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Cocaína rosa. Dicho así casi parece que hablamos de una chuche, de uno de esos dulces de azúcar que se deshacen en la boca dejando un agradable sabor. Pocos colores hay tan emocionales como el rosa. El rosa convierte los sentimientos en amables y suaves, ... tiende a alejar las preocupaciones, transmite afecto, amor y protección. Es el perfecto contrapeso a los efectos terribles de la cocaína. Un envenenado contrapreso, cabría añadir. El rosa, además, se asocia a la belleza y a la juventud. Si es rosa no puede ser feo. La cocaína rosa suena mejor que la cocaína a secas, es como más 'amigable'. «El hecho de utilizar este tipo de lenguaje genera cercanía y provoca que parezca que es una droga más amable, y no lo es», subraya Benjamín Ballesteros, director técnico de Fundación Anar, una organización con distintas líneas de ayuda a niños y adolescentes en riesgo.
La semántica es importante, y denominar cocaína rosa a este cóctel letal tiene otros riesgos, más allá de los efectos sobre la salud física y mental de sus consumidores. La cocaína rosa recibe este nombre por su color, aunque en realidad no lleva entre sus componentes la cocaína. Mezcla un potente alucinógeno como el LSD y un estimulante como el éxtasis, pero añadirle el término rosa «dulcifica« esa combinación que puede ser mortal, como se ha visto en el caso del joven de 14 años fallecido en Getafe por intoxicación tras ingerir una lata de Red Bull con dos gramos de esta sustancia. A la cocaína rosa también se la conoce como 'tusi', por la sustancia sintética 2cb, que la compone, y que en inglés se pronuncia 'tusibi', de donde ha derivado a 'tusi'. Su creador fue el químico Alexander Shulgin en 1974 y hoy esa droga rosa se distribuye en distintas formas, desde polvo, pastillas, hasta simular ositos de golosina.
El poeta y escritor Fernando Beltrán, el gran nombrador de cosas en España (suyas son las denominaciones de marcas tan conocidas como Rastreatror, Opencor, Amena o Faunia) y experto en palabras, cree que en este caso el vocablo rosa otorga un sentido «agradable» y «amable» al término cocaína, que la sociedad asocia a una droga peligrosa y potencialmente mortal. «Cada palabra aporta un sentido, tiene su latido y su temperatura y el 'rosa' le da un barniz que dulcifica la palabra cocaína», explica. Y recuerda que la palabra rosa, más allá de sus reminiscencias poéticas, goza de evidentes propiedades organolépticas, es decir basta con citarla para poder percibirla por los sentidos, lo que también hace su efecto al situarla junto a la palabra cocaína.
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Benjamín Ballesteros abunda en esta idea de no banalizar una droga a través de la semántica, y confiesa que le llama la atención la terminología por la que se conoce. «Al calificarla así parece que se trata de una droga blanda, que no tiene efectos negativos sobre el organismo, cuando es una droga dura con efectos nocivos que puede llegar a causar incluso la muerte por sobredosis».
Mientras tanto, la Policía investiga si el joven Ryan tomó la bebida energética con la droga de forma voluntaria o si se la colocaron dos amigos sin que se diera cuenta. Ballesteros se muestra preocupado por este «juego pernicioso» en el que los adolescentes «parecen divertirse con la idea de no saber muy bien qué es lo que están consumiendo. No solo no tiene nada de divertido, sino que colisiona con los derechos de la otra persona», señala. A su juicio, se hace necesario educar a los adolescentes en que este tipo de actos no son un juego, y que, además, pueden constituir un hecho delictivo «con sus repercusiones legales graves».
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