El jesuita Mariano Moragues, en el acceso a la cárcel de Picassent. IRENE MARSILLA

Un capellán en el corazón de la cárcel

Mariano Moragues, el sacerdote más antiguo de la prisión de Picassent, usa la fe como vehículo de rehabilitación: «Descubres vidas muy rotas desde el principio»

Sábado, 11 de febrero 2023, 01:32

«Yo a la cárcel voy a ver personas, no delincuentes». Es el dogma alrededor del que gira la valiosa labor del capellán Mariano Moragues, el más antiguo de la prisión de Picassent. Cruza las vallas de seguridad de la cárcel dos veces al ... día, por la mañana y por la tarde, para llevar luz a un lugar donde predomina la sombra. Mira a los ojos a reclusos de todo tipo, pero sin inquietarle la condena que hay detrás de cada uno de ellos. «Yo no pregunto», recalca. Tiene un rol espiritual. Su vocación, su misión, consiste en trasladar la Iglesia al centro penitenciario como forma de aplicar la justicia restaurativa. Las misas y las charlas particulares se presentan como el momento más esperado por algunos de los 2.000 reclusos del recinto valenciano. La fe como vehículo de rehabilitación. El veterano sacerdote sigue emocionándose con las historias que escucha entre cuatro paredes: «Descubres vidas muy rotas desde el principio».

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Mariano Moragues nació en Mallorca hace 72 años. Después de ejercer en Ecuador y Brasil, llegó a Valencia en 2009 para convertirse en uno de los cuatro capellanes de la cárcel de Picassent. En su mochila guarda emotivas e imborrables experiencias. Las desgrana sentado en el sofá del despacho de una vivienda cargada de significado. Se trata de una Unidad Dependiente del CIS (Centro de Inserción Social). Es decir, un piso que acoge a usuarios en régimen abierto. En este caso, seis mujeres que se encuentran en tercer grado. Junto al sacerdote, está Víctor Aguado, director de la Pastoral Penitenciaria del Arzobispado de Valencia, la acción de la Iglesia con los presos de Picassent.

«Yo aprendo mucho a ser sacerdote con ellos. Ellos me enseñan cada día. Por lo que te quieren, por lo que te aprecian... Si faltas un día se preocupan. Y al día siguiente, cuando te ven, te preguntan. Ellos nos esperan con mucha ansiedad», comenta el jesuita Moragues con los ojos iluminados. En la prisión, no hace falta altar. El entorno cambia. La forma de relacionarse, también. La sala de enfermería, un aula o el comedor se transforman, durante unas horas al día, en parroquia. «No hay una capilla al uso. Cada vez que se hace una eucaristía tanto en las áreas comunes como en los módulos llevamos el kit de misa», apunta Aguado.

El capellán tiene su posición clara. «Nuestra tarea principal es escuchar a gente. Lo que quieren es hablar porque no hay nadie que les escuche. Traemos la calle dentro de la cárcel. Atendemos a todos. Puede ser musulmán, ateo... Estoy abierto a todos. Jesús no miraba si creían en él o no», explica Moragues. Por medio de instancias, los reclusos pueden solicitar ayuda espiritual a la Pastoral Penitenciaria: «Entonces yo ya sé que quiere hablar conmigo y voy a verlo». Acude huyendo de los estigmas: «No pregunto qué delito han hecho. El juez los juzga. La sociedad los juzga. Yo no estoy allí para juzgar a nadie ni para condenar a nadie. Esa no es mi tarea. Prefiero conocerlos, quererlos y no juzgarlos. Yo no pregunto. Si lo quieren contar, lo cuentan. Pero saben que nosotros no diremos nada. Somos como tumbas. Guardamos silencio».

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Son conversaciones al margen de las habituales eucaristías. En Picassent trata con jóvenes, enfermos crónicos, enfermos mentales... «Las misas son libres. Intentamos hacer unas misas muy humanas y cálidas y que la gente se encuentre bien. Que no sea una cosa fría en la que se sienten como escuchantes, sino como participantes. Ellos a nosotros nos ven como personas que les vamos a ayudar», destaca.

