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El inspector J. G. C., jefe del Grupo de Homicidios, camina por los pasillos de la Jefatura Superior de Policía de Valencia. Irene Marsilla
«Comunicar el hallazgo al familiar es más duro que entrar en la escena del crimen»
PROFESIONES QUE MIRAN A LA MUERTE A LOS OJOS (4)

«Comunicar el hallazgo al familiar es más duro que entrar en la escena del crimen»

J. G. C. | El jefe de Homicidios de la Policía Nacional en Valencia creció entre delitos y drogas en su barrio de Badalona. «Vi tanto mal de niño que quise combatirlo». Coordina un equipo de agentes que ha resuelto doce de los trece asesinatos de este año en Valencia. «Y el que falta lo conseguiremos». Ante el daño emocional de mirar a las víctimas se imponen un pensamiento: «Que lo que fue ese ser humano ya no es lo que vemos»

Jueves, 31 de octubre 2024

El logo no oficial del Grupo Homicidios de Valencia es una calavera. Este símbolo aparece también en la correa del reloj de J. G. C. (prefiere omitir su identidad), inspector de la Policía Nacional y jefe del grupo. La muerte, criminal en este caso, está en su día a día, el de los hombres y mujeres llamados a resolver asesinatos en las grandes poblaciones de la provincia de Valencia. Asesinatos en todas sus manifestaciones. Y también desapariciones inquietantes.

Este año es complicado. Llevan 13 homicidios, pero todos resueltos. Salvo en último, el de la muerte a golpes de una mujer en el barrio valenciano de Ayora. «Estamos en ello y lo conseguiremos», avanza el policía, convencido de que no hay caso imposible: «Siempre hay un rastro que lleva al autor. Sólo hay que saber enfocar, cazar el detalle inexplorado».

Sus recuerdos vuelan hasta Badalona. «Nací en un barrio donde la delincuencia y la heroína estaban a la orden del día». Un día, con 14 años, un extraño 'yonki' que llevaba un canario en el bolsillo le quiso robar. «Pero yo corrí más». Un vecino de su finca murió por sobredosis y a otro lo arrestaron. Presenció persecuciones en las calles y todo aquello despertó su vocación en el lado de los 'buenos'. «Vi tanta delincuencia que quise combatirla», revela.

Aquel niño tiene hoy 52 años, ha servido en misiones de la ONU, lleva un año como jefe de Homicidios y también es negociador en situaciones críticas: atrincherados, secuestros, rehenes, intentos de suicidio… Entre sus referentes cita a Jesús Esteban Lezáun, hoy jefe superior de Andalucía Oriental. Fue su mando durante nueve años en los GOES en Barcelona y además es un policía muy conocido porque ganó un rosco de Pasapalabra. También el actual jefe de Policía Judicial en Valencia, el comisario Marcelino Fernández Villar. «Él confió en mí y me puso al frente de Homicidios».

Lo de este grupo policial es extraño. Como «la realidad supera a la ficción» algunos policías no quieren entrar por su crudeza. Pero para otros otros «es la ilusión de su vida». Es el trabajo que persigue el peor delito, aparta a los más peligrosos y da paz a familias de asesinados y desaparecidos. ¿De qué pasta están hechos? «Hay que ser minuciosos, metódicos, observadores, empáticos…», cita el inspector.

Sacrificio y equipo

«Si el sospechoso ha huido nos ponemos los doce con el caso, echando las horas que haga falta. El que está aquí es porque quiere estar»

'Brujos'. Es su indicativo policial. Un punto de magia, la que a veces hay que hacer, y un punto de oscuridad. Lo más duro, describe J. G. C., «es comunicar el hallazgo de los restos o cuerpo de alguien asesinado al familiar. Mucho peor que entrar en la escena del crimen». En este punto, y ante la crueldad extrema que presencian, tienden a imponerse un pensamiento: «Que lo que fue el ser humano ya no es lo que vemos».

