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Escribo esta historia con zapatillas a dos días de que suene el pistoletazo de salida de la media maratón de Valencia. Y lo hago con el nervio instalado en el estómago pero también con esa pátina de sensatez y humildad que me dio mi último gran reto como corredor novato en Cardiff. Otra carrera inolvidable, porque fue gratificante en el sentido más amplio de la palabra. Y porque, por encima de todo, me ayudó a mirar mucho más allá del 'yo' personal; a bajar los egos que, sin darnos cuenta, vamos cimentando en nuestro interior y a volver a dejarme patente que, lo realmente importante en esto del correr, es disfrutar de ello. Con retos, sí. Con metas, absolutamente. Pero sin dejar de apreciar cada zancada, cada kilómetro que sumas a tu particular carrera por la vida, cada experiencia que vives –ya sea en una gran ciudad europea o en un pueblo de interior de tu tierra-. Sin dejar de apreciar los momentos, los paisajes y las gentes que el trazado va poniendo ante ti.
En Cardiff viví mucho de ello. La capital galesa, es una ciudad hermosa. Potente. Castillo que invita a imaginar, callejas inglesas, ambiente divertido e interesante. A quien dice que tiene poco. A mí, me pareció mucho. Los muros de su fortaleza, las bestias de piedra custodiándolo, la estructura majestuosa, los verdes que le rodean, los árboles y las avenidas que, a partir de él, se despliegan por una ciudad con su bahía, que vivía del carbón y que huele a lluvia y se dibuja acuosa.
En Cardiff, viví los 21,1 kilómetros con la intensidad de una carrera de ese calibre. Con los nervios que le acompañan. Con las dudas que nunca dejas detrás. Con la exigencia, kilómetro tras kilómetro, y con la cabeza diciéndote desde que puedes ir a más a que te vas a hundir y fracasar. Pero fue bien. Muy bien. La segunda media maratón más rápida que he hecho. Y eso fue un goce tremendo. Porque luego lo disfruté, regalándome una cerveza tridimensional en un pub de la ciudad junto a una buena hamburguesa, mirándome el ombligo y diciéndome: ¡Qué machote eres!.
Pero tras ella, como encadenándose una cosa con otra, comencé a conocer locos corredores de esta maravillosa comunidad de runners que me abrieron los ojos y me pusieron en mi lugar. E, incluso, que me invitaron a dar un paso atrás y limitarme a disfrutar sin dejar jamás de ser exigente conmigo mismo. Conocí a un corredor –joven, de un pueblo cercano a Barcelona- que este año va a hacer doce maratones. Y, además, cada cual en un lugar más sofisticado. Del Mar Muerto a Nueva York, sin freno. O a ese alicantino de 74 años que en una semana partía hacia Chicago -donde Kiptum triunfó-, para correr también sus 42 kilómetros, invitado por la organización. O la chica de Torrevieja que va también de tournée por el mundo comiendo kilómetros sin cesar, sin más ánimo que disfrutar.
«Eres un novato y, lo mejor, no te debe importar», me dije ante lo que era la más maravillosa lección de humildad. Y es que, en este mundo del correr, siempre encuentras gente que es mucho más disciplinada, rápida, entusiasta… que tú. Y que lo son desde la humildad más absoluta y sin querer caer jamás en la competición. Como bien nos enseña en sus newsletters el bueno de José Garay (Síguele). Y eso, sencillamente, hace única esta pasión corredora. Esa que se fue incrementando, precisamente, cuando en Berlín me hice un amigo llamado Jens –al que ya todos conocéis- y con quien sigo compartiendo sueños de runner y experiencias únicas. Nuestra amistad es, en realidad, la esencia de lo que aquí os vengo a contar. Que correr nos hace mejores, porque lo somos sin darnos cuenta de ello. Sencillamente, porque los kilómetros domestican el alma y el carácter y dan vida a la propia vida. Eso me enseña Jens. Eso me enseñó Cardiff. Y eso, me enseña, a diario, este deporte popular y tan lleno de historias encadenadas. Historias con Zapatillas.
En Cardiff, el día antes de la carrera, entrené por un grandioso y enorme bosque cercano a su castillo. Eran las siete de la mañana. Un poco antes, quizá. Corrí creo que unos 30 minutos. Todo era de verde intenso. Niebla baja. Ardillas correteando. Castañas verdes colándose por la travesía. Me crucé con algunos de los keniatas que el día después ganarían la media maratón. Todo era tan idílico que hizo el instante sencillamente único. Cuando llegué a la habitación del hotel, le dije a mi mujer: «yo por mí, como si no corro mañana». Estaba flotando. Y creo que sigo. Aunque me toque bajar de las alturas que, en nada, tengo cita con el asfalto valenciano. Y eso para mí es mucho más que una carrera. Es pura emoción y pasión.
Seguimos corriendo y soñando.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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