En la nueva normalidad tendrá un lugar destacado la mascarilla. Unsplash

Lo que dejará de ser normal en la nueva normalidad

Cosas tan cotidianas como comer de la paella, el desayuno buffet o encontrar pareja se complicarán en los primeros meses post-pandemia

Marta Hortelano

Valencia

Domingo, 10 de mayo 2020

Compartir es vivir, pero no en lo que ahora se hace llamar nueva normalidad. La vida tras el coronavirus cambiará nuestro ecosistema en todos sus niveles de influencia. Desde por la mañana hasta por la noche. El contador de usos y costumbres debe ponerse a cero para desprendernos de (casi) todo lo que hasta ahora nos definía como sociedad. Y es que en apenas semanas, cuando bajemos del pico de la montaña de la pandemia, dentro de lo que llamaremos normal, habremos dicho adiós a muchas cosas que, de momento, van a desaparecer de nuestra rutina.

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La nueva vida como comensal

El coronavirus ha llegado dispuestos a llevárselo todo por delante. Hasta los servilleteros de los bares y restaurantes. También pasarán a mejor vida las cartas para elegir platos y los palilleros. En general, todo lo que implique ser manoseado por más de una persona. Además, algo tan reclamado como el sitio en una buena barra puede tener los días contados si las medidas de higiene se acaban extremando. O las vitrinas de los aperitivos, ya sujetas a normativa desde hace décadas, pero con un elevado nivel de laxitud en su aplicación. Nada será igual delante de una mesa. Por no hablar de la costumbre patria de ir de tapas y pedir todo al centro, para compartir. Puede que de un tiempo a esta parte, lo único que se acabe compartiendo en un bar sea la cuenta. Eso sí, pagada religiosamente con tarjeta. Lo que tiene pinta de haber desaparecido de nuestras vidas son los buffets. Se acabó la pelea en el comedor de los hoteles por hacer el mejor plato combinado a la hora del desayuno, comida y cena. Bienvenido servicio de habitaciones, que gana puntos para convertirse en el nuevo lujo de cualquier hotel.

Paella valenciana LP

Se acabó la paella al centro

La paella al centro, para compartir, podría tener los domingos contados. Eso de meter cada uno su cuchara en el arroz y rascar el socarrat tendrá que esperar a que el virus nos abandone. Además, la nueva distancia social impuesta requeriría de paellas enormes para poder guardar los dos metros. Así que hasta nuevo aviso, el arroz mejor comerlo en plato.

Aplausos enlatados

Los platós de televisión han sustituido estos días a su público por plantas decorativas para evitar escenificar el frío de las gradas, vacías de aplausos. Las palmas ahora se dan desde los balcones. La distancia social ha obligado a las cadenas a eliminar la presencia externa en los platos hasta el punto de que algunos espacios no han contado ni con los presentadores, que han hecho los programas desde casa. Los platós deberán cambiar su distribución e incluso apelar al ingenio. De hecho, los que estos días días de confinamiento han apostado por las reemisiones de programas enlatados han tenido que aclararlo en sobreimpresiones para evitar a la policía de los sofás.

Cuando se compartía coche

Las aplicaciones para compartir trayecto en coche o encontrar billetes más baratos de tren en los que se disponía de los asientos de una mesa pueden acabar fuera de la nueva realidad. Por el momento, compartir vehículo particular sólo está permitido entre convivientes de un mismo hogar o entre dos personas que no tienen parentesco, siempre que ambas lleven mascarilla y la que no conduce se siente en fila. Aviones, trenes y autobuses esperan estos días la nueva normativa que puede acabar convirtiendo un amen trayecto en una odisea.

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Palomitas de maíz Unsplash

No me toques las palomitas

Los cines volverán, como lo harán los rodajes. Pero nada será como antes, al menos durante una temporada. Puede que se acaben las entradas en papel y con ellas, ese gesto de cortar el trozo de ese ticket. El espacio para dejar el abrigo y el bolso no volverá a ser un problema, porque la capacidad de las salas se reducirá aunque se irán recuperando butacas cuando avance la normalidad. Lo de las palomitas ya es otro cantar. Con la dichosa distancia social, cualquiera se atreverá a meter la mano en el cubo del de al lado.

Personal shoppers para todos

Los comercios han comenzado a abrir sus puertas con numerosas restricciones. La primera, la obligatoriedad de acudir a cualquier local de menos de 400 metros cuadrados con cita previa. Además, el ratio de un dependiente por cliente amenaza con convertir la experiencia de ir de compras en una escena de Pretty Woman, con Julia Roberts en las mejores tiendas de Rodeo Drive, pero para prendas low cost. Eso sí, el chicle, mejor tirarlo a una papelera...y lavarnos las manos después. Respecto a los probadores, se acabó la entrada por parejas y con cualquier persona que nos ayude a decidir la talla. Cada vez que los usemos se deberán desinfectar. Por no hablar de la ropa que devolvamos a un comercio, que será puesta en cuarentena, junto con la que nos hayamos probado y no comprado. Una odisea que, sin duda, dará aún más alas durante un tiempo al comercio online. Aunque nada sustituirá a una jornada de compras reales.

