Vivir más. Llegar a viejos y hacerlo con cierta felicidad. Física y mental. Posiblemente sea el deseo más común a cualquier ser humano, un anhelo que se tropieza por el camino con el sedentarismo, el estrés, la mala alimentación, soledad, poca o nula actividad física, ... dejadez… El temible abandono con el paso de los años o tras la jubilación.
Publicidad
De manera colectiva, en la Comunitat vivimos hasta los 82 años y medio. Es la esperanza de vida al nacimiento en 2022. Llegar a viejos, sí, ¿pero con qué calidad de vida? Ese ya es otro asunto: el horizonte de años de esperanza de vida en buena salud al nacer ronda los 63 años en España. Es decir, o nos cultivamos una buena vejez a tiempo, o llegaremos a la jubilación con bastantes complicaciones.
Juegan factores genéticos, laborales, de buena o mala suerte que escapan a nuestro control. Sin embargo, los expertos valencianos consultados aluden a una especie de 'receta' para la longevidad y la vejez de calidad, una serie de elecciones en alimentación y actitud personal que contribuyen a ese logro. Y no es una utopía.
Primera clave: ¿Qué es lo que más mata en la Comunitat Valenciana y toca evitar a toda costa? En primer lugar, las enfermedades del sistema circulatorio, que se cobran más de 13.500 vidas al año, según las estadísticas de defunciones por causa de muerte del INE. En segundo lugar, los tumores, origen de casi 12.500 defunciones al año en la región.
Publicidad
Por tanto, parte de los que alcanzan la deseada longevidad sana son aquellas personas capaces de mantener buenos hábitos cardiovasculares y que eluden los riesgos del cáncer con alimentación adecuada o alejados del tabaquismo. Pero hay mucho más.
«Alimentos de origen vegetal, ejercicio moderado pero continuado, evitar el estrés, dormir bien, ocio en lo que nos interese, buena red de relaciones con personas de edad variada, participar en la comunidad sintiéndose útil y encontrar un propósito vital». Estos son los ingredientes para la doctora Sacramento Pinazo-Herrandis, profesora de Psicología Social en la Universitat de València, directora del grupo de investigación Best Aging y presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología.
Publicidad
Su equipo analizó a los 'superagers' valencianos en la investigación 'El envejecimiento del envejecimiento: un estudio sobre personas nonagenarias y centenarias en Valencia'. Y dieron con los rasgos comunes del buen envejecer: «Además de la alimentación, un 30% de ellos hacía ejercicio físico moderado, los activos en ocio estaban mejor emocionalmente, los que seguían socializando puntuaban más alto en vitalidad, autoestima y optimismo», describe.
Después de entrevistar a tantos mayores, la experta ha aprendido mucho: «procuro rodearme de gente buena y sacar a la mala, escuchar música, bailar, hacer yoga, cuidar la alimentación y buscar el llamado sentido generativo, apoyar a otras personas o cuidar del bienestar».
Publicidad
«Los estilos de vida son el 70% y la genética, un 30%», anota la psicóloga. Si aplicamos estos porcentajes a las muertes por problemas circulatorios (que repuntan en la región y en los que la mala alimentación y sedentarismo son detonantes), descubrimos que más de 9.500 fallecimientos podrían evitarse o retrasarse cada año.
Noticia relacionada
Juan Antonio Marrahí
En el caso de los tumores, otro experto del Hospital IMED, Ignacio Vicente, estima en un 20% los que podrían prevenirse con buenos hábitos. Es decir, otras 2.500 muertes en el grupo de evitables cada año si nos anticipáramos con buenas decisiones en juventud o edades intermedias.
Publicidad
El doctor Vicente atesora dos décadas de experiencia como médico de familia y está al frente de la la Unidad de Medicina Integrativa y Antiaging del hospital. Va dirigida precisamente a amasar esa buena vejez, a aquellos que hoy se notan cansados, estresados, conviven con dolor o quieren recuperar su peso ideal. Intenta anticiparse a la enfermedad y se aborda ese 'todo' crucial: lo físico y lo mental.
El médico del IMED lo tiene muy claro: «Vivimos en un mundo exprés, con una medicina exprés donde al paciente le duele algo, va al médico, se va corriendo y adiós muy buenas. Y hay que cambiar a un doctor que escuche con calma lo que al paciente le preocupa en todos los aspectos. Sólo así se puede preparar la mejor salud posible».
Noticia Patrocinada
Doctor Ignacio Vicente
Responsable de la Unidad de Medicina Integrativa y Antiaging del IMED
Con estudios del cromosoma (el test telomérico), la unidad estima esos desfases que se producen entre la edad cronológica, la real, y la edad biológica, que corresponde al modo en que nos hemos cuidado. «Los que han seguido vida saludable pueden estar hasta diez años por debajo de la real». Aquellos que se han 'machacado' con elecciones poco saludables durante mucho tiempo pueden presentar una edad biológica hasta siete años por encima de la cronológica.
Al doctor Vicente le preocupa cómo «hemos acorralado a la dieta mediterránea desde los años 90, cuando la globalización trajo comida más barata, rápida, precocinada o adictiva» que empeora nuestra nutrición. Según su estimación, sólo la mitad de los valencianos está siguiendo esta dieta con cierta frecuencia. El resto, la reduce a mínimos. «Y así vamos mal», reprende.
Publicidad
Noticia relacionada
Juan Antonio Marrahí
El Colegio Oficial de Dietistas-Nutricionistas de la Comunitat Valenciana (CODiNuCova) puso nota en 2018 a la calidad de la alimentación en la Comunitat: un 6 sobre 10. Pero cuatro años después, tras la pandemia, suspendíamos estrepitosamente: 3 sobre 10. También han comprobado que el 86 % de los menores valencianos no sigue la dieta mediterránea y que dos de cada diez presentan obesidad infantil.
El doctor Vicente hace hincapié en una edad: 30 años. «A partir de aquí muchos se dejan arrastrar ya por los malos hábitos», destaca, «coincidiendo con la etapa en la que el cuerpo ha alcanzado su máximo de manera natural y ya empieza el lento declive». Las elecciones desde la treintena suelen marcar el camino hacia una vejez corta y atenazada por la dependencia o la opción a una etapa final más amplia, saludable.
Publicidad
Juan Ramón Domenech
Geriatra de Quirón Salud
Juan Ramón Domenech es un geriatra de referencia en Quirón Salud. Está convencido de que la longevidad «seguirá creciendo», pero el «verdadero objetivo es lograr calidad a los años ganados» para que la última etapa vital no sea un vía crucis. Desde su experiencia, superar la barrera de los 100 años es más una cuestión genética, pero mantener la calidad de vida desde los 80 sí está en nuestra mano y se logra con «ejercicio físico que incluya fuerza y resistencia muscular, nutrición adecuada y un fomento de las relaciones sociales y actividad cognitiva».
En lo geográfico, Domenech no cree que nuestro clima tenga un impacto directo en la longevidad, «pero sí en el contexto que lo rodea, en términos de socialización o de dieta». Y en la mediterránea «el gran beneficio es el cardiovascular», puerta a un «envejecimiento saludable».
Publicidad
Es bueno prevenir a cualquier edad, entiende el geriatra, «pero es en el periodo de fragilidad donde debemos intensificar» los buenos hábitos «de forma individualizada». Y también «intervenir en los denominados síndromes geriátricos, como la toma excesiva de fármacos, las caídas, las pérdidas de memoria o ánimo, adecuar un programa de ejercicio físico y fomentar una adecuada nutrición».
El futuro de la longevidad y la calidad de ésta es, según los expertos, una batalla aún abierta. Por un lado tenemos la mejor comida al alcance, un clima templado, el beneficio de la luz y una medicina que no cesa en avances. Por otro una peor alimentación por las crisis encadenadas o la vida con prisas sin comida casera, un aumento del estrés vital y una menor cantidad de hijos que garanticen ese apoyo de descendientes o nietos tan propio de las familias más numerosas.
Fue en 2019 cuando la esperanza de vida tocó techo en la Comunitat. Después bajó coincidiendo con la pandemia y ahora repunta ligeramente. Pero lo más importante: la perspectiva de vida en buena salud cae en toda España. Es decir, el deterioro llega antes. Pasa de los 66 a los 63 en un año, según el último dato del INE. Parece que nos marchitamos antes y vivimos mucho tiempo entre pastillas, dolores crónicos o dificultades de movilidad.
