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J.A.L.
Miércoles, 20 de noviembre 2024, 01:11
El murciano Jaime Pintado se comprometió con su abuela a pedalear mientras la vela de gran tamaño que le regaló siguiera encendida: recorrió más de 2.000 kilómetros en una aventura para recaudar fondos contra la soledad no deseada: así arrancaba Rubén García Bastida en el diario La Verdad un emotivo reportaje donde contaba la epopeya de su paisano, una admirable odisea concebida para concienciar sobre la importancia de los vínculos intergeneracionales e iniciar una campaña de donaciones que culminará con una rifa de la bicicleta utilizada, valorada en más de 10.000 euros. Los beneficios irán a la ONG En Bici Sin Edad ('Cycling Without Age'), una organización nacida en Copenhague y que cuenta con sedes en 39 países, dedicada a ofrecer compañía a personas de la tercera edad a través de voluntarios que los llevan a dar paseos en bicicletas de carga.
Jaime, aunque es murciano, reside en Copenhague donde es conocido como 'Jimbo Safi', apelativo que goza de gran fama en redes sociales: tiene más de 20.500 seguidores en la cuenta de Instagram desde la que narra sus aventuras en el ultraciclismo, una modalidad que implica pedalear más allá de las distancias convencionales, con etapas de más de 200 kilómetros. Es el caso de este recorrido que, pensando en cómo ayudar a su abuela Marina (detonante de este viaje de más de 2.100 kilómetros), le llevó desde Murcia a Galicia, pasando por Valencia. Luego viajó hasta Girona, llegó a la frontera con Francia, se dirigió más tarde a Zaragoza, Logroño y León, entre otros destinos, y finalmente llegó a su meta. Una media de casi 270 kilómetros diarios que encarnan un reto deportivo mayúsculo y una experiencia emotiva que le ha servido también para reforzar su conexión con su abuela, a la que no puede ver tanto como quisiera, y también como material para un documental titulado 'Looping Gramps' que se estrenará en los próximos meses.
¿Qué se cuenta en esa película? Por ejemplo, su paso por Valencia. Su accidentado paso por Valencia, clave en el recorrido: la primera etapa, que le llevó desde Murcia hasta Amposta, consistió en una ruta de más de 400 kilómetros que tuvo que detenerse en Valencia… obligatoriamente. Una avería en la caja de su bicicleta pareció truncar la expedición casi recién emprendida, aunque (hombre de recursos) Jaime supo encontrar la solución: en el taller de un pequeño pueblo cuyo nombre ha olvidado, encontró una mano amiga que le pudo resolver el problema. Lo cual tuvo un mérito adicional porque tuvo la mala suerte de sufrir ese fallo mecánico nada menos que el 9 de octubre, festivo en la Comunitat. Hoy lo cuenta con una sonrisa: «Era un taller de motos que milagrosamente estaba abierto y el dueño me dejó muy amablemente una llave mecánica: arreglé la bici y seguí mi camino». Un camino precario, que necesitó de un arreglo más concienzudo una vez llegado a Valencia: «En el taller de un amigo pudimos poner la bici a punto y hala: a seguir haciendo kilómetros».
Con ese espíritu tan animoso, con el recuerdo de su abuela animando a dar pedales, cruzó la provincia de Valencia pegado a las carreteras del litoral, rumbo al norte. «Fue una ruta muy bonita», recuerda. «La disfruté mucho», prosigue. «De Algueña a Villena fue un absoluto espectáculo. Toda aquella zona de pinoso es muy escénica, muy árabe y árida. Carreteras rotas, muy tranquilas y con pueblos muy auténticos como Salinas», explica. Y más recuerdos: «La carretera de Alfarrasí a Xátiva es muy típica ciclista y ahora entiendo el porqué: una preciosa carretera de curvas, muy agradecida». Un luminoso tramo que le condujo hasta Valencia: a partir de ahí, se apagaba la luz: «Después de Valencia, ya era oscuro». Una frase que encierra un alto poder simbólico, la nota dominante de todo el viaje cuyo epicentro emocional aguardaba un poco más allá: cuando visitó al pueblo donde nació su abuelo, La Almunia de Doña Godina, ya en Aragón. Y sobre todo cuando llegó a Galicia y Jimbo recorrió las calles de un pueblito llamado Mugardos, destino de los veraneos de su abuela en su infancia. «Era el único sitio al que me había pedido que fuera», cuenta. Y de Mugardos, a Ares «el pueblo donde mis abuelos se conocieron». La ruta, que era un viaje sobre todo emocional, acabó entonces Era el 17 de octubre, el día en que Marina apagó la vela que había encendido para alumbrar a distancia el camino de su nieto, como acostumbra cada vez que se embarca en una travesía semejante.
Misión cumplida.
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Patricia Cabezuelo | Valencia
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