¿Qué sucede después? «Si el sospechoso ha huido nos ponemos todos los del grupo con ese caso, echando las horas que haga falta». Lo normal es una jornada de 8 a 22, «pero si se alarga lo asumimos sin aspavientos. El que está aquí es porque quiere estar». Café y empeño, pues «las primeras 48 horas son cruciales», destaca el policía. En el caso del canónigo asesinado en Valencia apenas durmieron dos horas en dos días. Hubo una enorme repercusión mediática y el sospechoso planeaba escapar de España. Pero como aquel niño en Badalona, ellos corrieron más.

Traslado del cuerpo sin vida del religioso que apareció asfixiado el pasado 22 de enero en su casa de Valencia. Rober Sonsola/EP

Otras veces se pierde. Y mucho. Como cuando otro asesino que huía mató al subinspector Blas Gámez en 2017. Pero Blas no se ha ido del todo. Una foto con su rostro y otros recuerdos ocupan un lugar destacado en el despacho de Homicidios. «Recordamos su ejemplo en vida y nos remarca que debemos estar siempre en alerta, que nos enfrentamos a lo peor del ser humano», detalla el policía nacional.

No me dejan entrar ahí dentro. Pero lo comprendo. Tienen pizarras con anotaciones, 'post it' y trazos de casos en investigación. Y eso es sólo para sus ojos. «Ni siquiera compartimos los detalles de trabajo en familia, pese a la confianza», apunta, «y eso que algún pariente pregunta y hasta intenta ayudar con sugerencias». Pero lo que no se puede no se puede.

Una losa inevitable de su trabajo es «llevarse a casa los pensamientos y opciones para resolver un caso». Desconectar se torna casi imposible. «Me he visto despierto a las tres de la mañana apuntando ideas en el móvil, mandando un mensaje a algún compañero y hasta viniendo a Jefatura a apuntar cosas en la pizarra», confiesa el policía nacional.

A la hora de comunicar tragedias a familiares, J. G. C. tiende a abrazar. «Es imposible no emocionarse e intento transmitirles lo mismo que a nosotros: que el ser querido ya no está ahí, que ya no hay vida». El dolor ajeno se transforma en impulso para indagar, para no rendirse. «Hay mucha camaradería entre nosotros, mucho debate sobre las líneas y flecos. A diferencia de lo que nos muestran muchas películas, la resolución no es cosa de un agente muy listo, sino de muchas cabezas analizando detalles y aportando ideas». Todo con un fin: «Ayudar a una familia a pasar página».

Hay un punto de su trabajo que a algunos cuesta entender. «No basta con tener la intuición de quién es el asesino. Eso llega casi siempre desde el inicio. Lo costoso es reunir las pruebas suficientes para incriminarlo y lograr así una condena cuando llega el juicio. Eso puede conllevar meses de trabajo«. De ahí la necesidad de ser «muy reservados» con las familias de víctimas cuando éstas, con la lógica inquietud, preguntan cómo va la investigación.

Trabajar en Homicidios es también lidiar con la «frustración» del caso atascado. «Pero si eso sucede es porque no hemos explorado algo bien. Siempre hay un rastro. Siempre. A veces hay que deshacer lo andado, volver a empezar, mirar de otro modo…», explica el mando policial.

Hay otro factor de presión: la mediática. «Hoy es casi imposible que los medios no se enteren de un crimen». A veces es cuestión de minutos, con las cámaras plantadas al otro lado del precinto para preocupación de los agentes. Obviamente, no quieren que se les reconozca. Podría peligrar el éxito de futuras vigilancias o seguimientos a sospechosos o poner en riesgo su propia seguridad al ser identificados. Pero en la mayoría de los casos, como en este reportaje, esa cautela suele respetarse entre los periodistas especializados.

Hay casos en los que el asesino oculta el cadáver y «cualquier noticia sobre el hallazgo va a producir una reacción en él». Y eso, como es lógico, condiciona el trabajo policial, los tiempos de reacción, las urgencias o las estrategias de trabajo. «¿Se puede complicar el caso? Sí, podría suceder», estima el policía. Y está, además, «quien no quiere declarar ante la Policía y luego aparece en televisión diciendo cosas que podrían ser relevantes». O el que «simplemente se las inventa en busca de su momento de gloria. Luego lo traes a Jefatura, lo sientas, le preguntas y entonces te dice que se lo ha dicho otro, que es lo que se comenta». Bulos y rumores crean su propia maraña. Y eso también da su trabajo.

