Envejecer siendo mujer: la doble marginación de las séniors valencianas

En el municipio de València, las cifras son igualmente reveladoras. De las 231.308 personas mayores de 64 años censadas, el 58% son mujeres (134.393), frente al 42% de hombres (96.915). A partir de los 70 años, la proporción de mujeres aumenta significativamente: un 65,4% de las personas de entre 85 y 89 años son mujeres. Este predominio femenino en la vejez tiene implicaciones profundas, ya que problemáticas como la dependencia, la soledad no deseada y la precariedad económica afectan de manera desproporcionada a las mujeres mayores. Además, las mujeres mayores enfrentan una brecha de género en las pensiones. Según datos de la Seguridad Social, la pensión media de jubilación de las mujeres en la Comunitat Valenciana es de 1.175,66 euros, frente a los 1.500,70 euros que perciben los hombres. Esta desigualdad económica es el resultado de una vida laboral marcada por interrupciones para dedicarse a los cuidados y por la falta de reconocimiento del trabajo doméstico.

María Luisa García, presidenta del Consejo Valenciano de Personas Mayores, pone el acento en la doble marginación que sufren las mujeres mayores. «No es que se sumen las dos, sino que interaccionan, lo que es peor», señala. García destaca que muchas mujeres mayores han normalizado situaciones de discriminación y malos tratos debido a una cultura que las relegaba al ámbito doméstico y les negaba derechos básicos. En la Comunitat Valenciana, García observa una particularidad cultural que, aunque no elimina la discriminación, sí matiza algunos aspectos. «La sociedad valenciana ha sido muy matriarcal. Era muy frecuente que el marido trabajara y le diera el dinero a la mujer para que lo gestionase. Eso hace que tengamos las mujeres en la Comunitat Valenciana menos marginación que en otras zonas», explica. Sin embargo, advierte que esta ventaja no elimina problemas como la soledad no deseada, la precariedad económica y la infantilización de las mujeres mayores.

García también denuncia la falta de políticas específicas para las mujeres mayores. «Se trata de visibilizar que la mujer, al hacerse mayor, tiene mucho más marginación, más edadismo, que pueda tener el varón», afirma. Para ella, el 8M es una oportunidad para que las mujeres mayores se hagan visibles y reivindiquen sus derechos. «La primera que tiene que actuar es la propia mujer mayor. Las animo a acudir a las manifestaciones y a reivindicar el lema contra la doble marginación, de género y edad», concluye. Esta marginación se traduce en una mayor vulnerabilidad económica, social y emocional. Las mujeres mayores tienen más probabilidades de vivir en soledad no deseada, especialmente tras la viudez, y de enfrentarse a situaciones de dependencia sin los recursos necesarios. Además, suelen ser invisibilizadas en los espacios públicos y políticos, lo que dificulta la implementación de políticas específicas que aborden sus necesidades.

Rosario Otegui, doctora en Sociología y Antropología y miembro del patronato de HelpAge International España, aborda el impacto del cuidado en la salud de las mujeres mayores: «Muchas mujeres nacidas en torno a mitad del siglo XX que ahora llegan a la edad de jubilación han tenido una serie de roles de género que implicaban que estas mujeres se dedicaran fundamentalmente a los trabajos domésticos. Este hecho ha producido que, al estar muy invisibilizado el trabajo doméstico como un trabajo generador de riqueza, no está valorado socialmente». Otegui señala que esta falta de reconocimiento tiene consecuencias directas en la salud física y mental de las mujeres mayores, que llegan a la vejez con un desgaste acumulado por años de cuidados no remunerados.

Además, Otegui destaca la violencia de género como una lacra que afecta también a las mujeres mayores: «En el caso de las mujeres mayores hay una particularidad bastante inquietante: las mujeres de 65 años son las que menos denuncian. Otro dato bastante duro es la cantidad de tiempo que tardan en denunciar: de las mujeres mayores que recibían maltrato en España, el 40% llevaba más de 40 años sufriendo la violencia». Esta violencia, normalizada durante décadas, tiene repercusiones profundas en la salud y la calidad de vida de las mujeres mayores. Sin embargo, Otegui observa cambios positivos en las nuevas generaciones de mujeres mayores. «Cada vez hay más mujeres que no se tiñen las canas, que salen a pasear con zapatillas de deporte, que buscan sus propios espacios culturales», afirma. Estos pequeños gestos, según ella, son indicativos de una transformación más amplia en la manera en que las mujeres mayores se perciben a sí mismas y son percibidas por la sociedad.

Anna Freixas, doctora en Psicología, escritora e investigadora feminista, es una de las voces más destacadas en la reflexión sobre el envejecimiento femenino. En su libro 'Yo, vieja', Freixas reivindica una vejez libre de mandatos sociales y llena de posibilidades. «La libertad, la justicia y la dignidad son los tres pilares sobre los que se sustenta el buen envejecer», afirma. Freixas subraya la importancia de transformar la mirada de la sociedad hacia las personas mayores, especialmente hacia las mujeres. «Ser una vieja libre es complicado. Por una parte, nosotras no estamos acostumbradas a utilizar la libertad, siempre hemos sido obedientes. Por otra parte, la sociedad tampoco está acostumbrada a que las viejas actúen con independencia y que pongan límites», explica. Además, denuncia los nuevos mandatos que se imponen bajo la apariencia de liberación, como el envejecimiento activo, que puede convertirse en una obligación más.

La precariedad económica es otro de los grandes retos que enfrentan las mujeres mayores. «Ser vieja y pobre no es un buen programa», sentencia Freixas, quien aboga por una mejora en las pensiones de las mujeres para reconocer su contribución histórica al bienestar colectivo. «Lo que más me gustaría es que las mujeres, por el simple hecho de ser mujeres, el día que se jubilen tengan una pensión digna», concluye.

El envejecimiento femenino es un fenómeno que afecta a toda la sociedad y que requiere una respuesta colectiva. Las mujeres mayores, como señala María Luisa García, son las grandes protagonistas de una sociedad cada vez más envejecida. Sin embargo, su realidad sigue marcada por la precariedad económica, la soledad no deseada y la invisibilidad. En un día como el 8M, es fundamental reivindicar los derechos de las mujeres mayores y reconocer su contribución histórica al bienestar colectivo. Como afirma Anna Freixas, «no pedimos caridad, pedimos justicia». La lucha por una vejez digna, libre y visible es, en última instancia, una lucha por la igualdad de género en todas las etapas de la vida.