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Gerardo Elorriaga
Viernes, 28 de junio 2019, 20:05
Los pilotos estadounidenses acusan a los militares chinos de poner sus vidas en peligro al utilizar punteros laser que apuntan contra ellos, mientras que los orientales acusan a las cercanas tropas japonesas de emplear buzos para espiar sus instalaciones. Estos vecinos, mal avenidos, comparten bahía con el Quinto Regimiento de Ultramar, el destacamento francés más importante fuera de su país, y la base Amedeo Guillet, bastión italiano. Además de las nacionalidades anteriores, en Yibuti habrá pronto más banderas, barcos y soldados. Los americanos se opusieron a que los rusos se instalaran en las cercanías, pero han dado su aprobación a la próxima llegada de los saudíes. El pequeño país acogerá media docena de bases entre el Golfo de Adén y el Mar Rojo, un estrecho canal entre África y Asia que todas las potencias, regionales y mundiales, aspiran a controlar.
La posición estratégica explica el auge de esta antigua colonia gala, reconvertida, tras su independencia hace tres décadas, en protectorado de facto de París y, desde principios del presente siglo, en generosa anfitriona de tropas de cualquier procedencia. Carente de recursos naturales, la ex Somalia francesa goza, súbitamente, de uno de los mayores índices de crecimiento económico del mundo y los foros internacionales no se atribulan con la falta de derechos humanos y políticos que padecen los ciudadanos. El dictador Ismail Omar Guelleh disfruta de la generosa bula de una ubicación extraordinaria frente al estrecho de Bab el-Mandeb y el régimen se beneficia de los elevados ingresos derivados del alquiler del suelo. Unos ingresos que, hasta ahora, no parece compartir su población, una de las más pobres del mundo.
El Mar Rojo dispensa un trato dispar a sus Estados ribereños. La mayoría de los meridionales se encuentran entre los parias del planeta, mientras en la otra orilla destaca la opulenta Arabia Saudí. Pero existen muchas razones, sustentadas en estadísticas económicas y argumentos políticos, para perdonar los desmanes de los tiranos locales y olvidar la miseria de sus habitantes. Cuatro millones de barriles diarios de petróleo y la cuarta parte del comercio mundial navegan por estas aguas. Además del control de este tráfico vital para Occidente, las turbulencias políticas y los problemas de seguridad han atraído la atención de las cancillerías hacia sus costas.
El atentado de las Torres Gemelas alentó la pretensión de Washington de contar con nuevos puestos de vigilancia en las áreas más vulnerables del planeta. El proyecto de mayores dimensiones fue Camp Lemonnier, un antiguo cuartel de la Legión Extranjera francesa en Yibuti, convertido en sede del Comando de África de los Estados Unidos. Las necesidades logísticas lo han ido ampliando hasta convertirlo en la principal base de la región, con más de 2 kilómetros de extensión y más de 3.000 efectivos. La presencia militar yanqui también incluye la pista aérea de Chabelley, plataforma para los drones utilizados en los ataques contra las milicias de Al Shabaab.
La inestabilidad se ha incrementado a lo largo del presente siglo. Hace diez años, los ataques de los piratas somalíes provocaron la presencia disuasoria de flotas europeas y asiáticas. El mayor peligro, sin embargo, procedía de tierra adentro. A la tradicional rivalidad de Riad y Teherán por el control de la zona se sumaron otros actores, empeñados en adquirir protagonismo cuando la Primavera Árabe alteró los equilibrios de poder. La expansión islamista y la creciente influencia del régimen de los ayatolás en el seno de las minorías chiíes generaron inquietudes considerables.
La llegada al poder en El Cairo de Mohammed Morsi, el líder de los Hermanos Musulmanes, y la rebelión houthi en Yemen, activaron los botones del pánico. La amenaza de los radicales alentó una estrategia militar que precisaba de bases en el litoral para impedir o, tal vez, participar en conflictos como el yemení, toda una lucha de influencias. La aparición de Japón, con una fuerza militar limitada tras la Segunda Guerra Mundial, o China, que abría su primera base fuera de su territorio, destacan sobremanera, disimulando la ambiciosa política exterior de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), el país más activo en esta carrera.