Rastro digital, un aliado entre baches de las grandes empresas

El rastro digital se ha colado en los últimos años como otra clave para investigar homicidios: conversaciones en redes sociales, búsquedas en internet, correos, posicionamientos… Sin embargo, la Policía en general y Homicidios en particular, se topan con un problema: grandes compañías de redes o navegación en internet «ponen bastantes dificultades para hacer llegar la información relevante que precisamos, a veces con bastante urgencia. Hasta con mandato judicial». Hablan de una «costosa burocracia y meses de espera para recibir datos solicitados».

Con su dilatada experiencia, J. G. C. no cree que los asesinatos que se producen en nuestra provincia respondan a factores climáticos o de otra naturaleza: «El crimen es simple oportunidad». Eso sí, la inmensa mayoría se producen «en caliente», es decir, con tensiones en familias o entre conocidos o personas enemistadas que hacen estallar el homicidio. Muchos menos son los planificados.

En Homicidios, en general, hay cierta tirria a la ficción criminal y no suelen consumirla demasiado. «Yo prefiero el disparate de James Bond que algunas series o películas que pretenden ser realistas y fracasan rotundamente». Se refiere a versiones del trabajo policial «muy americanizadas, exageradas o edulcoradas». Para él hay alguna honrosa excepción, «como la primera temporada de True Detective». J. G. C. prefiere evadirse un poco de la cruda realidad con El Señor de los Anillos o la ciencia-ficción. O salir al aire libre a disfrutar de la naturaleza y de la escalada.

Mitos de la ficción criminal

«No hay 'poli' bueno-'poli' malo, ni todos los asesinos son listísimos, ni estamos empuñando el arma a toda hora, ni pegamos gritos al sospechoso...»

Le pedimos que desenmascare mitos y dispara a quemarropa: «El asesino no siempre es listísimo o en serie. Algunos son muy normalitos y cometen muchos errores». Tampoco hay poli bueno-poli malo, ni una sala de interrogatorios con un espejo donde todos contemplan al sospechoso a escondidas, «sólo una sala donde se informa al que entrevistamos de que se graba en vídeo». El lenguaje gestual puede ser de interés. Y, por fortuna, «ni mucho menos estamos empuñando el arma a toda hora».

Tampoco es verdad que un agresivo policía hable a gritos y casi escupiendo al sospechoso para arrancar su confesión. O amenazándole con la terrible condena que le puede caer si no colabora y confiesa. «Más bien al contrario», matiza el jefe de Homicidios. «Buscamos un ambiente con la mayor serenidad posible. Si se siente intimidado puede cerrarse en banda y es peor». Tampoco se le enfrenta a una prueba incriminatoria. Ésta suele preservarse y, si la contradicción se produce, ya se refleja en el informe policial que acaba ante el juez.

El inspector resume así la enseñanza que le ha dejado enfrentarse a diario a la muerte criminal: «Vivo mi trabajo como un reto. Cuando ves cosas tan terribles valoras mucho más la simple paz o la familia». En el plano espiritual, esta es su reflexión: «Pienso que tras la muerte debe haber algo, pero no tengo claro el qué. Me cuesta pensar que somos una especie de linterna que una vez se queda sin batería se apaga y punto. Hay demasiada vida en nuestra mirada que desaparece totalmente una vez morimos. Por eso creo que toda esa vida, esa luz, debe ir a algún sitio».

-¿Cómo encara su propia muerte?

-No es un tema al que le dé muchas vueltas porque no sé cuándo ocurrirá. Espero morir de viejo, alguna noche en mi cama, pero eso es algo que en nuestra profesión nunca sabes cuándo podría ocurrir; si ese día de servicio te vas a encontrar con la Parca...espero seguir corriendo más.

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