Situarse frente al espejo, mirarse de cerca y con buena luz, examinarse detenidamente el cutis y comprobar que la piel ya no tiene la tersura ... de los 20 años. Un inexorable trago por el que se pasa antes o después... Y este proceso cobra cada vez mayor trascendencia en la vida de las personas. El valor de la imagen, del físico, no es nuevo. Ni mucho menos. Pero la era de las redes sociales la ha potenciado ostensiblemente. De esta forma, la edad en que los pacientes comienzan a aplicarse tratamientos de medicina estética va bajando, con cada vez más hombres que buscan soluciones para sus arrugas. Treintañeros que deciden cortar de raíz la aparición de las patas de gallo y recurren a la toxina botulínica, más conocida como bótox, para rejuvenecer su rostro. Un fármaco con tendencia al alza, tal y como refrendan los datos manejados por la Sociedad de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética de la Comunidad Valenciana (SCPRECV). Y su uso no se limita a las terapias antienvejecimiento, sino que se va diversificando con fuerza para paliar patologías como el bruxismo, el vaginismo, la parálisis facial, el estrabismo o la sudoración excesiva. Una nueva dimensión.
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Según explica Roberto Moltó, presidente de la SCPRECV, hasta el 60 por ciento de la población de la Comunitat se somete a tratamientos de estética. «El inicio es cada vez más precoz. En 2015 se calculaba que entre los 35 y los 39 estaba la edad media del inicio. Esa cifra ha bajado a entre los 28 y los 32 años. Y en los 'antiaging' (antienvejecimiento), ya empiezan entre los 32 y los 35», explica el cirujano. Y el bótox aparece en primer plano.
«Sobre las tendencias, hemos visto lo que llamamos el baby bótox. Consiste en que se usa el bótox en pacientes más jóvenes. Antes el bótox era cosa de señores y, desde hace unos años, empezamos a ver a gente que prácticamente no tenía arrugas en la cara y te reclamaba la posibilidad de ir poniéndoselo de forma profiláctica. Son pacientes en los que usas dosis muy pequeñas», apunta Moltó, quien ofrece una gráfica explicación sobre el efecto de la toxina botulínica: «Las arrugas de la cara son como los rotos de una tela. Coges una tela nueva y empiezas a darle tirones y arrugarla y al cabo de diez años la tela empieza a tener resquebrajamientos y al cabo de 20 está toda rota. Entonces, si paralizas esos músculos, si paralizas la posibilidad de que estos desgarros de la dermis se vayan produciendo, parece ser que mejora mucho la edad a la que tienes de verdad que empezar a hacerte tratamientos 'antiaging'. Es una forma de profilaxis que se está demostrando muy efectiva».
En el baby bótox, se emplea una dosis inferior a lo habitual: «Vemos gente de 32 o 33 años, que empieza a tener una pequeña sombrita en el entrecejo, que empieza a verse algunas arrugas de la cara que son medio de expresión medio del sol... Ese es el paciente que viene». Y hay perfiles predominantes: «Suelen tener patrones profesionales con carrera, trabajan de ejecutivos, de directores comerciales... Gente que está muy pendiente de su estética, que está en momentos en que su carrera profesional empieza a despuntar y empieza a tener la tranquilidad económica para permitirse ciertas cosas. La gente más joven tira por otro tipo de tratamientos, como rellenos».
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Para Moltó, el fenómeno del baby bótox se ha comenzado a percibir «desde hace un par de años». Y considera que la pandemia ha supuesto un punto de inflexión: «La gente tiene muchas más ganas de prevenir lo que en un futuro puede implicar no haberse cuidado a tiempo». El presidente de la asociación no observa un comportamiento compulsivo: «La gente que empieza a pincharse bótox casi siempre sigue. Cuanto antes empiezas de una forma profiláctica mejor, porque te harán falta menos dosis. Pero es difícil que lo abandonen. En mi consulta percibo que se mantienen las cosas bastante dentro de lo razonable. Con treinta y pocos, es la edad en la que pasas de ser joven a ya no ser tan joven. He visto un cambio de actitud en ponerse las pilas antes. Pero igual que otras modas de adolescentes como los rellenos y los aumentos mamarios sí que las veo en la frontera de la obsesión, lo del baby bótox lo veo como un movimiento mucho más saludable».
Un tratamiento básico de bótox comprende la frente, el entrecejo y las patas de gallo y, analizando los precios de las numerosas clínicas consultadas en Valencia, el coste oscila entre los 300 y los 500 euros: «El baby bótox es más o menos la mitad. La dosis es más baja y las zonas a tratar son menos porque las arrugas de la cara surgen de una forma secuencial. Las primeras son las del entrecejo, luego las de la pata de gallo y por último las de la frente». La infiltración suele repetirse cada seis meses. Actualmente, se está investigando en nuevas moléculas que pueden prolongar la duración hasta el año.