El proyecto militar de esta federación radicada en el Golfo Pérsico carece de miramientos. Los emires cuentan ya con una plaza en el puerto eritreo de Assab, a pesar de que está bajo la soberanía de un régimen, opaco e impredecible, conocido como la Corea del Norte de África. Las instalaciones acogen tropas terrestres, aviones y barcos en un puerto militar que sirve como base de operaciones para la ofensiva en curso en la guerra yemení. La captura de la ciudad costera de Al Hudaydah se ha convertido en el principal objetivo de la coalición antigubernamental a lo largo de los últimos meses.
Las demás iniciativas generan aún mayor controversia. EAU se halla empeñada en la modernización logística del puerto de Berbera, que acogía naves soviéticas durante la Guerra Fría y que quieren convertir en otra estación permanente. Hoy, la situación es muy diferente. Este importante nudo de comunicaciones pertenece a Somalilandia, una república desgajada de Somalia en 1991 y que reclama, sin éxito, el reconocimiento de la comunidad de naciones. Los emiratíes se arriesgan al enfrentamiento abierto con Mogadiscio con su apoyo expreso a este Estado de nuevo cuño, al que han prometido cientos de millones de dólares y medios para impulsar sus propias Fuerzas Armadas.
La ocupación, el pasado mes de abril, del archipiélago de Socotra, estratégicamente situado frente al Cuerno de África, parece culminar, hasta la fecha, las aspiraciones de los Emiratos y ha desencadenado nuevas críticas a su postura beligerante. Este paraíso perdido, patrimonio de la Humanidad, puede convertirse en una nueva base para su inteligencia naval y, además, albergar proyectos turísticos que, según los detractores, arruinarán su flora y fauna endémicas.
La ley newtoniana que predica una reacción para cada acción también se cumple en el Mar Rojo. Las maniobras de Abu Dabi y sus aliados no han pasado desapercibidas para Turquía y Qatar, adversarios de EAU en su pretensión de liderar el mundo árabe. Ambos han puesto su mirada sobre el puerto sudanés de Suakin, una antigua ciudad de arquitectura coralina donde los peregrinos africanos embarcaban rumbo a La Meca. El Gobierno de Omar Al-Bashir, sobre quien pende una orden de arresto del Tribunal Penal de La Haya, ha firmado un acuerdo con Turquía para ampliar y profundizar su dársena y permitir, durante los próximos 99 años, el atraque de barcos civiles y militares procedentes de Estambul.
La operación, evaluada en más de 3.400 millones de euros, será sufragada por los qataríes. La maniobra no ha sido bien vista por Egipto, que mantiene una pugna con Sudán por el control del triángulo de Halaib, un territorio de 20.000 kilómetros cuadrados, ni por Arabia Saudí, que pretende levantar en la orilla opuesta el megaproyecto arquitectónico de Neom, la futura capital de una zona económica especial.
Pero no hay que esperar a programas de ciencia ficción para observar fenómenos extraordinarios en la región. Hace unas semanas, la hosca Eritrea abrió fronteras y reanudó relaciones diplomáticas con Etiopía, la misma con la que mantuvo una guerra devastadora entre 1998 y 2000. La causa de este repentino cambio de humor político se debe a un mero tren. La línea de alta velocidad recién inaugurada ente Addis Abeba y Yibuti monopolizará el comercio de la república abisinia, una potencia en ciernes que carece de salida al océano. A pesar de odios ancestrales, los eritreos no pueden renunciar a los servicios portuarios que precisa este mercado, otro de los futuros acicates del mar que todos pretenden.
Geografía El Mar Rojo separa los continentes de África y Asia y es frontera de nueve países: por la orilla africana, Egipto, Sudán, Eritrea, Yibuti y Somalia; por la asiática, Israel, Jordania, Arabia Saudita y Yemen.
4 millones de barriles de crudo son transportados cada día por decenas de petroleros a través del Mar Rojo con rumbo a puertos de todo el mundo. Por sus aguas transita una cuarta parte del tráfico marítimo internacional.
2.200 kilómetos de largo mide el Mar Rojo, y su anchura máxima es de 335 kilómetros. Conectado con el canal de Suez, es una importantísima vía de comunicación entre Europa y los yacimientos petrolíferos de Oriente Medio, así como con el Extremo Oriente.
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