Urgente Bonaire cerrará sus puertas a partir de las 19 horas ante la previsión de fuertes lluvias
HISTORIAS CON ZAPATILLAS XVIII

El maratón que corrí por Valencia y por mi amigo

La prueba de 42,2 kilómetros tras la devastadora DANA fue como un gran abrazo colectivo entre corredores valencianos y extranjeros, unidos con un mismo objetivo: recordar y solidarizarse con las víctimas

Jesús Trelis

Valencia

Jueves, 5 de diciembre 2024, 19:44

El entrenador y buen amigo José Garay me dijo que estábamos ante un maratón para vivirlo. Y ésta es, posiblemente, la expresión más certera para describir lo sucedido: un maratón para vivirlo. Fue así porque, como escribió Juan Gelman en un verso desgarrador, «hay momentos en que la vida es una bruma que no se puede navegar». Y surcar esos 42,2 km en un momento de penumbra colectiva fue y sigue siendo un ejercicio de supervivencia. Oxígeno para respirar. La terapia de un gran abrazo colectivo.

Publicidad

Escribir esta historia con zapatillas se hace difícil. Correr el maratón de Valencia también lo fue. Tan extraño y difícil como necesario. Porque debía ser, y fue, como una urgente liberación de emociones. Una forma de dejar fluir los pensamientos retenidos durante las últimas semanas en la cabeza, el estómago y el corazón. Pensamientos moldeados con imágenes y frases, recuerdos y sensaciones, que te hablan de dolor y devastación en Valencia. De impotencia e indignación. Correr el maratón fue una manera de liberar el pesar a través de zancadas. De solidarizarse con las víctimas de la riada y con su fatiga. Y la forma de hacerlo era colocándose un dorsal que, más que un número impreso, llevaba encriptado un enorme abrazo a quienes son nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros familiares...

Éste es, en definitiva, el relato -no sé si bien o mal escrito, pero sí sincero y trazado con absoluto respeto y cariño- de una carrera que corrí por la ciudad que un día me acogió y ahora llora. El relato de 42,2 kilómetros compartidos con un amigo, mi hermano runner, que quiso viajar desde Berlín y estar aquí para correr conmigo por Valencia. Correr y emocionarse en el maratón de los ojos llorosos, de los nudos en la garganta, de las manos unidas, de las miradas cómplices, de las palabras cálidas, de los gritos de ánimo.... El maratón del gran abrazo. Un maratón, querido Garay, para vivirlo.

I. Emocionarse antes...

Cuando a mediados de agosto comencé a entrenar para la gran cita del 1 de diciembre lastraba las consecuencias de una clavícula rota y cundía el tradicional miedo a volver a enfrentarse a 42,2 kilómetros. Que impone y somete. Pero, con el espíritu de quien no da nada por vencido, comencé a trabajar con el ánimo de recuperar la forma y luchar por otra meta. Tenía varias citas entre medio, entre ellas los 21,1 kilómetros de Copenhague y Valencia, y la Behobia. De las tres, la más especial, la cita en nuestra ciudad, porque suponía para mí, el reencuentro con mi amigo y compañero de carreras Jens Rosendalh, al que ya te he contado muchas veces que tuve la suerte de conocer corriendo en la siempre maravillosa Berlín.

Suponía nuestro esperado reencuentro anual en Valencia. Pero, como este año decidió estar copado por los sobresaltos, una semana antes al bueno de Jens le tocó pasar de urgencia por el quirófano. Cosas del estómago, caprichos del apéndice y zancadillas del colon. Fue, para los dos, un varapalo. Porque nuestra energía cuando corremos juntos se refuerza y la felicidad interior se multiplica. Así que, en la media de Valencia salí a correr sin él, pero pensandoen él. Y decidí centrar todos los esfuerzos en un maratón en el que, este año sí, quería dejar lo mejor de mí. Iba a correr sólo, sin mi colega que había descartado más maratones este 2024, pero con el ánimo de superarme. De ir a más…

Publicidad

El 29 de octubre, sin embargo, se cruzó en nuestras vidas. Y se cruzó en mi particular planificación de la carrera, aunque decirlo en medio de la tremenda devastación que nos dejó la riada es, sencillamente, una estúpida frivolidad. Pero sí, de un zarpazo desaparecieron el tiempo y los ánimos para entrenar y cumplir el objetivo de correr el maratón en 3.20 horas. Desaparecieron, sobre todo, los ánimos... y la sonrisa al hacerlo.

«El 29 de octubre, de un zarpazo desaparecieron los ánimos y el tiempo para entrenar; y, sobre todo, nos desapareció la sonrisa al hacerlo»

Se fue el tiempo porque, con absoluta convicción, sólo quería y podía dedicarme a remar con fuerza con el resto de compañeros de LAS PROVINCIAS para lograr que el periódico pudiera informar, contar, vivir, transmitir a todos sus lectores y a todo el país lo que estaba ocurriendo en nuestra región. Entregarse, sin aliento, a contribuir a dar certidumbre y ánimo en medio de tanto dolor e indignación como estaba dejando la DANA. Y a eso nos dedicamos con humildad y con la mejor voluntad.