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«Donde se une el nervio con el músculo para activarlo, el bótox lo que hace es bloquear ese interruptor impidiendo que el músculo se active. Es reversible total. Lo malo que tiene que sea reversible, en el fondo también es lo bueno porque si alguna vez la aplicación no es del todo correcta, sabes que en tres o cuatro meses te desaparecerá. El bótox es como si se hubiera parado el tiempo. No hay ningún perjuicio. Hemos visto que en ocasiones lo aplican sobre músculos que no deben, dejan asimetrías o párpados caídos... Eso desaparecerá y no deja ninguna secuela permanente. En poco espacio de tiempo el músculo se espabila y se recupera. Pero bien aplicado, no tendría por qué pasar», comenta Moltó, quien avisa de que los riesgos son «muy bajos».
El abanico del uso del bótox no se limita a la tez, sino que se ha ampliado visiblemente durante los últimos años: bruxismo, vaginismo, cefaleas, estrabismo e hiperhidrosis (sudoración excesiva) en las axilas, las manos y los pies: «Hay una serie de jaquecas que se deben a descargas neuronales que responden muy bien a la medicación. Hay algunos cirujanos plásticos que las hacen pero yo creo que esto es mejor que lo hagan los neurólogos».
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Alexo Carballeira es el director de Hospital Clínica Fontana y ejerce como cirujano plástico en el Hospital General. «El bótox es el tratamiento estético más frecuente en cualquier rango de edad y tiene un crecimiento anual brutal. Me parece un medicamento buenísimo, tiene un rango de aplicaciones increíble. Cada vez se usa más y en más especialidades. Vale para músculos, glándulas, piel...», explica.
A nivel estético, Carballeira destaca los casos de jóvenes que recurren al bótox para «cambiar la forma de las cejas». Sin embargo, prefiere detenerse en otras finalidades: «En la seguridad social, en el General, trato mucha parálisis facial. Hay un punto en que con cirugía ya no conseguimos mejorar la simetría del paciente y a partir de ahí el tratamiento a largo plazo es poner toxina botulínica en músculos concretos. Para reanimar el lado de la cara en cuestión, a veces ponemos un músculo de la cara interna del muslo. Hay una fase inicial en que el cerebro no acaba de identificar cuál es el nervio que va a ese músculo y yo uso el bótox para relajar otros músculos de la cara y que la atención del cerebro se centre en eso para aprender a controlarlo antes». También lo emplea en reconstrucciones de esófago, microcirugías…
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«En las glándulas salivares bloquea la saliva. Si hago una reconstrucción de boca y la herida es profunda y hay riesgo de que la saliva se salga a través de la herida, es algo que puede retrasar la curación. Lo que hago es poner bótox en las glándulas salivares para que durante dos o tres meses no genere apenas saliva», apunta Carballeira. Y hay más: «Se ha demostrado que poner bótox alrededor de la herida mejora la cicatrización. Al no contraer el músculo, cicatriza mucho mejor. También se usa cuando hay una fisura anal. Y los oftalmólogos lo usan para estrabismo, poniéndolo en el músculo que toca».
La cirujana Patricia Gutiérrez lleva cinco años aplicando el bótox para el tratamiento del bruxismo. «Percibo un interés especial en edades cortas en pacientes que chocan los dientes por la noche. Se levantan con unos dolores de cabeza increíbles y tienen una hipertrofia de los músculos maseteros. Entonces se quita fuerza al masetero. Eso se suele dar en gente joven o muy estresada que carga muchísimo la mandíbula. A la vez que tratas el bruxismo para que no se estropeen los dientes, a los dos meses ves que esa cara está más fina», resalta la especialista, quien pasó 20 años en La Fe en grandes quemados y realizando cirugía plástica pediátrica.
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Gutiérrez goza de un extraordinario prestigio en el tratamiento del vaginismo: «Me gusta abordarlo siempre desde tres vertientes. Primero, poner bótox con una agujas muy finitas y con un poco de sedación donde tiene las contracturas. Luego hacen fisioterapia con dilatadores para irse acostumbrando a que la vagina puede estar llena sin que haya ningún problema. Y para mí es muy importante el apoyo psicológico. Desde esas tres vertientes, el índice de satisfacción es mayor de un 75 por ciento». Además, realiza una labor de divulgación del liquen escleroso vulvar, una enfermedad en la que emprendió una investigación de referencia a nivel internacional: «Empleo células madre derivadas de la grasa de la propia paciente. Se estaba tratando como hace cien años, con corticoides. Pero con las células madre, mejora muchísimo. La diferencia es abismal. En la seguridad social no se ha puesto ese programa en marcha y entonces nosotros decidimos crear la Fundación Nixarian para ayudar las mujeres que no se lo puedan costear».
