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El Exotic Zoo de Telford parece haber confundido la manera de honrar su nombre y acaba de hacerse mundialmente famoso porque en su flamante recinto para pingüinos exhibe pingüinos, sí... pero de plástico. Exótico es, desde luego, pero quizá no es lo que espera un visitante cuando paga su entrada en un zoológico.
El parque del condado de Shropshire, en Inglaterra, no es el zoo de Berlín o Nueva York, pero tiene su reputación. El 94% de las valoraciones que sus visitantes han hecho en Tripadvisor son excelentes o muy buenas. De hecho, la dirección había invertido 60.000 libras (unos 67.900 euros) en su proyecto más ambicioso, para mostrar media docena de pingüinos de Humboldt en sus instalaciones. El problema vino por la malaria aviar, una enfermedad que ha mermado notablemente la población de pingüinos en los zoológicos del Reino Unido. El de Exmoor perdió a todos sus ejemplares, diez, en solo dos semanas. El de Longleat, el primer Safari Park del mundo, con 52 años de antigüedad, tuvo 25 bajas. Y en el de Londres, en Regent Park, con más de 15.000 criaturas, retiraron otros seis cadáveres blanquinegros.
Los primeros en reponer su población son los parques más grandes. Así que al Exotic, más modesto, le ha tocado esperar a que se vaya rehaciendo la competencia y, mientras, su director, Scott Adams, ha entendido que lo mejor era sustituirlos por estos monigotes de plástico. «El recinto está hecho para los pingüinos y no es adecuado para otra función, por lo que no tenemos alternativa», se excusaba en 'The Guardian'.
Hay que entender al pobre Scott, que había dedicado miles de libras al proyecto y hasta había enviado a parte de su personal a instruirse con cuidadores especializados en colonias de pingüinos de Humboldt, una especie que suele proceder de Chile y Perú. Los trabajadores, mientras llegan los nuevos huéspedes, desperdician su formación quitándoles el polvo a estas figuras inanimadas.
Aún siendo pintoresca, no ha sido la decisión más audaz tomada por la dirección de un zoológico. El año pasado, en Yulin (China), los propietarios de una instalación que acababa de abrir sus puertas llenaron el recinto de pingüinos con muñecos hinchables. Por si fuera poco, no tardaron en desinflarse y la alternativa para entretener a sus clientes no era mucho más que contemplar unos pocos gansos, gallos y una mísera tortuga que tampoco es que fuera un dechado de dinamismo.
Otro recinto de animales de China fue más atrevido todavía e intentó dar gato por liebre. O, mejor dicho, perro por león. Es cierto que no era un chucho cualquiera sino un mastín tibetano, una especie canina con un pelazo envidiable. Pero, claro, de ahí a pasar por el rey de la selva... No fue el único engaño. Para rellenar los espacios metieron a otro perro entre los lobos y a un zorro entre los leopardos. Y si cuela, cuela.
La verdad es que el mastín, de una raza que llega a alcanzar los 80 kilos de peso, daba el pego a cierta distancia. El problema vino cuando un día fueron a verle un padre y un hijo. El hombre enseñaba al niño el ruido que hacen los animales y al llegar a la jaula del león emitieron un rugido digno del de la Metro Goldwin Mayer. Su sorpresa fue cuando la respuesta del león fue un simple ladrido. El visitante, indignado, reclamó sus 15 yuanes, cogió al niño de la mano y se fue tan rápido como un guepardo. El director, Liu Suya, explicó que el león auténtico había sido trasladado a un centro de alimentación especial y que, mientras, un empleado había cedido a su mascota melenuda para suplantarle.
Hubo casos más flagrantes todavía. Aunque alguno tiene justificación y cierto tinte romántico, como aquel zoo de Gaza que pintó de rayas a dos burros para que parecieran cebras. Las anteriores, cebras de pura cepa, esas sí, murieron de hambre durante el bloqueo de Israel. El dueño tomó esta decisión para que los niños supieran cómo era este animal. Peor intención tuvo el de un zoo de El Cairo, que hizo lo mismo sin ninguna excusa. La imagen de sus burros-cebras galopó por todo el mundo y el lugar acabó clausurado.
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