Esta es la historia de un excel. Una hoja de cálculo donde una familia de jóvenes franceses, instalados por cuestiones de trabajo en la lejana Sudáfrica, fueron anotando los diversos valores que debían sumar como resultado el nuevo destino donde pretendían ubicarse. Se trata de ... una pareja de profesionales oriundos de Lyon, que en compañía de sus dos hijos buscaban un domicilio más cercano a sus raíces familiares. Metódicamente fueron anotando atributos como seguridad, carestía de la vida, buenas comunicaciones, temperatura agradable, oferta de servicios educativos y médicos... ¿Resumen? En el excel brilló la palabra Valencia, el rincón del Mediterráneo al que decidieron encaminar sus pasos, previa consulta con sus padres. Es aquí donde la historia del excel se bifurca como en aquel cuento de Borges: los protagonistas de nuestro relato reclamaron a sus familiares más cercanos que visitaran Valencia para añadir al frío recuento de datos una variable más emocional, ese intangible llamado hospitalidad. Y sus padres (colorín, colorado) les convencieron de que su elección era la ideal con tal entusiasmo que ellos mismos dejaron atrás el norte de Francia donde residían y decidieron convertirse en unos de tantos jubilados que eligen la Comunitat como el destino de su vida retirada. Vivían Ferrand, mamá de Gregory, reside hoy con su marido en la Comunitat, muy cerca de su hijo, su nuera y sus nietos. Y por correo electrónico remite el listado que manejó la familia para concluir que su futuro pasaba por Valencia.
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Veamos. El primer atributo que menciona Viviane apela al coste de la vida, inferior en España respecto a su país. Los datos consultados para este reportaje concluyen que la diferencia ronda el 30% en la variable alimentación, escala hasta casi el 50% en materia de transporte, ronda el 24% en la vivienda... Es el argumento que Viviane cita con mayor insistencia, aunque añade otros valores que son difíciles de medir: por ejemplo, su preferencia por ciudades de tamaño medio como la capital de la Comunitat. También le agrada disponer de una acogedora red educativa para escolarizar a sus nietos en el modelo bilingüe (ellos se decantaron por un colegio inglés) y menciona otro factor decisivo: el clima. La bonanza del invierno valenciano, la agradable temperatura de la primavera y también del otoño: una respuesta igualmente muy repetida por el resto de extranjeros entrevistados para este artículo, que merece una explicación más científica.
José Ángel Núñez, máximo responsable de Aemet en la Comunitat, firma un estudio editado por la Universidad de Alicante, donde detalla de qué hablamos cuando hablamos de que entre nosotros triunfa el buen tiempo. Esgrime una serie de datos que prueban ese diagnóstico: una temperatura media de 15,3 grados, una precipitación anual que apenas supera los 500 litros por metro cuadrado y, en general, una consideración del clima valenciano como el propio de los países mediterráneos. Es decir, templado y seco. Un panorama general que admite excepciones en función de los distintos territorios de la Comunitat y que se adorna con un rasgo singular, casi imbatible: la generosa ración de luz de que gozan las tres provincias. Alicante es una de las ciudades con más horas de sol en España (3.397). Castellón le sigue de cerca con 3.321 horas y Valencia llega a las 2.808.
Alcanzado este punto de la historia, habrá que irle dando la razón al famoso excel del primer párrafo, aunque Viviane tiene anotados otros elementos que decantaron su elección por Valencia. Uno de ellos descuella entre los diferentes testimonios recogidos con otros extranjeros, como la familia McGovern, protagonista del otro reportaje que acompaña estas líneas. Es también el caso de la familia Ferrand, que encuentra explicación en las estadísticas comparativas entre España y Francia. En su país, Viviane se espanta por los episodios frecuentes de violencia callejera; en Valencia: la última estadística divulgada al respecto, hace apenas unas semanas, desvela que aunque la delincuencia sigue subiendo en la Comunitat, con un incremento hasta septiembre del 7,9% , en realidad en la capital, Valencia, ese índice que maneja el Ministerio del Interior tiende este año a la baja. De hecho, ninguna de esas tasas representa una preocupación considerable para quien viene desde el país vecino: en Francia se cometen entre cuatro y cinco veces más delitos de índole sexual que en España, el triple de homicidios y quince veces más agresiones físicas con lesiones, según datos recabados por la web voxpopuli. Todo ello, con una población que es tan sólo un 29,85% superior a la de nuestro país: en proporción, la cifra de delitos penales es muy inferior a la francesa.
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Son una serie de factores diferenciales que a menudo sólo llaman la atención de quienes nos visitan: también en esta comparación, como en otros órdenes de la vida, ocurre que nos valoran con más intensidad las miradas ajenas que las locales. De ese punto de vista se desprende otro elemento que citan los jubilados que deciden fijar su hogar en Valencia y que puede sorprender... hasta que se visita un hospital fuera de España: nuestro sistema sanitario, objeto de críticas desde una perspectiva nacional, pero muy bien considerado fuera de nuestras fronteras. En Ribera Salud, el grupo empresarial que dispone de una variada gama de hospitales repartidos por la Comunitat y la vecina Murcia, asienten cuando les llega esta opinión que enarbolan los McGovern o los Ferrand. «Los extranjeros valoran la calidad de nuestra atención sanitaria, la tecnología y las instalaciones», señala un responsable. Su clientela tipo responde por lo tanto a esa capacidad del modelo de vida valenciano para atraer a jubilados de medio mundo: «La mayoría son pensionistas con casa en propiedad en España». También anotan un tipo de paciente que pasa en la Comunitat los meses más duros del invierno y luego vuelve a su casa en verano: son esos nacionales británicos y escandinavos que forman el grueso de su clientela y reclaman sobre todo servicios como urgencias, traumatología o medicina de familia «y en general las especialidades relacionadas con patologías propias de edades avanzadas».