En cuanto a la medicina estética, Gutiérrez ve en el bótox «un tratamiento antiedad estupendo», aunque pone límites sobre la frecuencia: «Hay que ponérselo dos o tres veces al año. Más no porque se pueden crear anticuerpos contra el bótox y no hacerte efecto. Hay que respetar los tiempos». Además, valora la reciente aplicación que se está dando al baby bótox para tratar el acné: «Regula la secreción sebácea en pieles muy grasas».
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El bótox, que no está considerado cirugía, se encuentra en auge. Y Roberto Moltó considera «espectacular» el aumento de hombres que se lanzan a la medicina estética en general: «Cada vez hay más varones incorporados a este mundo». El presidente de la SCPRECV habla de un 30 por ciento aproximadamente.
«En cirugía están las mismas tendencias. Se adelanta mucho la edad de inicio de las cirugías a pesar de que desde la sociedad siempre insistimos en la conveniencia de retrasar al máximo cualquier tipo de cirugía, sobre todo en edades tempranas», advierte Moltó, quien hace referencia a los casos de menores de edad que llaman al timbre de las clínicas de medicina estética.
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«A mi consulta llegan continuamente menores y les tienes que decir que no han acabado de crecer. Por ejemplo, pidiendo rinoplastias con 16 años. Un menor no debe ser atendido. Hay que valorar mucho las circunstancias de cada paciente. Nosotros no atendemos a menores de edad para modificaciones estéticas. Otra cosa es que tengas una secuela, una malformación, un accidente... Cosas que lo justifiquen. Nosotros no podemos atender a una chica con 17 años que haya visto en internet un relleno. Hay que acabar un proceso de madurez en la vida, no sólo físico, sino mental. La Sociedad de Cirugía Estética y Plástica ahora se ha tomado muy en serio dejar de frivolizar con esos temas», comenta Moltó. Una corriente relacionada con la influencia de las redes sociales en los jóvenes.
Incide en los filtros, los blogs de belleza… «Estamos viviendo una presión brutal con las redes sociales y la publicidad que generan los propios usuarios. Hay una presión brutal a iniciar cuanto antes ese tipo de tratamientos, a hacer tratamientos exagerados... Y nosotros estamos interviniendo un poco como freno de ese proceso», analiza.
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Patricia Gutiérrez se muestra contundente: «Todas las semanas rechazo a una o dos pacientes. Lo primero y fundamental es evaluar al paciente. Tomarte tu tiempo, escucharle... Ahí puedes detectar muchas veces que no es un candidato. Por la calle veo cosas que me espantan y me dejan horrorizada, caras muy congeladas, caras sin expresión. Aunque he tenido pacientes que han venido pidiéndome eso, yo digo que no. Siempre digo que la cirugía plástica está para mejorar, no para empeorar. Hay pacientes que son muy conscientes pero muchas veces vemos pacientes que realmente tienen alguna dismorfofobia. Y si la tienen, no se la tiene que tratar un cirujano plástico. Se la tiene que tratar un profesional de la salud mental. Nosotros no podemos entrar en ese juego».
Alexo Carballeira subraya un caso excepcional, ya que existe un factor psicológico: «Yo antes de los 18 años es raro que haga algún tipo de cirugía, salvo que sean las orejas de soplillo, las orejas en asa. Eso sí que se opera en la seguridad social y se opera joven, en torno a los seis o siete años. Es la cirugía más frecuente en edades tempranas».
Según los datos manejados por Moltó, de las 500.000 cirugías estéticas que se realizaron el año pasado en España, en la Comunitat se llevaron a cabo cerca de 80.000: «Valencia está muy cerca de la primera, que sigue siendo Madrid. En Valencia tenemos un boom. La pandemia desató un fenómeno muy curioso que es que acabó de motivar a la gente. Tuvimos un crecimiento muy grande en la demanda». Una dinámica que también observa Patricia Gutiérrez: «Sigue al alza. Hubo un parón muy grande con la pandemia. Antiguamente la cirugía plástica y estética era como de clases súper altas. Y hoy en día se ha popularizado».