Doctora Sacramento Pinazo-Herrandis
Profesora de la UV y presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología
Y vivimos en una sociedad estresada, en especial en las ciudades, y eso no augura nada bueno de cara una sana longevidad. «Es factor de riesgo de enfermedades cardiovasculares, cáncer, demencia... Si no cambiamos a una vida más sosegada será difícil que envejezcamos bien», alerta Pinazo-Herrandis. Pero hay más: «Vivimos con sobrecarga informativa», tenemos una frenética actividad en redes sociales «pero menos contactos reales». Y propone reconducir ese uso de lo digital «hacia las aplicaciones que monitorizan ejercicio, sueño, yoga o meditación».
Publicidad
Para la experta de la UV, la Comunitat es tierra de oportunidades para una buena vejez. Además de la dieta mediterránea, «tenemos un clima que favorece salir a la calle a relacionarnos y ejercitarnos, con el beneficio de la luz en forma de vitamina D. Y podemos tener baño de mar y baño de bosque en el mismo día».
La longevidad valenciana de calidad peligra en otro flanco: «Los pueblos brindan los beneficios del autocultivo, de andar más para llegar a cualquier parte, de vivir con menos estrés y la proximidad de la naturaleza». Pero los estamos abandonando «y se estima que en 2050 el 70% de la población vivirá en grandes ciudades».
El doctor Vicente coincide en muchos aspectos: «El frenesí de la sociedad actual nos puede pasar factura y acortar la vida. La sobrestimulación en pantallas y mensajes continuos genera mucho cortisol. No sabemos relajarnos. Las consecuencias son el cansancio mental, la apatía, la tristeza, la irritabilidad o la pérdida de esa interacción social tan importante para la longevidad». Por no hablar del coste en términos de estrés. «Y habrá que ver cuánto acaban viviendo los niños de hoy en los que se suma mala alimentación y exceso de pantalla o móvil», desliza el experto del IMED.
El geriatra Domenech marca así su conclusión: «Vivimos en una comunidad que reúne unas condiciones muy favorables para vivir más y mejor, pero no debemos perder la oportunidad de hacer las cosas bien en términos de salud».
Publicidad
Con una guerra, una posguerra y cinco hijos criados de por medio, Juan Martí, de 96 años, y Rosa Alonso, de 93, están envidiablemente bien para ser nonagenarios. En ella, además, aparece ese componente genético al que aluden los expertos para acariciar los 100 o superarlos, con un padre que vivió 94 años, un hermano que tiene 98 y una hermana que aguantó hasta los 91.
«El amor y cinco hijos han sido nuestra gasolina para envejecer», defienden después de 70 años casados, una relación de la que nace un fuerte apoyo familiar sustentado por los hijos, 12 nietos y 9 biznietos. «Somos todos 'abuelocéntricos'», describe Ángela, una de sus nietas. Todo ese cariño y proximidad también son clave en la longevidad.
Pero hay más. Ambos vivieron las estrecheces de la posguerra, tiempos en los que comían «lo que podíamos, botes de tomate, pajaritos cazados, algarrobas y hasta la piel de la naranja», recuerda Rosa. Eso les hizo fuertes y fieles a las comidas caseras, las mejores, con guisos que mejoraron con el paso de los años. «Nunca me gustaron las gorrinadas», zanja la mujer. Los dos crecieron «jugando en la calle, sin tele ni tableta, entre sambori, escondite, pillando, nadando en la playa...»
A los 24 años Rosa ya estaba casada. Dejó atrás sus inquietudes profesionales y, como tantas mujeres en su época, se convirtió en ama de casa. En una vida con cinco hijos y un marido que trabajaba mucho tiempo fuera de casa su ejercicio físico fue constante: «Comprar, cocinar, la ropa o cuatro viajes diarios para llevar a los hijos al colegio» fue un enorme sacrificio que, sin embargo, la mantuvo alejada de la butaca y el sedentarismo. En lo alimenticio, «siempre cosas baratas pero buenas, con cocido, hervidos, madalenas, coca de llanda, habichuelas...»
Publicidad
Cuando alcanzó los 65, su hermano el nonagenario, marino y gran deportista, le animó a ir al gimnasio. «Y fui hasta que llegó el Covid... ¡haciendo máquinas y de todo!», destaca Rosa. Con 93 sigue andando y con la mente bien engrasada gracias a «sopas de letras, mandalas, anotaciones personales, libros, paseos o empujando la silla de ruedas de su marido». Y con un optimismo a prueba de bomba: «Nunca me he venido abajo». Su último chequeo salió impecable.
