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Cada vez más personas en Europa superan los 65 años, y en regiones como la Comunitat, representan un 20% de la población, un millón de personas en su mayoría residiendo en entornos urbanos. Para este sector de la sociedad, la salud cognitiva se convierte en ... un desafío prioritario. Según una revisión de la literatura reciente realizada por las profesoras Vanesa Pérez y María J. García-Rubio, de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), el envejecimiento cerebral puede adelantarse al cronológico en quienes están expuestos a altos niveles de contaminación del aire. El foco del estudio se encuentra en los efectos de las partículas finas (PM2.5) sobre el cerebro de las personas mayores, y los hallazgos son preocupantes: estas partículas podrían acelerar el deterioro cognitivo y aumentar el riesgo de enfermedades como el Alzheimer y los ictus.
Las partículas finas PM2.5, que miden menos de 2.5 micras y se generan principalmente por emisiones de vehículos y la actividad industrial, son las más problemáticas. Vanesa Pérez explica que «estas nanopartículas, invisibles a simple vista, penetran en el sistema respiratorio y son capaces de atravesar la barrera hematoencefálica, un mecanismo que protege el cerebro de sustancias nocivas». Esta barrera, añade Pérez, es particularmente vulnerable en la infancia y en la vejez, lo que deja a las personas mayores en una situación de mayor riesgo.
Al inhalar estas partículas, la barrera protectora del cerebro no siempre puede detenerlas, especialmente en los adultos mayores, cuya permeabilidad aumenta con la edad. Una vez en el cerebro, las PM2.5 pueden desencadenar procesos de neuroinflamación, un fenómeno que los expertos vinculan directamente con el deterioro cognitivo. «La neuroinflamación crónica puede generar, además de deterioro cognitivo, un menor rendimiento en pruebas de evaluación neuropsicológica, especialmente en funciones ejecutivas y de memoria», señala Pérez.
Los estudios analizados en la revisión de Pérez y García-Rubio sugieren que la exposición prolongada a la contaminación ambiental no solo acelera el envejecimiento cerebral, sino que también está relacionada con el desarrollo de demencias, particularmente el Alzheimer. De acuerdo con Pérez, «hay estudios de neuroimagen que muestran cómo las personas que viven en grandes ciudades, donde la contaminación es alta, presentan una reducción de la materia gris en áreas clave para el aprendizaje y la memoria, como el hipocampo. Este tipo de cambios estructurales en el cerebro son similares a los que se observan en personas con Alzheimer».
El deterioro de la materia gris no es el único cambio que se observa en la neuroimagen de personas expuestas a la contaminación urbana. Se ha registrado una reducción en los ventrículos cerebrales, áreas del cerebro cuya alteración también se asocia a un deterioro cognitivo significativo. Estos hallazgos sugieren que los habitantes de ciudades expuestas a altos niveles de polución podrían estar viviendo con una disminución en sus capacidades cognitivas, y más preocupante aún, con una mayor probabilidad de desarrollar condiciones graves como los ictus.
Otro aspecto relevante de la revisión de Pérez y García-Rubio es el papel que juegan los espacios verdes urbanos en la protección cognitiva de las personas mayores. Existen investigaciones que señalan que quienes viven cerca de espacios naturales y frecuentan áreas verdes tienen menor riesgo de sufrir ictus y otros problemas neurocognitivos, incluso si residen en ciudades contaminadas. Pérez argumenta que «las ciudades deben generar más espacios verdes para que las personas mayores puedan beneficiarse de ellos«. »Está demostrado«, añade, »que los entornos naturales favorecen la salud mental y las relaciones sociales, elementos clave para la prevención del deterioro cognitivo».
A nivel global, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha recomendado reducir los niveles de partículas contaminantes en las ciudades, pero, según Pérez, estas recomendaciones pueden ser insuficientes. «Estas medidas son un primer paso, pero los estudios evidencian que se necesita una intervención más profunda. Es fundamental reducir el tráfico y limitar las emisiones de hollín y dióxido de carbono para preservar la salud cerebral de la población», sostiene la investigadora.
La revisión llevada a cabo por las investigadoras de la Universidad Internacional de Valencia pone de relieve una realidad alarmante: las ciudades, tal como están estructuradas actualmente, representan un riesgo para la salud cerebral de las personas mayores. El aumento en la incidencia de enfermedades neurodegenerativas y la aceleración del deterioro cognitivo son problemas que deberían preocupar no solo a los expertos, sino también a la ciudadanía y a las autoridades. Frente a esto, las ciudades deben replantearse como espacios que no solo faciliten el movimiento y la actividad económica, sino también el bienestar integral de sus habitantes. La creación de espacios verdes, la implementación de políticas para reducir las emisiones de contaminantes y la concienciación de la población sobre los efectos nocivos de la contaminación son acciones que pueden marcar una diferencia. Como concluye Pérez, se necesitan ciudades que protejan la salud cerebral de sus ciudadanos y que ofrezcan un entorno seguro para envejecer. Enfatiza la urgencia de una respuesta eficaz frente a este problema que afecta a millones de personas mayores en todo el mundo.
La contaminación del aire es un problema estructural que requiere políticas urbanas y ambientales a gran escala. Sin embargo, Pérez resalta la importancia de que las personas tomen decisiones informadas respecto a su entorno. «Informar a la población es crucial; la información te da herramientas para tomar decisiones conscientes, ya sea para optar por residir fuera de las zonas urbanas más contaminadas o para buscar formas de protegerse si no pueden salir de la ciudad», indica.
Para quienes viven en áreas urbanas, algunos consejos pueden ayudar a reducir los riesgos. En primer lugar, evitar exponerse al aire libre en momentos de alta contaminación, como las primeras horas de la mañana o durante las horas pico de tráfico. También, en la medida de lo posible, realizar actividades al aire libre en áreas verdes y en días en los que la calidad del aire es más favorable. Además, el uso de mascarillas especializadas que filtran las partículas finas puede ofrecer un nivel adicional de protección.
El análisis de Pérez y García-Rubio subraya la necesidad de adoptar medidas a nivel gubernamental y comunitario. Las grandes ciudades deben priorizar la salud cognitiva de su población, especialmente en un contexto de envejecimiento demográfico. La profesora Pérez considera que «es necesario que las grandes urbes tomen medidas, como aumentar los espacios verdes y reducir el tráfico, que son pasos básicos para mitigar los efectos de la contaminación sobre la salud de las personas mayores».
España, uno de los países europeos con una de las tasas de población mayor más altas, es un ejemplo claro de cómo el envejecimiento poblacional puede amplificar los efectos de la contaminación. En 2023, alrededor del 21,3 % de los europeos tenían más de 65 años, y en la Comunitat, este grupo alcanzó el 20 % de la población. La exposición de estas personas a un aire de baja calidad afecta no solo su bienestar, sino también sus habilidades cognitivas y su calidad de vida.
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