El pasado 24 de octubre, el equipo de veteranos del Valencia Basket se reunió, como todos los jueves, en L'Alqueria para jugar un partido, ... desconectar unas horas de sus rutinas y compartir después una buena cena de amigos. Tras la misma, se emplazaron para la siguiente semana, pero el partido del jueves 31 ya no se pudo celebrar. Una semana después de aquel último momento de bromas sobre la pista, y comentarios jocosos sobre el estado físico de cada uno, L'Alqueria del Basket era un centro de refugiados de la DANA y Antonio Martí, una de las personas que une el corazón de ese grupo que más que amigos son hermanos, uno de los afectados por la trágica barrancada en Alfafar. Antonio, junto a sus padres y sus hermanos, regenta el Centro Comercial MN4. «Es tremendo lo que te puede cambiar la vida en un instante», reconoce en el inicio de la charla con este periódico.
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La vida, con ese golpe inesperado, lo que hizo fue activar de otro modo a ese grupo que unió el baloncesto pero que se comporta, en los buenos y malos momentos, como una familia. Al final sí que hubo quedada una semana después, pero cambiando las zapatillas y el balón por las botas y la pala. El parquet, por el barro. «Aparte de haber sido unos cracks dentro de la pista, fuera de ella aún lo son más. Tienen un corazón increíble. Pude acceder al centro comercial el día 31 de octubre y mandé un vídeo en el grupo de Whatsapp que tenemos, dónde estaba muy emocionado porque aquello era sobrecogedor. A los pocos minutos el capitán, Víctor Luengo, ya estaba movilizando a todo el mundo», reconoce el empresario. Cuando el capitán toca la corneta, el ejército da un paso al frente: «El día 1 de noviembre, a las nueve de la mañana, ya los tenía a todos allí. No se podía llegar en coche y vinieron andando desde Valencia. Allí tenía a veinte amigos, veinte corazones, dispuestos a todo. A nivel anímico ese abrazo cuando aparecieron me dio la vida y cuando miramos la plaza y lo que veíamos era un palmo de barro por todos lados».
Como buen ejército que se precie, un grupo de amigos que se tratan como hermanos funciona de una forma similar, la ayuda de los veteranos del Valencia Basket se prolongó en los siguientes días, donde la tarea de limpieza fue ingente. Sin importar lo que cada uno fue sobre la pista ni las responsabilidades del presente, o si la documentación marca que tienes cuarenta y tantos o ya asoman los sesenta: «Los siguientes días se fueron sumaron sus familias y algunos amigos para ponerse las botas y coger las palas y los cepillos. Siempre han sido familia pero con todo esto que ha pasado tengo claro que son mis hermanos. Vinieron a ayudar todos, desde los más jóvenes a Miguelón, que supera los 60 y ahí estaba el primero con la pala».
Víctor Luengo, Kosta Perovic, Antoine Rigaudeau, Brad Kanis, Sergio Coterón, Carlos Gallén, Ricardo Calatayud, José Manuel García, Kike Llop, Guille López, Carlos Rodríguez, Víctor Baldo, José Luis Maluenda, Alfonso Albert, Juan Maroto, Javier Viguer, Juan José Llamas... la lista fue en aumento al ritmo que iban bajando los centímetros de lodo y los abrazos compensaron el cansancio. Pasaron así las primeras semanas hasta que Antonio Martí cayó en la cuenta de que, a sus 53 años, tenía dorsal para correr el Maratón Valencia Trinidad Alfonso Zurich, celebrado el pasado 1 de diciembre. «Fue una locura por mi parte porque el último entrenamiento que había hecho fue el 27 de octubre y desde la tragedia había dormido poco y la alimentación tampoco ha sido la mejor», reconoce Martí «pero unos días antes tuve claro que la iba a correr porque necesitaba dar carpetazo y no podía permitir que el barro me tuviera inmóvil y paralizara absolutamente mi vida». De nuevo, toque de corneta para activar a la familia de los veteranos del Valencia Basket. «Se produjo de nuevo una movilización general para turnarse y acompañarme en el recorrido», reconoce, ahora con una sonrisa: «Desde Javi Viguer que se incorporó en el kilómetro 10 y aguantó hasta el 11 a Antoine Rigaudeau, que padece de la cadera y la rodilla, que apareció en el kilómetro 31, donde iba ya muy apurado y andando. En el 35 me puse a correr otra vez y él también lo hizo y aguantó hasta la bajada de la alfombra azul. Al día siguiente el pobre no podía ni moverse. Esas demostraciones de amistad me las llevo para toda la vida». Antonio Martí cruzó la meta muy emocionado, con la Senyera, y fundiéndose en un abrazo con su hermano Víctor Luengo. Al día siguiente, volvió a la dura realidad. Esa que sigue afrontando, como tantas decenas de miles de personas, con la ansiedad de que las cosas avanzan demasiado lentamente.