Con 96 años, los problemas de movilidad ya han hecho mella en Juan. Pero su salud general es buena y su mente se mantiene inquieta después de muchos años interesado en aprender, autodidacta y emprendedor en el mundo de la minería o la exportación. «Mi trabajo me llevaba de aquí para allá, pero siempre he consumido alimentos caseros cocinados por mi mujer o mis padres, en Higueruelas», describe. Jamás fumó y tampoco le ha gustado el alcohol. Y supo mantener a raya el estrés.
Para Juan «la palabra jubilación no existe». Siguió administrando su empresa hasta los 91 años «y porque se cruzó el Covid y ya no podía conducir». Hasta esa edad no fue dependiente y hoy sigue leyendo o realizando actividades intelectuales. Ha superado un atropello, siete operaciones y una caída. «¡Pero mis últimos análisis salen perfectos!».
«Ana es un encanto y un modelo de envejecimiento», anticipa su amiga y defensora del Mayor en Valencia. Al abrir su puerta lo comprobamos: pura fibra, chándal de marca, caminar ligero, sonrisa alegre, ojos con chispa... «Me encuentro fenomenal, la verdad», ratifica la mujer de 86 años junto a su colchoneta de yoga.
Publicidad
Ana Ricart es viuda, madre de tres hijos, abuela de seis nietos y bisabuela de tres biznietos. Vivió en Albal hasta los cinco años y luego, en Valencia. Semejante portento de vejez tiene su explicación. «Casi nunca he estado sentada. Siempre moviéndome o de pie. Primero callejeando mucho para gestiones administrativas de la empresa de alimentación de mi marido y, desde los 35, atendiendo mi perfumería».
Segunda clave: es, y sigue siendo, gran deportista. «Empecé nadando a los 10 años en una balsa de Albal y luego, en piscinas propias o municipales. Dos veces a la semana. Y tenis, desde los 25». Añadan a este combinado una alimentación realmente cuidada: «Mi madre me lo inculcó muy bien y cuidaba mi talla de niña. He crecido entre hervidos, arroces, muchísima verdura y fruta de mi pueblo, guisos de ternera, carnes a la brasa...». Hoy se ha convertido en abuelita 'tupper'. Ocupa parte de su tiempo cocinando mucho y bueno para los suyos. Cada cierto tiempo alguien de la familia llama al timbre en busca de sus croquetas.
Su actitud postjubilación es encomiable. «Dos días a la semana acudo a charlas para mayores. Aprendo sobre cine, arte, música, psicología...» Se levanta a las ocho, desayuna con sus amigas y camina una hora. Por las tardes lee o escucha música clásica y boleros. «Y creo que mi familia está planeando llevarme al concierto de Luis Miguel». Maneja con soltura el What'sApp y el ordenador para sus resúmenes y actividades.
Pese a haber enviudado, Ana está a años luz de sentirse sola. El círculo se completa con una familia «muy buena y próxima», con su hija de vecina, puerta con puerta. «Me llevan de viaje, están todos pendientes de mí. ¡Hasta los novios de mis nietas! Tengo mucha suerte», concluye. La guinda es un carácter «positivo y alegre» y una espiritualidad fuerte. «Soy creyente y la muerte no me asusta, la encaro con naturalidad. Lo único que me asusta es dar faena». Sus últimos chequeos son impecables. «Sólo tomo una pastillita para la tensión y otra para el dolor de hombro».
Publicidad
Ginés Sanz Romero es «de los mayores de clase». Sí, a los 82 se puede ser universitario y a mucha honra. Su campus sénior está en la Politécnica, donde asiste una vez por semana a clases de Historia del Arte Barroco. Ha completado otro curso de cinco años postjubilación en la Universitat de València. «Leer, pensar y no parar de descubrir me ha dado años de vida», sentencia el valenciano. «No me canso de aprender».
Nació en Valencia, está casado y es padre de dos hijos. Su padre falleció con 84 años y su madre, a los 101. Su pasión ha sido la Medicina y es una eminencia en conocimiento del corazón. Cardiólogo de especialidad, ejerció como director del Hospital Clínic de Barcelona, algunos años en Canadá y en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares. Conoce de primera mano la importancia de mimar a diario nuestro órgano central y los conductos sanguíneos. Su vejez activa se ha fortalecido «trabajando hasta que tenía 74 años», recuerda.
