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«Corrían los años 50. En la ciudad se olía la pobreza y el hambre expulsaba a los hombres del campo…». Así es como empieza ... el relato de Gloria, una mujer jubilada que acude todos los martes a un taller de escritura creativa en la escuela Selecta de Escritura, en el barrio de Ruzafa. Lo hace junto a varias mujeres más, muchas de ellas también jubiladas.
«Claudia acudió a la consulta de la psicóloga por segunda vez. Lo había decidido un segundo antes de pulsar en la pantalla de su teléfono 'Anular cita'. ¿Estaba dispuesta a confiar los secretos de su intimidad a una desconocida?». Así es el principio de otro de los relatos escritos de puño y letra en cuestión de minutos por una de estas mujeres que han hallado una verdadera pasión en la escritura. A los mandos se encuentra Bárbara Blasco, escritora galardonada con el Premio Tusquets que ahora aconseja y orienta la incipiente pasión por la escritura que estas mujeres han experimentado.
Ellas son Patricia, Maca, Marisa, Trini, Amparo y Gloria. Sus edades oscilan entre los sesenta y tantos hasta los ochenta y pocos, lo que le da al grupo una interesante diversidad generacional sin salirse de los límites de la jubilación. Normalmente el taller lo imparte el periodista Kike Parra, pero por motivos personales se ha tenido que ausentar y en su lugar está Bárbara.
Las profesiones que desempeñaron estas mujeres son dispares. Una de ellas fue maestra de Primaria, otra ama de casa, otra trabajó en una cadena de montaje de coches en la Ford, otra en el Banco de Valencia, otra fue ama de casa y la última catedrática de Lingüística en la UJI. Todas ellas están encantadas con esto de escribir, pero el camino hasta aquí no ha sido fácil. Bueno, mejor dicho, la jubilación no ha sido fácil. Estas mujeres pertenecen a generaciones que ponían el trabajo en el centro de la vida. Pásate una vida entera trabajando para poder disfrutar de tu jubilación. ¿El problema? Si el trabajo es el centro y de pronto el trabajo ya no está, en su lugar queda un vacío difícil de llenar. Reconocen que esta realidad resulta muy perversa, pero es lo que hay. «Yo lo viví muy mal y la verdad es que lo sigo llevando regular», explica Amparo. «Normal. Estamos institucionalizadas –le responde Maca haciendo referencia a la institución como ente del que acabamos dependiendo por pura programación mental–. Cuando te jubilas y tienes esa libertad, hay que gestionarla con mucho cariño, sin maltratarse, porque tanto tiempo libre por delante te agobia y te apabulla. Te puedes perder muy fácilmente».
Esta mujer, Maca, compara la situación del jubilado de una forma sumamente literaria. Y lo mejor es que lo hace sin darse cuenta de ello: «Es como si un pez se tira casi toda su vida en una pecera, de repente lo sueltan en el mar para que nade libremente y se queda quieto, dando vueltecitas en círculos pequeños».
No le ocurre lo mismo a Trini, la más mayor del grupo (ronda los ochenta). Para ella, jubilarse fue una bendición: «Tengo muchas aficiones. La fotografía, la escritura, la lectura, la música, los animales… ¿Rutinas para mí? ¡Ninguna! Ni conduciendo soy rutinaria, ¡ja!». Todas estallan en una sonora carcajada ante la ocurrencia de Trini. Y es Amparo, la ama de casa, quien le toma el relevo. Al hablar se nota que ha pensado mucho en el tema, y también se expresa de una forma muy literaria. Parece que el taller ha hecho mella en ellas: «Cuando se jubiló mi marido para mí fue un revivir, aunque suene melodramático. Coincidió con el fallecimiento de mis padres, así que pasé de ama de casa, cuidadora de niños y de personas mayores a tener la libertad de hacer lo que quisiera. Fue una catarsis», expresa.
Para Marisa también fue complicado. Pasó de ostentar un puesto de catedrática de Lingüística en la UJI a «ser una mujer invisible», como ella misma describe. «Es un poco triste, porque yo no me siento mayor y ahora eso es lo que soy para la gente». No obstante, dice que el taller le está ayudando a conocer una parte de sí misma que hasta ahora estaba oculta. «Siempre he sabido perfectamente lo que es una analepsis [flashback, para los zeta], he leído relatos con todo tipo de estructuras y sé mucho de lingüística, pero no sé escribir bien. Este taller me permite escuchar, aprender de los demás y conocerme un poco a mí misma».
Maca cuenta que siempre le ha gustado escribir, aunque de una forma «íntima y terapéutica». Dice que le gustan las artes plásticas en general y que considera que la literatura es un arte plástica porque «las palabras te trasladan y las puedes modelar a tu favor». También reconoce que en un primer momento no se atrevía a apuntarse por si acababa sintiéndose inferior a sus compañeras. Pero no fue así. De hecho, más bien ocurrió todo lo contrario. «Nos retroalimentamos unas de otras, intercambiamos libros, nos apoyamos… Aunque nunca hayas escrito, te sientes muy arropada. Es muy bonito alimentarse de la maestría de otras personas», se sincera.
Hay algo curioso en este taller, y es que en él no hay ni un solo hombre. Esta tendencia, si bien hay muchas excepciones, se extiende también a los clubes de lectura. A las mujeres del Taller de Escritura Creativa de Selecta no les sorprende en absoluto. Maca considera que esto ocurre porque, por lo general, «a los hombres jubilados les cuesta mucho abrirse de esta manera, exponer sus sentimientos». En su lugar, los jubilados son más de «gimnasio, peñas de bicicleta y deporte en general». Según ellas, en la jubilación las actividades más creativas están feminizadas.
Es Bárbara, la escritora y maestra que sustituye hoy a Kike Parra en el taller, quien interviene al respecto de este asunto: «También tenemos hombres en la escuela, pero muchísimas más mujeres. Sigue habiendo un poco de desprecio a la emoción por parte de muchos hombres. Como si Shakespeare no hubiera trabajado las emociones, como si Proust no las hubiera estudiado a fondo en su literatura. Se sigue pensando erróneamente que la emoción es femenina».
Son mujeres que han leído desde siempre, así que terminan recomendando un libro a los lectores de LAS PROVINCIAS. Maca recomienda 'Haru', de Flavia Company. Dice que es un libro precioso que te recuerda la importancia de disfrutar de la vida. A Trini le encantó 'Tan poca vida', de Hanya Yanagihara, por el valor que le otorga a las emociones. Marisa insiste en que hay que leer 'Fragmentos de un discurso amoroso', de Roland Barthes, un análisis de las reacciones cotidianas que uno tiene en las primeras relaciones de pareja, por ejemplo, en el momento preciso de esperar a que una persona te llame o te escriba. Por último, Patricia recomienda 'La pareja rota', de Luis Rojas Marcos, una novela sobre una pareja en crisis que, asegura, le cambió la vida a un matrimonio que se iba a separar al que se la recomendó.
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