El sacerdote, en una Unidad Dependiente del CIS. IRENE MARSILLA

Capellán y reclusos interactúan. Y encuentro tras encuentro, se va fraguando una relación especial: «Estamos más seguros dentro que fuera. Fuera me pueden asaltar. Dentro nadie levantaría la mano contra mí. Ellos saben distinguir quién les va a ayudar. Hay mucha lealtad entre ellos y se llega a hacer muy buenos amigos en la cárcel. Y cuando los conoces, ves que hay una lealtad detrás muy interesante. Ves más lealtad que en la calle». Víctor Aguado también tiene un trato directo con los internos. «Es muy difícil no querer a alguien cuando le has empezado a conocer con el corazón en la mano», añade el director de la Pastoral Penitenciaria de Valencia.

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Se trata de un programa de escucha basado en un propósito: «El intento principal es que conozcan a Jesús, el Evangelio, y que se crean que ellos son los primeros en el Reino del que Jesús habla. Cuando Jesús habla del Reino y habla de ellos no les pregunta si son pecadores o no. Les dice que el Reino de Dios es vuestro». Un camino para combatir la soledad: «Cuando la gente ha perdido todo, ha perdido la libertad, a veces la familia, a los que creían que eran sus amigos, sólo les queda Dios. Mucha gente que en la calle no sería muy de misa, al entrar allí lo único que le queda es Dios». Un papel gratificante para Moragues por los vínculos que nacen: «Lo que me hace más feliz es sentir que los quiero y sentir que me quieren. O sea, sentir que para mí son muy importantes y yo para ellos en cierta manera soy importante».

Inmediatamente, la mente transporta a Moragues a unas fiestas navideñas en el centro penitenciario: «A veces nadie les ha dicho 'te quiero'. Tengo un caso con el que casi me puse a llorar. Traemos los Reyes Magos de Picassent y les regalamos un par de calcetines y un bombón. Tenía al lado un hombre de unos 50 años. Y me dijo: 'Son los mejores Reyes Magos de mi vida'. ¿Qué pasa ahí? A esta persona seguramente muy poca gente le ha dicho 'te quiero'. Por eso inculco bastante que ellos son muy importantes para Dios». Y ante realidades así, emerge el concepto de la resurrección.

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«Estudié con un cura la Resurrección. Pero me convenció la cárcel de que la Resurrección de Jesús tiene que ver con la compasión. Cuando ves tantas vidas rotas desde el nacimiento muchas veces, piensas que esta persona no puede acabar en una tumba, que esta persona tiene que tener una vida, que su vida no puede ser un infierno siempre. Entonces la creencia en la resurrección no es una teoría, es producto de una compasión», apunta.

Para Moragues, lo más duro es «la impotencia de no poder hacer más». Hay situaciones que, irremediablemente, se escapan: «A veces les he preguntado qué se les pasa por la cabeza cuando un juez les dice que les quedan 15 años de condena. Y lo primero que dicen es 'el suicidio'. Para nosotros el suicidio es un fracaso. Cada vez que alguien se suicida dentro, lo vivo como un fracaso mío por no haber podido hacer más por esa persona».

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En ocasiones, la prisión se convierte en un tema tabú para las familias: «Hay hijos que no saben que su padre está en la cárcel. Les cuentan que está en Suiza trabajando o en cualquier sitio. Y muchos no quieren que sus hijos pequeños les vayan a ver a la cárcel». En la celda, uno de los principales tormentos tiene que ver con los vástagos: «La gente de dentro quiere mucho a sus hijos. Por eso uno de los delitos peor mirados dentro de la cárcel es la pederastia, porque si pasase algo a su hijo él no podría defenderlo estando en el cárcel».

Los capellanes de prisión se rodean de un equipo de voluntarios: «Ellos pueden intervenir en la eucaristía, pueden decir lo que ellos piensan en la homilía, pueden decir cómo ven ellos el Evangelio. Yo no tengo experiencia como casado. Tengo experiencia de celibato. Entonces muchas veces el voluntario que está casado está más cercano a ellos cuando han tenido familia».

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El interior del centro penitenciario valenciano. JESÚS SIGNES

En Picassent, el arzobispo de Valencia nombró cuatro sacerdotes: tres a jornada completa y uno a media jornada. «La intención de capellanía es llegar a los 30 módulos prácticamente todos los días, que tengan asistencia. Los tiempos te limitan en prisión. Puedes entrar de 10 a 13 y de 17 a 19 horas. Es el tiempo que puedes estar en prisión», comenta Víctor Aguado. Según los datos de 2022, la Pastoral Penitenciaria atendió una media de 230 solicitudes mensuales de cualquier tipo. Las mayoritarias, las de peculio, rondan las 80. Un dinero que los internos emplean para llamar a la familia, tomar café, comprar tabaco… Las otras instancias están relacionadas con asistencia espiritual, ayuda jurídica y ropa.