Lo curioso es que Ginés fuma y bebe, pero con «moderación, la palabra clave en cuestión de salud». Toma una pipa al día y una cerveza «pero siempre al final de la jornada, en momentos de relax». Su madre hacía lo propio con «un culito de coñac por la noche hasta el día antes de morir» y llegó a centenaria. No se considera un gran deportista, pero es aficionado a paseos o a nadar a diario cuando llega el buen tiempo.
Sus costumbres alimenticias han estado marcadas por su trabajo hospitalario. «Solía comer poco y justo a mediodía. Pequeños bocadillos de jamón serrano o queso, agua y una manzana. En un día podía llegar a tomar cuatro o cinco cafés, siempre solos y sin azúcar». Admite tener «una visión positiva de la vida, quizá herencia de mi madre y a pesar de las dificultades». Tanto en duras experiencias familiares de salud, como en la tensión propia de un gran hospital, la mayor parte en Intensivos. «Siempre he tenido la sensación de que mi trabajo ha ayudado a otras vidas, también como profesor de Medicina», reflexiona.
Ginés intenta tomarse la vida con filosofía, convencido de que el trabajo, «si gusta y lo llevas bien, puede convertirse en el mayor revulsivo para la vida y aliado para la buena vejez». Con 79 años sobrevivió a una delicada caída y desde que se jubiló cuida más su alimentación, con ensaladas, arroces, legumbres, garbanzos...
Su último chequeo, hace un año, fue perfecto. Pero es la mente su gran fortaleza. Además de la universidad, alimenta sabiduría y emociones con «lectura y muchas escuchas de Bach y música barroca». Siente hambre de cultura, por todo lo artístico, y eso le lleva a conocer exposiciones o recorrer calles de la ciudad en busca de nuevos rincones. «Si pierdes el interés y la curiosidad estás muerto», zanja.
«Esta mañana me he hecho 90 kilómetros», suelta Arturo Mullor como carta de presentación. El vecino de Massamagrell, de 75 años, encarna el premio de la vejez sana ganada a fuerza de pedal, tras muchos años moviéndose a dos ruedas. En competición o travesía y también en su vida cotidiana. La bicicleta lo ha convertido en un auténtico roble. «Me está dando muchos años de vida»
Arturo es hijo de un ciclista profesional que llegó a los 90 años y con 88 todavía subía a la bici. «Malo malo mi padre estaría sólo ocho meses antes de morir», recuerda. Su madre, ama de casa, alcanzó los 96. Forjado con bici y buenos genes, Arturo está casado, jubilado y es padre de dos hijos.
Su amor por las dos ruedas se remonta a los 14 años, cuando empezó a hacer travesías. «También jugaba al fútbol y al balonmano de joven», apostilla. Con 20 años trabajó como mecánico en Mitsubishi, en Museros, «siempre de pie, frente a la máquina, y con poco estrés. En mi puesto había que asumir decisiones complicadas. Era algo rutinario en lo que sabías a qué atenerte», rememora.
Su alimentación, de diez. «Mi madre guisaba cada día un plato. He crecido comiendo arroz con acelgas, puchero, legumbres y muchísima naranja de nuestros campos». Casi no tiene vicios. «¡Jamás he fumado!», celebra el veterano ciclista. «Un día le pillé un purito a mi padre y me sentó tan mal que ya no volví al tabaco». Y no pasa de la cerveza esporádica o vino con gaseosa, «sin pasarse».
En lo anímico se define como «positivo y dispuesto a llevarse bien con la gente», de los que prefieren «arreglar a buenas los problemas». Es un hombre «muy resistente» con los puertos de montaña de la vida. Salvo una pequeña operación por una mancha en la piel alcanza los 75 por la puerta grande: «Ni una fractura, colesterol estable, tensión normal. El último chequeo, hace dos meses, limpio». Y posiblemente así siga muchos años si tenemos en cuenta que martes, jueves, sábados «y algún domingo» se monta en su bici con su peña, recorre hasta 100 kilómetros y regresa tan ancho. «¡Y seguiré mientras pueda!», advierte.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.