El ascensor ya va completo

Las empresas de ascensores ya han comenzado a instalar pegatinas en sus elevadores y las comunidades de vecinos han empezado a remitir instrucciones a sus propietarios. Se acabó compartir ascensor con vecinos. Así que cuando subas o bajes a casa y se pare en otro piso, siempre podrás decir aquello de: está completo, como en las películas. Eso sí, la cuota de la comunidad de vecinos igual se dispara con tanto sube y baja.

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No comparto habitación...ni baño

El coronavirus le ha declarado la guerra al turismo low cost. Las medidas de distanciamiento no sólo pondrán en apuros los billetes de avión baratos, sino que pueden limitar nuestras posibilidades de alojarnos en albergues y hostels. El covid-19 es un virus egoísta, profundamente en contra de todo lo que se comparta. Y con esa actitud, organizar un viaje con amigos este verano, reduce los destinos a un país con la ñ entre sus letras. Los baños públicos también pasarán a la historia, al menos hasta que el virus nos abandone. Aquellos con mayor tendencia a visitar a Roca tendrán que salir de casa con los deberes hechos o reducir el consumo de líquidos.

Las mascarillas han llegado para quedarse Unsplash

La mascarilla, los nuevos kleenex

De casa no se puede salir sin llevar un paquete de pañuelos en el bolso o mochila. Nos lo han inculcado nuestras madres. Un buen kleenex vale para todo y en cualquier circunstancia. Poco importa si no tienes catarro o alergia, porque siempre hay alguien con necesidad de usar o pedir uno. Su lugar en los bolsos pasará a ser ocupado por sus primas las mascarillas, que pasarán a utilizarse para casi todo, si la fuga del virus no lo remedia. De momento, ya son obligatorias en el transporte público y para compartir coche con una persona con la que no convivas. Muy recomendables en espacios cerrado y casi imprescindibles allí donde no se pueda garantizar la distancia social. Así que llevar la mascarilla será más común que llevar un pañuelo. Aunque recuerda que a diferencia de los kleenex, éstas no las puedes volver a usar si te las encuentras arrugadas en un bolsillo de un abrigo.

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Yo toqué un euro

De los creadores de yo conocí la peseta y yo tuve un Nokia 3310, está a punto de llegar el «yo una vez toqué una moneda». El dinero físico tiene los días contados con el coronavirus. Los establecimientos han decretado el uso del datáfono y de las tarjetas de crédito como sistema más higiénico. Hasta los bancos han aumentado el importe que se puede pagar sin tener que poner el pin para disminuir el riesgo de contagios, y las tiendas tienen obligación de limpiar su datáfono tras cada uso.

Quién tuviera un pueblo

Con media España preguntándose cuándo podrá ir a su segunda residencia y la otra media lamentándose de que no la tiene, hay un bien que se ha convertido en preciado en esta nueva normalidad: los pueblos. Zonas tranquilas, en su mayoría con un bajo impacto de la pandemia y donde el verano a la fresca se plantea como el mejor de los planes en esta nueva normalidad. La pandemia puede haberse convertido en el mejor antídoto contra la despoblación, aunque sólo sea durante los meses más cálidos. Muchos han visto ya cómo las casas en las localidades pequeñas y rodeadas de naturaleza podrían ser el escenario perfecto para un indeseado nuevo confinamiento futuro.

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Las filas, foco de conflicto

La cola del supermercado es fuente histórica de conflictos intergeneracionales. Y el coronavirus ha venido para multiplicar este foco de disputas hasta el infinito. Las filas son ahora necesarias para todo. Personas impacientes, abstéganse de ir a un supermercado, a una farmacia o a salir a pasear. El orden ha llegado para quedarse hasta en las filas de sombrillas de la playa. La paciencia será nuestro mejor aliado en estos meses de transición hasta que la nueva normalidad sea sólo un mal recuerdo.

Prohibido ligar

Con los festivales de verano suspendidos, las playas a medio gas y el confinamiento prorrogado cada quince días, las posibilidades de encontrar pareja este año se reducirán a la mínima expresión. Ni el First Dates de Sobera tiene garantizada la distancia social entre desconocidos. Por no hablar de las parejas recién formadas, que se han tenido que separar durante más de dos meses en los mejores momentos de toda relación. Así que con este panorama y con la mala situación económica que nos deja la pandemia, lo difícil no será tener coronababies, sino leer siquiera el manual de instrucciones de fabricación.

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La nueva fe

La modernización en las iglesias podría llegar directamente con la pandemia. Las misas y ceremonias tendrán que adaptarse a la nueva normalidad. Porque el coronavirus no entiende de religiones ni cree en autos de fe. Darse la paz, ir a un besamanos o simplemente compartir cercanía en un banco del templo no cuadra demasiado con la distancia social impuesta por el bicho. La Iglesia deberá gestionar sus distancias sin alejar a sus feligreses.

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