En la cárcel no entregan Biblias. «La leen como una novela. Y también hay que entenderla. Hasta ahora nos hemos basado mucho en el Evangelio de cada domingo. Les damos el Evangelio para que mediten. Que se lo lleven al chabolo (celda) como una oración que pueden hacer si quieren», argumenta Moragues. Hay formación religiosa: catequesis, comunión, confirmación... «El año pasado bauticé a cuatro chicas. Lo pidieron ellas», añade.

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La Pastoral Penitenciaria puede incidir en la conciencia de los internos. Quedó patente en el caso de 'la viuda negra de Patraix'. Inicialmente, Salvador Rodrigo encubrió a Maje en el asesinato de Antonio Navarro. Luego cambió su declaración. «Fue un trabajo de un equipo de gente que trabajaba con él. Hacerle ver que de alguna manera tenía que decir la verdad, que no tenía por qué justificar nada. En sala dijo que una reflexión con la familia y la capellanía le había abierto los ojos», indica Víctor Aguado, quien analiza la influencia en los reclusos: «Intentamos que asuman la realidad del hecho en sí, que sean consciente de su verdad. Cuando hablamos de justicia restaurativa, no se trata de eludir condenas ni rebajar penas, sino de que tú te restaures a ti mismo, tú reconozcas cuál es tu historia personal. Nadie nace asesino o estafador. Hay un trabajo de justicia restaurativa para que seas capaz de encontrarte a ti mismo y ver cuál es el motivo que te llevó a hacer eso. Si no, lo vas a arrastrar toda tu vida. Desde la Pastoral se busca que lleguen al autoconocimiento y se perdonen a sí mismos y luego progresen como personas».

Una idea en la que profundiza Moragues. «La cárcel no es un castigo de Dios, la cárcel es una responsabilidad social. Si la sociedad funcionase de otra manera y la educación funcionase bien, no habría cárceles. Todo lo que se habla de pederastia o del maltrato a las mujeres yo creo que es un problema educativo. Educamos como propiedad: esta persona es mía, de mi propiedad, entonces yo tengo derecho sobre ella. Hay que ir educando diciendo que somos personas libres que nos juntamos, pero personas libres. Nadie es propietario de nadie. Ni Dios es propietario de nadie. Dios nos ha hecho libres», señala el capellán, quien incide en la elevada tasa de analfabetismo entre los internos. Y hace hincapié en las tareas de reintegración: «Uno salió y quería comprar una máquina de escribir eléctrica. Estaba desesperado porque le vendían una pantalla, un teclado, una caja... El hombre no sabía nada de ordenadores. Claro, ya no se hacen. Por eso estamos en contra de la cadena perpetua revisable. ¿Cómo puedes demostrar después de 25 años en la cárcel que puedes vivir en la calle? No puedes. En 25 años ya lo has perdido todo y te has institucionalizado. Ya no sirves para vivir en la calle».

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El coronavirus frenó buena parte de la labor de inicio de fe realizada por los capellanes en la prisión de Picassent. «Después de dos años sin entrar, han tenido que conocernos de nuevo. Esto lleva tiempo», advierte Moragues. Ciertas limitaciones persisten. «Hay que empezar de cero. La cárcel se cerró y durante la pandemia no entramos nadie hasta junio de 2022. Picassent cuidó mucho todo durante la pandemia porque con una población de más de 2.000 reclusos encerrados hubiese sido una catástrofe. Seguimos con restricciones en las áreas. Una eucaristía de un sábado o un domingo la han partido en dos por seguridad. El promedio es de 40 o 45 internos. Vamos en progresión», afirma Aguado.

Mariano Moragues sabe que su misión está en la prisión. «Yo tengo un carnet para entrar y para salir, pero me gustaría estar tres meses dentro de la cárcel para vivir lo que significa esa experiencia de cada día igual, con lo mismo», dice el veterano sacerdote, plenamente convencido: «Como capellán es una cosa que me llena y la idea es estar con ellos hasta que las fuerzas den posibilidad». En Picassent, decenas de internos cuentan las horas cada vez que se marcha.

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