«Allá por los principios de febrero, un domingo cualquiera, aparecía en la plaza del pueblo el tiovivo. Se presentaba bien abrigado, como para combatir el frío, cubierto por lonas remendadas (...). Todos los pilluelos que corrían de acá para allá, persiguiéndose y empujándose, sabían ya ... qué era aquello que se les ocultaba. En un santiamén, formaban un corrillo en derredor, expectantes, aguardando a que le quitaran los tapujos al bulto…».
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Así comienza el relato 'Tarde de domingo', de Julián Manuel Fuentes, que ha sido laureado con la posición finalista del XVI Concurso de Relatos Escritos por Personas Mayores de Fundación La Caixa. En su escrito, Julián Manuel quiso ahondar en la inocencia de la infancia, que de tan inocente que resulta, pasa por alto situaciones de pobreza y miseria.
La historia está ambientada en un pueblo español de los años 50, donde «todo lo que había era escasez, gris y falta de todo», en palabras del propio Fuentes. Allí, en esos lugares a los que el paso del tiempo transformó tanto, hubo una época en que «los mocosuelos» solo tenían dos posibles diversiones: el tiovivo y el cine. O mejor dicho: el tiovivo de pobre y el cine de pobre, pues el primero carece de más motor que la fuerza de un hombre que le da vueltas y el otro todavía no exhibe películas en color.
Julián Manuel Fuentes ha querido plasmar en su relato una idea tan real como trágica: los recuerdos de la infancia, por fantásticos e ideales que sean, se ven «desollados» cuando el adulto los revisita. «El niño –escribe Fuentes–, ahora hombre gastado, ha dejado atrás las jugarretas todas de la imaginación desbordada, presta y en permanente ebullición».
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El cuento, según Fuentes, retrata una realidad «en la que los sueños de tantos niños solo eran en realidad pufos de una infancia con falta de todo». El autor mira con compasión el golpe de realidad que supone ser adulto, y lo hace desde la óptica fantástica e inocente de los niños.
Más de dos mil historias fueron presentadas a este concurso en el que Julián Manuel apostó por ahondar en la nostalgia y la pérdida de la inocencia. «Recuerdo que de niño –cuenta–, mis amigos y yo estábamos interesadísimos en montarnos en esos tiovivos. Aunque ni siquiera tuviera motor, nos parecía que estábamos en el cielo». En este sentido, la imaginación inconsumible de la niñez es lo que otorga para Fuentes la fuerza suficiente como para moverse con soltura entre la miseria y las carencias.
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El autor regala una reflexión: «Dicen que la patria de uno es la infancia, rememorarla y volver a ella. Cuando nace, el niño tiene pañales y es dependiente. Y el veterano, cuando se acerca su último suspiro, también es dependiente. Por eso no me resulta extraño que hablemos de la infancia como esa parte que resume la vida de una persona».
Julián Manuel fue arquitecto de profesión, y siempre le ha gustado escribir, desde que era pequeño. De hecho, tiene tres libros escritos y dos publicados. Y este reconocimiento, aunque no haya ganado al resto de finalistas, le supone, en sus propias palabras, «un acicate para seguir adelante con la maravillosa afición que es la escritura».
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