Publicidad

Y se fueron los ánimos. Porque cada entrenamiento, cada zancada que daba para intentar mantener cierta forma cara al maratón, lo hacía pensando en que no era el momento para ello. Lo hacía, de verdad, sepultado por el pesar. De hecho, nunca olvidaré el desasosiego que sentí aquel 31 de octubre cuando, corriendo cerca de las siete de la mañana, comencé ver a los voluntarios con sus escobas y capazos dirigirse a las zonas devastadas. Y cómo, con vergüenza, volví a mi casa, sin pensarlo, me cambié y marché ral diario a contar lo que había visto. Que la solidaridad estaba comenzando a desbordarse. Y que los pensamientos de todos, mis pensamientos, no podían estar trotando entre zancadas, si no dedicados, en exclusiva, a contar y sentir lo que ocurría.

Lo vivido nos llenó, nos llena aún, a todos de tristeza. Aunque, con los días, fuimos normalizando los instantes amargos; fuimos intentando acoplar la vida cotidiana a la realidad destrozada. Y volví a correr, sin exigencia, casi como terapia, mientras la actualidad seguía arrasada por la riada. Y así, la cuenta atrás para la carrera se fue colando de nuevo en nuestras vidas. O en la mía. Y, en medio de esa esquizofrenia de querer correr –porque lo es todo (o mucho) para mí- pero no tener ganas de hacerlo –por lo que estábamos viviendo-, me llegó un maravilloso día un vídeo de mi amigo Jens, recuperado de su operación. «Tengo dos sorpresas para ti, porque te veo triste por lo que está pasando en Valencia y porque no pudimos correr el medio maratón». Y me desveló que, con precaución, había vuelto a correr. Y, lo que iba a cambiar todo en mi cabeza, que si lograba un dorsal, él venía al maratón para correr por Valencia y conmigo. Y logré el dorsal, claro. Y el 29 de noviembre, un mes después de la tragedia, aterrizó en Valencia. Y comenzó, en el aeropuerto, el maratón de los abrazos. Y en la feria del corredor, minutos después, descubrimos que todo iba a ser este año diferente. Que aquella era una carrera para vivirla. Sentirla, llorarla y vivirla.

Publicidad

LP

II. Emocionarse durante...

Lo imposible fue no emocionarse. Lo difícil era aislarse de todo y concentrase en el objetivo deportivo. Imposible no ir dando zancadas sin que a la cabeza te fuera viniendo, de forma constante, lo pasado y lo vivido en los pueblos que abrazan Valencia por el sur. Correr sin dejar de pensar en las personas que habían perdido la vida y en la gente que ha visto su existencia abierta en canal por una riada desbocada. No podías dejar de hacerlo, porque todo te recordaba a ello. Y tú mismo querías que fuera así. Del himno regional sonando en bucle hasta cada kilómetro que ganabas y servía para homenajear alguno de los pueblos afectados. De los corredores que te acompañaban, con señeras y lazos negros en sus camisetas, hasta el público que daba aliento como queriendo ayudar a levantar el ánimo. El ánimo hasta de ellos.

«Fue el maratón de la unidad, donde no importó el cronómetro, sólo la lealtad a la ciudad»

Fue tremendamente emocionante. Hasta llorar. Para que ocultarlo. Y los kilómetros pasaron al ritmo de lo extraño. Viviéndolos, casi acariciándolos, con nuestros pies. Siendo conscientes del momento; de la intensidad del instante. Que, en mi caso, tenía además el componente personal de correr con un amigo, operado hacía sólo cuatro semanas y que ya había hecho un maratón en Colonia hacía dos meses. Pero quería estar a mi lado ese día.

Publicidad

Irene Marsilla / LP

No miré el reloj durante la carrera. No me preocupé de los ritmos. Ni siquiera me planteé antiguos objetivos. Sólo quería sentir Valencia en mi piel y correr al lado de alguien que había querido estar conmigo dándome ánimos a zancadas. Y hubo en el trayecto rampas, y necesidad de parar, y momentos de subida, de bajada, de resiliencia... Pero hubo, también, una llegada a meta desgarradora, unidos de la mano y con los brazos en alto, que era la culminación de un maratón de emociones. El símbolo más auténtico que podía concebir de lo que era la unidad y la amistad. Una imagen que resume nuestra carrera. El maratón de la unidad; donde no importó el cronómetro, sólo la lealtad a tu ciudad.

III. Emocionarse después.

Con la medalla del maratón ya en la vieja caja de metal donde duermen trofeos que son memoria, queda ahora la emoción de lo vivido. Queda, cierta sensibilidad a flor de piel, porque Valencia continúa en su emergencia. Queda seguir corriendo entre la espesa penumbra de la nueva realidad. Y queda, borboteando en tu interior, un sinfín de vivencias y momentos de lo que fue una carrera de abrazos. El abrazo a Valencia. A sus calles. A la señera. El abrazo a las víctimas, a los voluntarios, a los corredores que no pudieron calzarse las zapatillas. El abrazo a quien animaba. A quien gritaba: «vamos». A quienes no querían saberse nada de esta explosión de corredores porque su mundo estaba teñido de tanto dolor que no entendían que estuviéramos allí corriendo.

Noticia Patrocinada

El abrazo, en definitiva, colectivo de todos los corredores, voluntarios y público. Pero también el individual e íntimo de cada uno. Como el mío. Mi abrazo a ese amigo y a esa gente, familiares y compañeros, que me han acompañado durante toda esta sinuosa travesía de los días. Fue, en efecto, un maratón para vivirlo. El maratón en el que todos corrimos juntos por Valencia.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad