![El teléfono que da esperanza (también) a la población senior](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/11/29/Voluntarios%20del%20Telfono%20de%20la%20Esperanza%20en%20Valencia-Rw8JDb2WiDk2u94dztvYYPN-1200x840@Las%20Provincias.jpeg)
![El teléfono que da esperanza (también) a la población senior](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/11/29/Voluntarios%20del%20Telfono%20de%20la%20Esperanza%20en%20Valencia-Rw8JDb2WiDk2u94dztvYYPN-1200x840@Las%20Provincias.jpeg)
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Julia Amezqueta aún recuerda una de las primeras llamadas que tuvo y que le dejó huella para siempre. Era su primera experiencia atendiendo a alguien al otro lado del Teléfono de la Esperanza con una crisis grave: un hombre con intenciones suicidas. «Era un director ... de banco al que despidieron durante la crisis de 2008. Tenía una familia preciosa, tres hijos, una esposa, y no podía gestionar el golpe de quedarse sin trabajo. Había preparado todo para marcharse: un seguro para garantizar la estabilidad económica de su familia y una despedida organizada», relata Julia.
Con paciencia y empatía, Julia lo escuchó desahogar su dolor. Juntos exploraron otros valores, otras razones para seguir adelante: el amor por su familia, los momentos que todavía podía compartir con ellos, su rol más allá de lo económico. «Fue un momento muy duro», señala Julia y comparte que muchas veces lo único que se necesita es alguien que te escuche. Esa experiencia, que aún guarda con emoción después de 13 años de voluntariado, es solo una entre miles en el Teléfono de la Esperanza, una organización que lleva más de cinco décadas ofreciendo apoyo a quienes enfrentan crisis emocionales y que en los últimos años ha enfocado parte de sus esfuerzos en un colectivo que muchas veces pasa inadvertido: las personas mayores.
El Teléfono de la Esperanza nació en 1971 en Sevilla, fruto de la visión de Serafín Madrid, un hombre profundamente comprometido con ayudar a los demás. Trabajando con personas discapacitadas y enfermos mentales en un centro de San Juan de Dios, Madrid identificó una necesidad común: muchas personas sólo querían ser escuchadas. «Madrid se dio cuenta de que lo que más necesitaba la gente era poder hablar de sus problemas, y hacerlo de forma anónima. El teléfono se convirtió en la herramienta perfecta para ofrecer esa ayuda directa, confidencial y accesible», explica Julia, hoy responsable de orientación en la sede de Valencia y vicepresidenta segunda de la organización.
La sede valenciana, inaugurada en 1972, es una de las primeras y más activas en España, con alrededor de 100 voluntarios comprometidos en ofrecer apoyo emocional. En total, el Teléfono de la Esperanza cuenta con 29 sedes en el país y más de 1.300 voluntarios. En el núcleo de su labor está la escucha activa: una técnica que no solo permite que las personas expresen sus emociones, sino que también les ayuda a reconectarse con sus propios recursos internos para afrontar los problemas.
En 2020, en pleno auge de la pandemia, el Teléfono de la Esperanza lanzó el programa Escuchando a los mayores en la Comunitat. «Nos dimos cuenta de que la soledad no deseada era el principal motivo de las llamadas de las personas mayores. Este sentimiento no es exclusivo de ellos, pero en su caso estaba creciendo de forma alarmante,» dice Julia. La pandemia exacerbó esta situación, dejando a muchos mayores aún más aislados de lo habitual. En 2023, las cifras reflejaron esa realidad: más de 2.800 llamadas de mayores de 65 años solo en la sede de Valencia, el doble que en 2021 y casi cuatro veces más que en 2019.
El programa, pionero en España, atiende actualmente a través de dos vías: por un lado, mediante llamadas anónimas (los mayores pueden contactar al Teléfono de la Esperanza en cualquier momento para compartir sus inquietudes como cualquier otra persona) y por otro a través del acompañamiento telefónico periódico: Dentro del proyecto Escuchando a los mayores, un voluntario llama regularmente al mismo mayor inscrito en el programa, creando una relación de confianza y apoyo. «Queremos llegar a los más vulnerables, a los invisibles: aquellos que, por discapacidad o desmotivación, apenas tienen relaciones sociales y se sienten sin valor», comenta Julia.
La meta del programa no es sólo escuchar, sino también empoderar a los mayores. Muchas de las personas que llaman sienten que la sociedad ya no valora sus experiencias ni sus aportes. «Son personas que han pasado por mil batallas en la vida, pero que con la edad y la soledad pierden el sentido de quiénes son y lo que han logrado. Nuestro trabajo es recordarles su valor, ayudarlos a redescubrir su autoestima y recuperar las herramientas que siempre han tenido,» explica Julia.
Las historias que surgen de estas llamadas son auténticas lecciones de vida. Julia menciona el caso de una mujer mayor que no sabe leer ni escribir, pero que trabajó en Bélgica atendiendo en una casa donde llegó incluso a conocer en una ocasión a la reina Fabiola y, con esfuerzo, logró comprarse su propio piso en España tras su jubilación. «Son una escuela de vida. Hablar con ellos me ha enseñado que su sabiduría no solo tiene un valor personal, sino que debería compartirse para inspirar a las nuevas generaciones», resalta.
El programa Escuchando a los mayores no solo aborda la soledad desde el diálogo. También conecta a los participantes con recursos locales: talleres, centros de mayores, actividades culturales y más. «Les ayudamos a encontrar aquello que les motiva y les gusta hacer. No imponemos nada; ellos marcan su itinerario, y nosotros estamos ahí para apoyarles,» dice Julia. El impacto de estas acciones es evidente. Muchas personas que comienzan el programa incapaces de manejar su soledad, logran con el tiempo recuperar la confianza para relacionarse y buscar nuevas actividades. «Cuando sienten que pueden manejar su soledad, nos dicen que ya no necesitan las llamadas regulares. Pero siempre tienen el Teléfono de la Esperanza para cualquier crisis futura», aclara Julia. Para Julia y los demás voluntarios, el trabajo en el Teléfono de la Esperanza no solo es un acto de servicio, sino también una fuente de aprendizaje personal. «Recibimos tanto como damos. Las personas mayores tienen una capacidad única para enseñarnos sobre la vida, la resiliencia y el valor de lo esencial. Es un privilegio ser parte de este proceso», afirma.
Las llamadas de mayores reflejan que sus preocupaciones son sobre todo emocionales y afectivas. No se quejan de las económicas. Lo que anhelan es cariño, conexión, sentirse valorados. «La gran mayoría nos dicen que lo que más desean es pasar tiempo con sus hijos, sus nietos, compartir una comida. Esa necesidad de afecto es universal y es lo que más mueve nuestras emociones,» señala Julia. El Teléfono de la Esperanza no solo ofrece un oído atento, sino también un puente hacia una vida más plena. Para algunos, las llamadas regulares son un salvavidas que les permite recuperar la confianza en sí mismos.
Más allá de atender a los mayores, el Teléfono de la Esperanza sigue siendo un pilar en la atención a crisis emocionales, prevención del suicidio y educación emocional. Su legado, tras más de 50 años, sigue creciendo, demostrando que, en un mundo cada vez más conectado tecnológicamente, la verdadera conexión humana sigue siendo insustituible. Como dice Julia: «Lo que todos necesitamos, al final del día, es saber que hay alguien al otro lado, dispuesto a escuchar.»
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