Sus datos corroboran que nuestro amigo, aquel excel elaborado en el remoto sur de África, diera la razón a Gregory Ferrand cuando sometió su inquietud al veredicto de la ciencia. También avalan esa abrumadora cifra de extranjeros que, manejando las mismas razones que hemos ido desgranando, decidieron vivir entre nosotros. Una población encabezada en general por el Reino Unido (con 85.000 personas residiendo en la Comunitat) e integrada por casi 40.000 italianos, 22.000 franceses, 5.000 suecos, otros tantos noruegos... Hay también un elevado número de rusos, superior a las 29.000 personas, y ucranianos: más de 45.000. ¿Responden todos al modelo de pensionista que fija su estancia entre nosotros para disfrutar de los bienes antedichos? Es imposible saberlo pero algún dato respalda esa teoría: por ejemplo, que la población que el Instituto Nacional de Estadística fija en la Comunitat tiende a incrementarse en las franjas de edad más elevadas. Y apoya también semejante tesis otros testimonios recabados entre esa clase de nuevos valencianos, que nacieron a miles de kilómetros de esta orilla del Turia. Por ejemplo, Laurence Lemoine, una francesa de 54 años, que vino junto a su entonces marido hace 25 años y que dirige una empresa nacida para facilitar a otros expatriados los trámites de alojamiento que en su día alguna jaqueca provocó a su familia. Franceses, pero también belgas, argentinos o canadienses... «Hay muchos jubilados», observa. «La gente viene para quedarse», añade. Gente como Dominique Vendéen, un jubilado francés cuya opinión nos sirve para cerrar estas líneas porque aporta aquello que de verdad importa. Lo que no figura en el excel: «Valencia es una ciudad acogedora y abierta. Todo son sonrisas y cortesía». El paraíso 'boomer'.
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Imaginemos la fría Minneapolis, en el norteño estado norteamericano de Minnesota, célebre por sus heladas noches y gélidos amaneceres: un invierno interminable. Días y días bajo cero que pueden llegar a aburrir incluso a esta pareja formada por Jim y Jean McGovern, dos norteamericanos que no paran de sonreír mientras se retratan para este reportaje. Porque tenemos que imaginar también, aunque es sencillo llegar a la misma conclusión que ellos, el acusado y feliz contraste entre aquellos paisajes nevados que dejaron atrás y la soleada playa de la Malvarrosa que sirve como escenario para la sesión de fotos. Ellos viven aquí al lado y han elegido posar en un rincón de Valencia que conocen bien y que encarna estupendamente esa radical diferencia entre cuanto dejaron atrás y el paisaje que ahora domina sus vidas. Son unos más de los 6.000 ciudadanos de su país que eligieron vivir entre nosotros cuando llegó la edad del retiro. Antes de llegar a Valencia, se instalaron más al sur de su país, en Carolina del Norte, pero finalmente acabaron instalando su domicilio frente al Mediterráneo. Su coartada es la misma que esgrimen otros extranjeros que han convertido la Comunitat en su particular edén cuando llega la hora de jubilarse: la suma de seguridad, calidad de vida, agradable clima, rica escena cultural, buenos servicios sanitarios, buenas conexiones de transporte...
Atributos que los McGovern manejaron cuando vinieron de visita, se enamoraron de la ciudad y observaron además un rasgo singular que terminó de convencerles: nuestra hospitalidad. Les animaba la idea de vivir «en el soleado Mediterráneo entre palmeras, dátiles y naranjos» (un territorio «exótico» para ellos) pero sobre todo enarbolaban una explicación más prosaica: «Dado que Valencia es una ciudad más grande, similar en tamaño y población a Denver y Charlotte, puede albergar una amplia variedad de ofertas culturales». ¿Por ejemplo. Por ejemplo, «la cantidad de museos y atracciones de varios tipos, los increíbles estilos arquitectónicos que abarcan muchas épocas, la rica historia y la propuesta culinaria de la ciudad». «Fueron una atracción definitiva para nosotros», confiesan, antes de apelar a otros factores que nos distinguen en la oferta a escala global que ellos manejaron: atención, porque les animó a fijar su domicilio entre nosotros «el excelente transporte público, la atención sanitaria y el servicio de Internet, rápido y fiable». «Son cosas son muy importantes para la vida diaria», señalan, antes de extenderse en alabanzas no sólo hacia la Comunitat, sino también al resto de España: «Tiene una historia tan interesante y diversa que nos gustó la posibilidad de poder visitar todos estos lugares más fácilmente y aprender más sobre este increíble país».
¿Decisión acertada? La pareja lleva apenas viviendo tres meses en su coqueto piso del Cabanyal, pero han visto confirmarse por la vía de los hechos aquella impresión inicial: «Tanto Valencia como España en general están altamente valoradas por su seguridad general y su menor criminalidad. Es un lugar muy familiar y la gente es acogedora, cortés y dispuesta a ayudar». Dicen al unísono que todo esa larga relación de razones concede a nuestra ciudad «una ventaja definitiva» respecto a otros posibles destinos y, ya lanzados, mientras se multiplica su entusiasmo, se despiden con este alegato en favor de vivir la vida a nuestro estilo, a la valenciana: «Alentamos a quienes estén considerando mudarse a Europa o España a que se tomen el tiempo suficiente para evaluar». Están seguros de que quienes sigan su consejo acabarán por elegir Valencia, como ellos.
Nada que ver con la fría Minnesota.
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