plancha, claro). Desde luego, fue mi caso. Salí con mi piel blanca sin sospechar que iba a apretar tanto. Pero la verdad es que poco me importaba. Muy pooco porque es tremendamente emocionante hacer esos 21 kilómetros en un enjambre en la que quedas atrapado por la belleza de manera rotunda.

Jens y quien te escribe salimos como un congestión potente y los pulmones tremendamente cargados, por esas cosas que traen los aire acondicionados combinados por calores extremos. (Gemelos, ya ves). Eso hacía que coger velocidad en la carrera fuera complicado. Y buscar retarse, más. Por eso, ambos firmamos un pacto en el que acordamos que iba a ser una carrera para gozar,. Sin exigirnos ni sufrimientos. Disfrutar y disfrutar. Y así, ya lo adelnató, ocurrió. Y aunque, como es normal, tuvimos nuestros momentos más intensos y más difíciles, la verdad es que todo fue maravillosamente rodado. No hubo gran tiempo en el crono, pero si extraordinarias sensaciones en lo sentido.

Adoquines y asfalto se combinan con tramos de arenillas y piedras; los palacios que podrías tocar con las yemas de los dedos, se intercalaban con bosques contundentes y grandes mansiones. Las casas rusas de madera; el puente de hierro forjado, el viejo molino, enormes esculturas de mármol que te miraban como si fueran el Gran Hermano... Correr esa media maraton y hacerlo con Jens es, sencillamente, un regalo extraordinario. Cruzar la meta de nuestra carrera número doce juntos es increíble. Y me siento tremendamente afortunado.

Imagen principal - La impactante y única media maratón de los castillos
Imagen secundaria 1 - La impactante y única media maratón de los castillos
Imagen secundaria 2 - La impactante y única media maratón de los castillos

Terminamos en el estadio de Potsdam, en su césped, tirados, con amigos de Jens -Denis y Svetlana- compartiendo un nueva cerveza con limón y algunas instantáneas. Y, sensaciones… Esas que siguieron vivas durante el resto del día. Que acabó en familia -con la bella por dentro y por fuera Lilly- y con una barbacoa que nos voy a detallar para evitar envidias… Ja ja ja… Era dejar de ser el invitado para ser uno más de su casa. Y los que viven esa experiencia saben que es maravilloso. Porque nada como sentirse con alguien como alguien de su familia. Un regalo, decía.

El adiós, otra vez

La vuelta a Valencia fue difícil. Lo confieso. Descalabrarse de los sueños, bajarse de ellos, es tremendamente difícil. cuando has estado mucho tiempo aspirando a alcanzarlos. Y además porque, tras tanta intensidad, llega una profunda sensación de vacío. Aunque con tiempo, en verdad, se transforma todo ello en un arsenal de vitaminas que te hacen, de tanto en tanto, sonreir y sentir cierta paz. La paz que dibujaba el valle de las amapolas.

Volví, en efecto, a Valencia en mi nube. Volando, como el osado Karl Wilhelm Otto Lilienthal (1848-1896) que, en Kreutz, cerca del hogar de mi buen amigo, intentó volar. Y fue, dicen, el primer humano que logró. Volví volando como ese Leonardo Da Vinci alemán, que se lanzó de la colina con una aparatoso artilugio. Y logró flotar en el aire por 15 metros aproximadamente. Se rompió las dos piernas, pero siempre sintió que valió la pena. Rozar los sueños siempre vale la pena. Aunque luego te den escalofríos por lo vivido y todo quede, como decía, en un arsenal de vitaminas.

Monumento al hombre volador.

Soñar, amigo Jens, vale la pena. Soñar, querido corredor y lector, es sencillamente fantástico. Que tus sueños se hagan realidad a su antojo, con sus propias sorpresas y peripecias, es tremendo. Una medalla que no logras en ninguna meta. Sólo viviendo y estando acompañado de quien, de verdad, te brinda su vida desde la honestidad y la verdad. Un triunfo incalculable.

Vida, siempre vida. Entre zancadas o sin ellas. Sigue la travesía. Nos encontramos entre carreras siempre con la mirada de Mr Homptimist. Esto es Historias Con Zapatillas, algo más que correr.

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