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«Hay días que anímicamente estás mejor, otros peor, pero con la sensación de vivir en las últimas semanas como suele decirse en el día de la marmota y de vivir estancados», reconoce. Sobre el 29 de octubre, el día de la tragedia, aún no ha logrado comprender lo que sucedió: «Sigo soñando con esa noche y preguntándome cómo pudo pasar. Es inexplicable la cantidad de agua que llegó de repente a la zona comercial de Alfafar. En tan poco tiempo es increíble. En nuestro caso, los dos sótanos de parking tienen 22.000 metros cuadrados cada uno y según los bomberos se metieron 180 millones de litros de agua en diez minutos. En la plaza central, la marca de agua llegó a un metro y setenta centímetros».
En una pista de baloncesto, los problemas se afrontan en equipo. Pero se afrontan, no se dejan a un lado. Antonio Martí se abre para lanzar una reflexión sobre uno de los efectos colaterales de la tragedia más dolorosos para la víctimas, los afectados y las personas que, en los primeros días, buscaban a sus seres queridos desaparecidos. En muchos casos, lamentablemente fallecidos, y en otros incomunicados por la falta de luz y cobertura. Para todas esas familias sin saber de los suyos, los bulos sobre los cientos de muertos de los parkings de Bonaire y MN4 aumentaron la ansiedad. ¿Y cómo lo vivieron los propietarios de esos centros? «Esa parte fue durísima a nivel mental», reconoce Antonio. «En MN4 somos una empresa familiar de Catarroja. Aunque sabíamos que el equipo de seguridad había hecho un trabajo excelente subiendo a todo el mundo que estaba en ese momento a la planta superior de los cines, rescatando incluso a alguna señora que se había roto la tibia y el peroné, cuando empezamos a escuchar todos los bulos de gente que aseguraba que había cuerpos flotando y coches con gente gritando dentro, nos creó una ansiedad que provocó que no durmiéramos en varios días».
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Esa horquilla temporal de los primeros días de noviembre, que corrió en paralelo a la ayuda de la familia de los veteranos del Valencia Basket en la limpieza del centro comercial, terminó, como informó en su momento LAS PROVINCIAS, con la feliz noticia de que no se encontraron cadáveres en los sótanos de los centros comerciales de Bonaire, el Aldaia, y MN4. Martí se emociona al recordar ese momento: «Estaba con mis dos hermanos el día que se consiguieron vaciar los sótanos y los bomberos nos certificaron que en los coches que encontraron en el parking no había ningún muerto. En ese momento, nos abrazamos a los bomberos y todo el mundo se echó a llorar. No entiendo el fin que tuvieron todas esas mentiras, Vivimos una angustia terrible en todo ese proceso».
Uno de los efectos perversos de las redes sociales es que una realidad, en este caso lo ocurrido en el rescate del MN4, no termina con otra paralela que se haya convertido en viral. Aunque sea mentira. Así lo certifica el director general del Grupo Martí, al que le siguen llegando mensajes de esa 'realidad' paralela: «Seguro que habrá gente que leerá esto y seguirá pensando que escondemos a los muertos de los parkings. Hace unos días me mandaron una historia de Tik Tok y no me pude contener a escribir al que había subido esa falsedad, para decirle que las únicas personas que conocemos la verdad somos las que estuvimos ahí, sobre el terreno. Me contestó que tenía fuentes fiables y yo que la mejor fuente éramos nosotros, que estuvimos allí, y los bomberos que fueron los que bajaron y sacaron el agua. No hubo muertos. No sé cómo alguien puede pensar que podríamos tener la conciencia tranquila, que en el caso de que hubieran aparecido lamentablemente fallecidos hubiéramos escondido el dato. Por favor, es terrible». La trágica DANA del 29 de octubre sacó, como suele ocurrir, lo mejor y lo peor de las personas. En la familia de los veteranos del Valencia Basket se quedan con lo primero, con esa convicción de ayudar a un hermano que sufre. Cambiando por unos días la pelota naranja por la pala de madera y las camisetas que crean siempre la broma al que le queda más ajustada de lo habitual, por esos efectos de la edad y los descuidos alimenticios, por las manchadas de barro. Sin perder la fuerza de grupo ni el sentido de la amistad que, al final, es lo único que queda cuando la vida te pega un guantazo de realidad en la cara.
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