Las residencias y centros de día para personas mayores y con discapacidad desempeñan un papel fundamental en la atención a personas vulnerables. Estos centros son ... vitales para garantizar el bienestar de sus residentes pero suelen ser invisibles para la mayor parte de la sociedad. Es imperativo que, como sociedad, reconozcamos su relevancia como recurso vital y la necesidad de su integración cotidiana y activa de la vida comunitaria de los municipios.
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Muchas de las personas residentes tienen más de 80 años y casi 3 de cada 4 tienen enfermedad de Alzhéimer, otras demencias o enfermedades neurodegenerativas, y entre otras consecuencias, la disminución de la capacidad para tomar decisiones, valorar el riesgo y saber cómo actuar ante un problema inmediato. Otras, tienen graves problemas de movilidad pero todas ellas siguen siendo ciudadanas de pleno derecho.
El cuidado de las personas en situación de dependencia no es una tarea sencilla. Cuidar a alguien que requiere asistencia continua implica ofrecerle dignidad, empatía y respeto. Las tareas diarias de los auxiliares de geriatría y otros profesionales del sector (psicología, trabajo social, enfermería, fisioterapia, terapia ocupacional…) no se limita a la higiene, alimentación o el vestirse sino en ofrecer un espacio donde las personas puedan sentirse valoradas y protegidas, especialmente en momentos de emergencias, incluyendo apoyo emocional, compañía y la creación de entornos seguros y dignos para quienes necesitan asistencia continuada, un espacio donde poder vivir bien.
La capacidad de adaptación y la resiliencia de los profesionales en las residencias se puso de manifiesto un mes en las inundaciones que afectaron la comarca de l'Horta Sud en Valencia: Sedavi, Benetusser, Massanasa, Catarroja, Paiporta, Picanya... Durante la catástrofe de la DANA, muchas residencias y centros de día se vieron también gravemente afectadas. En medio del caos, los profesionales de los centros actuaron en condiciones adversas, haciendo todo lo posible para garantizar la vida de los residentes. En menos de media hora estaba todo inundado y evacuaron a todas las personas que pudieron a plantas superiores, son el fin de protegerlos de las aguas. Este esfuerzo se suma a la capacidad de resistencia mostrada durante la pandemia de COVID-19 cuando, a pesar de la falta de recursos, los profesionales continuaron trabajando incansablemente para garantizar el bienestar de las personas. Sin embargo, recibieron falta de aprecio por parte de la sociedad en general que las colocó en el punto de mira y las marcó como culpables de no responder de un modo para el que las residencias no fueron creadas.
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Las residencias son espacios de vida y han sufrido las inundaciones al igual que las viviendas de las zonas afectadas; no son hospitales preparados para afrontar una pandemia y tampoco ahora son edificios con diques de contención frente a un tsunami como el vivido. El trabajo que desempeñan los profesionales de los centros es esencial para que las personas mayores vivan con dignidad y bienestar pero sigue siendo invisible, poco apreciado y mal remunerado. La respuesta ante la DANA no solo destacó las competencias los equipos sino también su capacidad de adaptación y resistencia. A pesar de los daños en infraestructuras (sin luz, sin agua, sin gas), los profesionales del sector enfrentaron el desafío: muchos se vieron obligados a duplicar turnos pues sus compañeros no podían llegar al estar las carreteras intransitables, continuaron trabajando sin descanso, gestionando la evacuación de los residentes, el traslado temporal a otros centros y asegurando que las necesidades básicas estuvieran cubiertas.
Otras residencias ubicadas en municipios no afectados han recibido temporalmente a las personas porque se ha establecido un protocolo de urgencia para atender a de las personas mayores afectadas por la catástrofe y (a pesar de la larga lista de espera) puedan ingresar de forma inmediata en una residencia (sin la solicitud previa de ingreso). Diferentes centros públicos y privados ubicados en Requena; La Cañada de Paterna, Picassent, Silla, Sollana, la Pobla de Vallbona, Moncada y Torrent, entre otros, han acogido a las personas que lo necesitaban, aumentando la carga de trabajo en una tarea que ya es exigente y que pocas personas pueden (y quieren) hacer.
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La pandemia de COVID-19 puso a prueba la capacidad de respuesta de estos profesionales que continuaron trabajando incansablemente para proteger como pudieron a las personas que allí vivían. Ahora, nuevamente, se sienten agotadas mentalmente, cansadas, con signos de estrés. «Se podría haber evitado si nos hubiesen avisado del agua que venía. Subir a cada persona a la primera planta lleva mucho tiempo…» afirman con tristeza (y rabia) muchas de ellas. Los profesionales de residencias también necesitan ayuda psicológica después de este mes duro e intenso. El trabajo de los profesionales que cuidan a las personas mayores y dependientes debe ser debidamente valorado, apoyado y reconocido.
(*) Doctora Sacramento Pinazo-Hernandis (Universidad de Valencia). Presidenta de la Sociedad Valenciana de Geriatría y Gerontología.
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