Sin embargo, Moltó alerta sobre el rumbo de ciertos negocios: «Uno de los problemas más gordos que tiene este tipo de tratamiento es la cantidad de intrusismo que hay». Y la SCPRECV ha adoptado medidas: «Hemos emprendido una campaña, le hemos pedido a la Conselleria de Sanidad que compruebe un determinado listado de clínicas que se le ha pasado. Es que hay peluquerías poniendo bótox. No puede ser que un peluquero, una esteticién o una masajista estén pinchando bótox. Me parece una barbaridad. Ahora estamos pidiendo a Sanidad que se tome en serio el tema de las acreditaciones. Pinchar bótox es la única cosa para la que necesitas una acreditación especial que te concede el Colegio de Médicos. Y debes tener una infraestructura. Que estén poniendo bótox, rellenos o hilos tensores en las peluquerías me parece demencial. Nos preocupa la seguridad del paciente».
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A sus 29 años, Alba Lorente ha dado el paso. «Yo lo que más me notaba eran las rayitas que te salen en la frente, es lo que más me veía. El doctor me lo puso ahí, también un poquito en el entrecejo y en las líneas de expresión de los ojos. Pero de forma sutil», explica esta joven de Benetússer. Se ha unido al fenómeno del baby bótox con la intención de disimular las incipientes arrugas. Y asume que, una vez se empieza, resulta complicado parar.
«Es la primera vez que me he puesto. Lo hice en Navidades. Ahora aún me dura el efecto pero ya empiezo a ver que puedo mover mucho más la frente. Como te acostumbras a verte mejor, ya quieres volver a hacértelo», admite Alba, quien nunca se había realizado ningún «retoque» estético: «Fue por iniciativa propia. No me molesta, pero cada vez me he visto más pronunciadas esas arruguitas. Como es algo que conozco, he decidido probar la experiencia. Cada vez más gente de mi alrededor lo utiliza, ya sea bótox o ácido hialurónico». Sólo le generaba cierta preocupación un asunto: «Me me daba un poco de miedo lo que dicen de que a veces se te puede paralizar algún músculo que no toca. Pero como hoy en día se hace con tanta normalidad, decidí probar».
Se muestra encantada. «Estoy muy contenta y he quedado muy satisfecha. El resultado es una maravilla, la diferencia es abismal. Cuando pasa una semana más o menos, que es cuando lo notas, la frente la tenía súper lisa», explica esta paciente del doctor Roberto Moltó. Y reconoce el peso de las redes sociales: «Últimamente que están tan de moda las influencers, te intentas comparar y es una lástima. Eso te impulsa a hacer unas cosas u otras. En todos los sentidos afecta, sobre todo físicamente con las operaciones estéticas«.
Para Alba, los prejuicios sociales van desapareciendo: «Cada vez hay menos. Lo trato con mucha naturalidad y creo que cada vez la gente más también. Igual que la gente se pone ácido hialurónico en los labios, cada vez lo veo más normal. Yo no tuve ningún problema en decirlo, se lo digo a todo el mundo. Antes era más tabú».
Según diferentes estudios, cerca del 70 por ciento de la población de España padece de bruxismo, una patología que consiste en apretar de manera inconsciente la mandíbula y rechinar los dientes. Una de las personas afectadas es Carmen. «La gente se sorprende cuando digo que he utilizado el bótox como tratamiento», afirma esta valenciana de 44 años, quien también ha percibido un efecto estético. Su cara se ha afinado al relajarse el músculo masetero.
«Yo lo notaba sobre todo por las noches. Más que rechinar los dientes, apretaba. Te das cuenta de que tienes la mandíbula apretada. Me tocaba en la zona y se veía el músculo masetero duro, fuerte, muy desarrollado», explica Carmen. Tras informarse, optó por la aplicación de la toxina botulínica: «Tarda unos días en hacerte efecto, pero luego notaba el músculo más blandito. Al mes o mes y algo, me vi la cara más fina también».
A Carmen le movió tanto la función terapéutica como la estética: «Las dos cosas. Me notaba la cara más cuadrada y tenía un poco de desgaste de dientes». Tomó medidas y la mejoría ha sido ostensible: «Ahora no aprieto tanto por las noches. Como en mi caso no es tan fuerte no llevo la férula de descarga. Estoy contenta». Lleva dos años siguiendo el tratamiento con bótox: «El efecto dura unos seis meses y tienes que repetirlo. Te vas notando más el efecto con las sesiones». Las infiltraciones en el músculo de la cara se realizan por el exterior de la cara.
«En mi entorno hay bastante desconocimiento. Aunque la palabra bótox sí que la conoce todo el mundo, hay mucha confusión. Hay gente que incluso piensa que el bótox estéticamente te lo puedes poner en los labios. Mucha gente no sabe que el de estética es para el tercio superior de la cara. Y lo del bruxismo no lo sabe todavía mucha gente», concluye Carmen.
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